lunes, 29 de abril de 2024

La soledad de los parques

Nada puede haber más triste en este atribulado mundo, que la contemplación de una sociedad sin la algarabía, el jolgorio, la alegría, las risas y la desbordada vitalidad de los niños, sin los que la vida parece haberse reducido a la nada,  a la mera supervivencia, al trabajo, al ocio, al cuidado y culto por el cuerpo humano, empeñado en eternizarse en el tiempo sin compromisos ni obstáculos que supongan un impedimento a esta forma de vivir, de disfrutar sin ataduras ni esclavismos que consideran sufrirían con una descendencia que los limitaría en su diaria actividad y en sus momentos de diversión y esparcimiento, aunque justo es reconocer que éstas no son las única causas de la baja natalidad.

Pero ignoran la inmensa alegría que los niños procuran en una casa, la felicidad que reparten por doquier con su inocente e ingenua indisciplina al no estar sometidos a regla alguna, esos “locos bajitos” nos contagian su permanente alegría y su incansable actividad, algo que se multiplica en el caso de los abuelos, que rejuvenecen y disfrutan de forma insólita con sus nietos, que los perciben como una réplica de los hijos, como uno más de ellos, llenando el vacío de su casa con una nueva alegría de vivir, que disfrutan cada hora que pasan con ellos.

Según leo en varios medios de comunicación, en este país hay varias ciudades dónde se han contabilizado más perros que niños, algo que ratifican las encuestas sobre el tema, que en julio del año pasado, arrojaban unas clarificadoras y preocupantes cifras que establecían los siguientes datos: en España el número de niños hasta 14 años era de 6,6 millones, mientras el de perros ascendía a 9,3 millones, algo preocupante, que presenta un escenario impropio de una sociedad con un necesario horizonte de futuro, que sin una razonable población infantil, una natalidad en unos valores lógicos, muy por encima de los actuales, ve en serios apuros un logro elemental en un país que los necesita para sobrevivir y garantizar su esperanza de vida sin éstos sobresaltos.

Contemplar los parques vacíos con demasiada frecuencia es un triste síntoma de estos hechos, así como el cierre de aulas en los colegios una medida que refleja mejor que cualquier otra esta desesperante situación que debe entristecer y preocupar a cualquier país, y son multitud en el mundo, tanto más cuanto más desarrollados están, ya que este problema se da sobre todo en el primer mundo, en el que goza de mayor nivel de vida, soportando los más pobres un exceso de natalidad, que desgraciadamente repercute en un mayor déficit de atención hacia unos niños que sufren las consecuencias de la terrible combinación de la superpoblación y la pobreza.

Como citábamos al principio, las explicaciones a esta situación no se basan únicamente en la postura cómoda y hedonista de la sociedad moderna, empeñada en evitar compromisos y disfrutar de la vida sin ataduras. El estilo de vida de las sociedades modernas con un ritmo infernal diario, con ambos progenitores trabajando, en ocasiones con horarios que no favorecen en absoluto la conciliación de la vida laboral con la familiar, los problemas económicos, altas tasas de paro, dificultad para disponer de una vivienda, y otros a los que están sometidas las parejas actuales, explican en gran parte la situación expuesta.

Habría que añadir aquellas parejas que no se encuentran en ninguno de estos casos, y que en el uso de su libertad de decisión, toman la determinación de no tener descendencia, sustituyéndola o no, por una mascota, que les hará disfrutar, y a la que seguro llegarán a cuidar y mostrar el mismo desvelo en todos los sentidos que si de un niño se tratara.

Aunque quizás no lleguen nunca a saber que no hay comparación posible alguna, que una mascota no puede sustituir a  un niño, ni proporcionar el mismo  cariño, ni el amor inmenso que mutuamente se profesan, pero si vida les pertenece, y nadie puede imponer nada en este aspecto.

Sólo el lamento de las  calles y los parques sin  niños, nos recordarían que la vida sin el bullicio, el griterío, la algazara y las desbordantes risas de los niños, se reduciría a un mundo infeliz y solitario, dónde las mascotas jamás ocuparían su lugar, ni en los hogares, ni en las calles, ni en los parques, que llorarían la ausencia de lo mas preciado que por fortuna en este mundo tenemos, que son los niños.

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