jueves, 4 de abril de 2024

Jaula de grillos

 

Enciendo el televisor, y contemplo cómo en pie, dos personas se gritan de una forma desaforada e insultantemente gritona, alternándose en el uso de la palabra, profiriéndose una serie de acusaciones a cada cual más airada  e iracunda frente a un desquiciado y gesticulante auditorio sentado en cómodos sillones dispuestos en filas semicirculares, que conforman un anfiteatro que pronto confirmo no puede ser otro que el hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Templo de la democracia, lugar sagrado dónde los haya a éstos fines, convertido en una auténtica jaula de grillos, dónde el insultante ruido, el escándalo, la mala educación y la absoluta y total falta de respeto, brillan con toda su decadente capacidad de representar dignamente a los ciudadanos de un país, que no pueden dar crédito a tanta miseria y tanta falta de consideración hacia quienes los han elegido.

Jamás, nunca en los últimos tiempos habíamos tenido una decadencia semejante políticamente hablando, con unos representantes de los ciudadanos tirándose los trastos a la cabeza de una  vergonzosa manera, no sólo en los medios de comunicación, sino, y esto es lo más incalificable, penoso y repudiable, en sede parlamentaria,  sin escrúpulos de ningún tipo, sin respeto alguno hacia dicha institución, cuna del parlamentarismo, y por ende, de la democracia, convirtiéndola en una auténtica jaula de grillos, en un acto imperdonable que no tiene disculpa ni justificación alguna.

Las malas formas, los modos más detestables y soeces, los gestos despectivos, la burla y el desprecio al contrincante, al opositor, el y tú más, ofenden la sensibilidad del espectador, del ciudadano, del  votante que depositó su confianza en quienes ahora se insultan, se gritan, comportándose como auténticos hooligan desenfrenados, sin el menor respeto y la educación más elemental, siguiendo, sin duda, la consigna del todo vale, todo está justificado si con ello logramos descalificar, humillar y denigrar al contrario.

Y así, se increpan airadamente, se lanzan puyas envenenadas, se difaman con supuestos escándalos sean ciertos o no,  veraces o inventados, verdades a medias o falsedades absolutas,  por aquello del difama que algo queda, buscadas y encontradas en instituciones públicas o en cloacas privadas, retocadas maliciosamente para ofrecer la peor imagen posible, destinadas al consumo de quién no racionaliza, de quién no discrimina, de quién está sediento de justificar su dogmática posición partidista sin que le exija pensar demasiado, siempre con el propósito de desprestigiar al otro, de enfangarlo, de hacer ruido, de provocar desafección e inquina hacia el contrincante.

Con la máquina de vilipendiar a plena rendimiento, se buscan y se encuentran todo tipo de supuestas fechorías cometidas en el pasado, a cargo de cualquier autoría, ya sean propias o de extraños, relacionadas directamente o cometidas por familiares, amigos o compañeros sentimentales, arrojando inmundicias de todo tipo, que de inmediato serán amplificadas por los medios, los tertulianos y los debates de todo signo, para consumo del asombrado ciudadano que no da crédito a tanta miseria humana e intelectual como  contemplan sus atribulados sentidos, hartos ya de tanta y tan perversa miseria moral, estética y éticamente reprobable, protagonizada por sus representantes políticos, en una indigna demostración de la mas elemental falta de respeto hacia quienes los han elegido.

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