viernes, 12 de abril de 2024

Andaluces de Jaén

 

Abandonar la Mancha y cruzar Despeñaperros, supone para el viajero internarse en el inmenso y verde mar de olivos de Jaén, una experiencia inolvidable, siempre nueva y atractiva para el  que lo ha contemplado con deleite una y mil veces, un disfrute que la memoria guarda con fruición y celo intenso y singular que lo acompañará para siempre, a la espera de retornar a esa Andalucía que te recibe con los brazos abiertos en forma de olivos centenarios que parecen acompañarte a lo largo del camino y a ambos lados del mismo, como si quisieran conducirte hasta la primera gran parada de Andalucía, Jaén, la gran desconocida, para evitar que pases de largo y lamentes después su pérdida, su ausencia, su hermosa estampa andaluza, su pulida y blanca luz, y su poderosa y limpia magia.

La vista de los olivares – sesenta millones de olivos, primer productor mundial - se extiende mucho más allá de sus omnipresentes árboles preñados de frutos verdes, de los suaves y ondulados cerros cubiertos de olivos sin dar un solo respiro al suelo,  sin ceder un ápice al terreno, hasta extenderse más allá del horizonte que se adivina tras las colinas, las sierras, y los molinos que se divisan como blancos puntos que rompen la serena y plácida monotonía de los olivos, hasta divisar Jaén en la lejanía, presidido por el castillo de Santa Catalina, que parece vigilarlo a la par que cuidarlo desde su privilegiada posición desde dónde todo lo  contempla con disfrute y  disimulada melancolía de quién quisiera bajar hasta la ciudad de Jaén, cuya lejana ausencia lamenta cada día.

Entrar en esta ciudad andaluza supone abandonar el camino para contemplarla abrazada por los olivares, para penetrar en su casco urbano, silencioso, limpio y blanco, con amplias avenidas en el centro y empinadas cuestas en su casco histórico con callejuelas estrechas llenas de luz y un encanto especial que invita a recorrerlas, a cruzarlas de principio a fin, a subir por sus limpias escaleras de piedra y a entrar en sus tascas y tabernas a disfrutar de sus tapas regadas siempre por su exquisito e incomparable aceite, auténtico tesoro de la gastronomía jiennense y andaluza, que invita siempre a volver a esta agradecida y luminosa tierra, cantada por Miguel Hernández que por allá anduvo, y a quién respetuosamente recuerdan y homenajean con espacios y exposiciones a él dedicadas, que cantó a los aceituneros en su célebre e inmortal poema Andaluces de Jaén.

De origen íbero, romano y árabe, conserva vestigios de estos pueblos y   civilizaciones que han dejado sus huellas y su impronta en Jaén, que enriquecen y potencian su cultura, como unos espléndidos baños árabes, que disfrutan de ser considerados los más importantes de Europa. Conserva así mismo innumerables restos arqueológicos en el imponente y modernista museo Íbero, y en el museo provincial, entre otros. Posee una impresionante y hermosa catedral renacentista con influencias barroca y neoclásica, así como diversos palacios dignos de visitar.

La Jaén relegada y en ocasiones minusvalorada frente al resto de Andalucía, es una gran desconocida que posee los suficientes encantos y atractivos de todo orden que merece una visita como la que el viajero lleva a cabo, y que por primera vez, y en tres días, disfruta no sólo de sus numerosos encantos resumidos en su patrimonio, su cultura y su gastronomía, sino de su gente, afable, próxima y sumamente respetuosa con el viajero, alejada de los estereotipos típicos atribuídos a los andaluces, que te hacen sentir como en tu propia casa.

Recuerda el viajero, y recomienda a su vez, el bus turístico que recorre todos los lugares y monumentos de interés de Jaén, incluída la subida al castillo de Santa Catalina – con vistas increíblemente hermosas de Jaén rodeada de olivares - muy por encima del clásico, típico y tópico trenecito, con una exquisita, eficaz y amable atención por parte del conductor, que orienta, informa y distrae a los pasajeros, con los que interactúa de tal forma, que el viajero queda agradecido y enormemente satisfecho, con la impresión de haber hecho un amigo además de un excelente guía cultural. Se despide el viajero con la impresión de haber descubierto una joya dónde quizás no esperaba, que sufre en silencio, ahora en Semana Santa, al contemplar cómo el cielo no da tregua para sacar a la calle a Jesús el Nazareno, al que Machado, andaluz y poeta, cantó un día, él, que era conocedor como nadie del sentimiento y la profundidad del alma andaluza.

 Volver a Jaén, dejarse atrapar por su infinito mar de olivares, perderse por sus barrios blancos, por la judería, por sus callejuelas, recorrer sus tascas impregnadas del perfume de su fragante aceite de oliva, visitar sus museos, sus palacios, su monumental catedral, es mucho más que un  goce para los sentidos, es una obligada y agradecida necesidad.

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