Centenares de pequeños pueblos despiertan cada día en la soledad de sus calles, contemplando cómo un incierto futuro se cierne sobre ellos, a la espera de un día mejor que los permita albergar la esperanza de una supervivencia hoy complicada e imprecisa, que les alegre la vida y les confirme su lugar en un mundo que no parece sentir preocupación alguna por ellos, salvo para considerarlos como lugares pintorescos dignos de figurar en una fugaz visita a llevar a cabo más adelante, de paso al destino finalmente elegido.
Aislados en una geografía variopinta, que va desde la más absoluta soledad entre campos de cereales, en las estribaciones de una sierra, a los pies de una montaña, junto a un río helado en invierno y seco en verano, entre montes de encinas y robles o en medio de un desértico y solitario paisaje torturado por un sol inclemente y un frío extremo, sobreviven a duras penas esperando un final que llegará cuando sus calles ya no contemplen más que el paso del viento, la lluvia y la nieve, como únicos habitantes del lugar.
Olvidados por las instancias oficiales, ignorados por quienes deberían facilitarles la dura situación en la que se encuentran, y sin capacidad de mejorar por sí mismos, la mayoría sucumben a la inercia del tiempo, a la par que la envejecida población emprende el largo viaje que dejará un espacio vacío y sin alma, un espacio antaño lleno de vida, dejando atrás una historia, unas gentes y un triste y añorado pasado que queda para siempre atrás.
Sin servicios tan necesarios y elementales como la sanidad, la mayoría se ven obligados a desplazarse, con suerte, a la cabeza comarcal para la atención ambulatoria, y a la capital de la provincia para una simple radiografía, así como para la tramitación de diversa documentación, y otros como la atención bancaria, para lo que generalmente habrán de llevarlo a cabo en el pueblo más próximo que disponga de esos recursos.
Ninguna posibilidad de generar un ocio que les permita afrontar cada día, generalmente sin capacidad para dinamizar la vida de unos ciudadanos, que salvo casos en los que se cuente con vecinos más jóvenes con inquietudes culturales que se ocupen de programar diversas actividades que mantengan un ocio activo como sucede en algunos pueblos dónde llevan a cabo visitas al patrimonio de la capital de la provincia.
Organizan conferencias, talleres, cine, teatro, lecturas poéticas, actos deportivos y musicales, que mantienen vivo el pueblo y a sus afortunados vecinos, como es el caso de algún pueblo segoviano que conozco y dónde residí durante una docena de años, Muñoveros, que quiero y debo destacar aquí, perfecto ejemplo de lo que debería llevarse a cabo en otros lugares con el objeto de dinamizar cultural y socialmente a una población necesitada de unas actividades vitales y de ocio a las que de otro modo no tendría acceso.
Algo no siempre posible por imponderables no achacables a sus ciudadanos, y que deberían llevarse a cabo tomando las riendas las instancias correspondientes de la provincia, iniciativa que no toman quienes tienen la obligación de llevarlo a cabo, y que junto a la mejora e implantación de las infraestructuras esenciales deficitarias, haría más llevadera la vida en las zonas rurales, y por ende, la sostenibilidad y la supervivencia de las mismas, algo absolutamente necesario para los habitantes de una España rural, cuya supervivencia es vital también para el País, que no puede permitirse su desaparición por múltiples motivos, sobre todo sociales, a la par que de índole económico, cultural y de mantenimiento de los ecosistemas vitales tan necesarios para el resto del País.
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