martes, 5 de mayo de 2020

VUELTA A LA NORMALIDAD

Cincuenta insoportables días, con sus correspondientes noches. Cincuenta insufribles series de veinticuatro horas, con sus inevitables minutos. Cincuenta irritantes sucesiones de luz y oscuridad, que están dejando huella en unos ciudadanos que soportan cada vez de menor grado un confinamiento, un encierro, una reclusión, una clausura sin claustro conventual, pero con celdas, algunas, por desgracia, de un tamaño ínfimo como para soportar a toda una familia completa, de un número de miembros tal, que supera con creces la necesaria salubridad, intimidad y libertad necesarias, para una estancia tan larga y deprimente, que con todo, aún no ha terminado.
Después de más de treinta mil fallecidos, una economía devastada y una sociedad asolada por una pandemia a la que se tardó en hacer frente, pese a las devastadoras y precedentes consecuencias en China e Italia, el gobierno, sin apenas dialogar con el resto de los partidos políticos, a su aire, en plan padres de la patria, ha elaborado una salida hacia lo que denominan nueva normalidad, que los ciudadanos, perplejos ellos por la que se les viene encima, dada la complejidad y la incertidumbre que han desatado las fases por las que habrá que pasar, se encuentran desorientados y a la espera de una mayor concreción de los pasos a seguir.
Pasos, que según nos dicen nos conducirán a una nueva etapa de nuestras vidas, a una nueva sociedad con unas característica y unas nuevas e imprevisibles circunstancias, que nadie se atreve a sustanciar, dadas las muchas dudas que se nos presentan ante un futuro que no resulta fácil de augurar, y que no nos garantiza una tranquila existencia, una seguridad y la esperanza de un futuro cierto y esperanzador para todos los seres humanos que habitamos este Planeta.
Apenas sesenta minutos, de los tres mil seiscientos que tiene el día, han comenzado a permitir salir a los más pequeños, mientras al resto, después de tanto tiempo, han tenido la bondad de abrirnos las puertas de nuestras casas para permitirnos pasear durante ese breve período de tiempo, con un ceremonial estrictamente calculado para todos, grandes y pequeños, estipulando cada paso que hemos de dar, cómo lo hemos de ejecutar, y en qué condiciones lo hemos de llevar a cabo, para evitar que papá estado nos sancione por desobediencia.
Ahora, comienzan a hablarnos de un supuesto comienzo hacia una incierta normalidad, que habrá de desarrollarse paso a paso, aplicando, cómo no, un protocolo que se sustanciará en una serie de fases o escalas que nos conducirían a ese nuevo estado de regularidad, que nadie se atreve a desentrañar cómo, cuando y cómo se ha de desarrollar, pero que contiene, a priori, las suficientes connotaciones, si no negativas, sí de una incrédula y suspicaz desconfianza, que nos hace sospechar que una nueva etapa de directrices, reglas y normas, podrían regir un futuro incierto.
Triste futuro nos espera, si hemos de continuar con este estado de estrecha, aunque disimulada vigilancia, que llaman estado de alarma, cuando en realidad es un auténtico estado de excepción disfrazado, que espero no soportemos durante mucho más tiempo, ya que el confinamiento extremo al que nos están obligando está causando estragos en todos los órdenes, sin saber hasta cuándo, ni cómo acabaremos cuando recuperemos la libertad perdida.
Claro que, una vez recuperada, si es que así podemos denominarla, ignoramos por completo cómo habrá de desarrollarse en el nuevo día a día, si es que tendremos que continuar con las mascarillas, con el distanciamiento social, con precauciones de todo tipo, que nos hagan salir a la calle sospechando de todo y de todos, cuidando no tocar a nada ni a nadie, saludando desde la distancia, evitando toda clase de efusividades, y, en definitiva, viviendo con miedo, que es lo último que podríamos desear, y que seguro, durante mucho tiempo, nos acompañará en nuestras procelosas y vacilantes vidas.

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