Cuando se cumplen ahora cinco años del estado de alarma, cuando el confinamiento a todos los niveles tocaba a su fin, cuando los sufridos ciudadanos respiran con alivio, cuando la memoria atormentada despierta de su letargo de tres durísimos e interminables meses de confinamiento, cuando sobre todos aún pesa y pesará un brumoso trauma, cuando comenzamos a respirar de nuevo, yo, en nombre de muchos dolidos e indignados ciudadanos que no olvidan, manifiesto y señalo:
Al prepotente gobierno de este País por no reconocer sus errores, por no pedir, no ya perdón, sino unas mínimas y necesarias disculpas, de airear sus más que dudosos aciertos a la hora de gestionar la pandemia, permitiéndose su presidente el ominoso y falaz “viva el 8 M”, en sede parlamentaria, que fue todo un insulto a la vida, y a la sensibilidad de los familiares de las víctimas que en ese temerario acto enfermaron, cuando ya se conocía y se presentía la tragedia que se cernía sobre nuestro país
A unos negligentes gobernantes que cometieron graves e imperdonables errores a la hora de tomar medidas drásticas, cuando ya conocíamos los casos de china y de Italia, que debieron ser más que suficientes para actuar de inmediato y no lo hicieron.
Al gobierno por permitir que prevalecieran condicionamientos de orden político y de oportunidad, para no avisar a la población del peligro que corrían al asistir a manifestaciones y actos multitudinarios de todo tipo, cuando las señales de peligro eran más que evidentes.
A las autoridades correspondientes, de permitir la manifestación del 8 de marzo de entonces, y otras anteriores y posteriores, que causaron sin duda infinidad de contagios, cuando el día 7, es decir un día antes del 8 M, se confinaron a 40 personas contagiadas en la ciudad riojana de Haro, con lo que quedaba de manifiesto el terrible drama que comenzaba a cernirse sobre la indefensa ciudadanía.
A los responsables de no escuchar a la OMS, que con tiempo, y como está documentado, avisó a las autoridades sanitarias acerca del aprovisionamiento de material sanitario para responder a la epidemia que se avecinaba.
A las autoridades de este País, de autorizar unas concentraciones y de prohibir otras, antes del confinamiento, en una ceremonia de la confusión, que responde a oscuros intereses de variada, siniestra e inconfesable índole, que en absoluto se pueden justificar.
A los responsables gubernamentales, por privilegiar sus intereses electorales y populistas sobre los de la población, hasta el punto de no tomar medidas por aquello de esperar a ver qué pasa ahí afuera, a ver quién pone el cascabel al gato, y por miedo a la impopularidad que ello representaba.
Al gobierno de ser el culpable de la situación trágicamente anárquica de los hospitales, sin material suficiente, pese al aviso de la OMS, y, sobre todo de las dramáticas consecuencias en un heroico personal sanitario en general, que se vio absolutamente inerme ante la avalancha de enfermos, sin material, desprovistos de lo más elemental, como la ropa protectora que tuvieron que confeccionarse ellos mismos.
A quienes corresponda, por el espantoso porcentaje de fallecimientos entre el personal sanitario, que es, para vergüenza y oprobio del gobierno, fue el más alto del mundo, tal como quedó registrado en aquellas fechas.
A quienes corresponda, por irresponsabilidad y dejadez manifiesta en la gestión de las residencias de ancianos, por dejarlos morir, por acción u omisión, en un vergonzoso y detestable acto de malvada dejación, en lo que ha supuesto uno de los peores maltratos en la historia de este País hacia sus ciudadanos.
En mi nombre, y en el de los familiares de las víctimas en general, de los falsos datos que proporcionan las autoridades sanitarias sobre el número de los fallecidos, así como del tratamiento vejatorio hacia ellas, al citarlas como meros números a contabilizar.
A as autoridades aquí citadas, de carecer del más elemental rastro de una elemental y piadosa humanidad, en una penosa demostración que supone un acto de vileza absoluta, al tardar más de dos meses en declarar una semana de luto, lo que denota una patética e inexcusable ausencia de sensibilidad, sin disculpa posible alguna.
Señalo, en fin, a un gobierno, que proclamándose progresista y de izquierdas, mostró un talante soberbio y engreído, farsante y embustero, incapaz de reconocer error alguno y de asumir sus culpas, que dejó un País en ruinas, tanto social, como laboral, como económicamente, por su ineptitud manifiesta, que cinco años después, lejos de entonar un mea culpa, cargan sobre terceros una responsabilidad que en gran medida les corresponde, y que tratan de evadir a toda costa, en un acto indigno e infame que los deshonra ante una población que sufrió lo indecible y que pese a su silencio, jamás olvida.
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