jueves, 18 de abril de 2024

Troleros al poder

 

Desde mi más tierna infancia albergo recuerdos del término trolero, muy popular entonces, cuando se utilizaba para designar a quienes acostumbraban a engañar con frecuencia, a inventar, a quienes mentían más que hablaban, a quienes, en definitiva, contaban trolas, al trolero de siempre, de toda la vida, él al que todos conocían, que a nadie engañaba, sin malicia ni maldad alguna, pero que no obstante persistía en el empeño, inmerso en su peculiar mundo trapacero en el que parecía vivir convencido de su persistente engañifa, y los resignados y silenciosos interlocutores, que esperaban pacientes con una media sonrisa dibujada en los labios, que acabase la sarta de alocadas historias fruto de una imaginación disparatada, desbordada, pero sin pretensión alguna de ofender ni molestar a nadie.

Hoy, éstos modernos troleros ya no se limitan a ejercer su singular labia en reuniones de amigos o en charlas de barra o ascensor, sino que  vagan por doquier a otro nivel, ya sea en los medios de comunicación clásicos, en las redes sociales  o en reuniones, convenciones y, sobre todo, en el mundo de la política, no sólo en sus agotadoras e insoportables campañas, dónde los voceros de turno, han hecho de la mentira y el engaño un auténtico y espectacular ejercicio digno de competir con el de aquellos troleros que citábamos, a los que nada tienen que envidiar, y a los que superan no sólo por el alcance en la difusión de sus manifestaciones, sino por el contenido de las mismas, sin duda con otras ocultas y siniestras pretensiones y siempre a otro  nivel.

Troleros en definitiva, con una diseñada e intencionada capacidad para lograr unos objetivos basados en conseguir un desmedido y ambicioso poder que los sitúe allí dónde pueden influir en las vidas y haciendas de las gentes, los grupos de dirección y decisión, así como en las altas esferas económicas y sociales, donde sentir satisfecha su ególatra y soberbia necesidad de lograr el poder y el control que persiguen a toda costa, y cuyo máximo exponente reside en el cargo ejecutivo de mayor nivel que un ciudadano puede lograr cuando asciende a la presidencia de un país.

Un elevado y responsable puesto al que sólo deberían acceder quienes aporten la dignidad, honestidad y capacidad ampliamente demostradas, sin el menor atisbo de cuestionar, traicionar o defraudar las capacidades y cualidades  citadas, que los invalidarían absolutamente para ocupar un cargo dónde la representación de sus ciudadanos, al máximo nivel, es la exigente y alta tarea que han de desempeñar, siempre sin la menor sospecha de haber llegado hasta allí sin tacha de ningún tipo que pudiera oscurecer su acceso al poder.

Vivimos en nuestro país unos convulsos tiempos políticos, en los que el trolero político - que no el troleo, que no es lo mismo - está siendo moneda común entre nuestros representantes a todos los niveles, incluidos los que ocupan los más altos cargos – en este gobierno destacan varios especialistas en este deleznable tema - dónde el trolero que miente, engaña, falsea e inventa, está a la orden del día, buscando los más miserables e indignos signos que puedan suponer un demérito para el rival, el decadente, indigno y detestable “y tú más”, con el que tratar de desacreditarle ante los demás, en un ejercicio de perversidad moral que no soporta el menor examen de una necesaria, exigente y honesta muestra de humana honradez.

Y aquí debemos hacer mención a un término de plena actualidad, que parece derivar de “trolero”,  aunque no es así, que es “troleo”, acto de ofender, provocar, boicotear y entorpecer, que necesariamente no son atribuibles al trolero, ya que este, en principio, sólo tiene interés en mentir e inventar – los modernos políticos troleros suelen argumentar que no mienten, sino que cambian de opinión – lo que los desacredita no solo como troleros, sino como representantes de los ciudadanos a los que ofenden al tomarlos por ignorantes.

Precisamente trolear, es lo que dice hará en el Senado uno de los titiriteros que tienen en jaque a este ejecutivo, en una indigna, absurda y ridícula acción, que no persigue engaño alguno - aunque lo intentara el titiritero, a nadie iba a engañar a estas alturas de la representación - sino que tratará de entorpecer y boicotear, algo que le deja a un nivel tal, que los antiguos troleros citados al principio de estas líneas, le dejan en mal lugar, ya que aquellos nos entretenían y divertían, mientras que éstos nos hastían, cansan y aburren, sin aportar nada positivo a una sociedad crispada y harta  de tanta y tan detestable polarización como han creado.

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