sábado, 19 de abril de 2025

La ineludible respuesta del Estado

 En el año 79 d.c., el volcán Vesubio estalló en una virulenta y devastadora erupción, sepultando las ciudades de Pompeya y Herculano, así como otras  ciudades costeras, con una nube abrasadora de piedra pómez y ceniza que causó una desastrosa catástrofe en todos los órdenes, dejando miles de muertos y una poderosa devastación que ha pasado a los anales de la historia

 Roma reaccionó de inmediato, y Tito, recién coronado emperador a la muerte de su padre Vespasiano, no se quedó de brazos cruzados esperando la reacción de otros u otras instancias que actuasen ante la tragedia que pronto se supo era de grandes proporciones.

 Actuó de inmediato, sin esconderse ni eludiendo una responsabilidad que siempre consideró era suya, de Roma, en un  gesto que no tuvo nada de protocolario, sino que constituyó una de las primeras respuestas humanitarias documentadas de la historia, una operación inmediata, sin subterfugio alguno, siempre dirigido  a asistir a las víctimas y a la reconstrucción de los inmensos daños producidos por el volcán, algo sin precedentes en la historia, dedicando todos los recursos del Imperio de Roma para socorrer a los supervivientes de la tragedia.

Tito,  actuó con una rapidez sorprendente, enviando emisarios y nombrando una comisión de senadores con rango consular movilizando recursos imperiales para socorrer a las poblaciones afectadas, dejando claro, que el suyo, no sólo fue un gesto de gobernante piadoso, sino que supuso una operación logística y política cuidadosamente preparada y programada para reparar la colosal tragedia desatada por causas naturales en aquella región de la Campania.

Según fuentes de la época, Tito ordenó y coordinó los esfuerzos de socorro para las zonas afectadas, destinando recursos del tesoro imperial para ayudar a los damnificados y reconstruir las ciudades, enviando oficiales a la zona del desastre para asistir a la población, con el objetivo de aliviar el sufrimiento y restaurar la estabilidad en la región golpeada por la tragedia.

Su fama previa de militar implacable no auguraba una reacción tan fulgurante y decidida ante el desastre causado, por lo que su decidida y valiente posición ante la erupción del Vesubio cambió totalmente la percepción pública que existía sobre él, distribuyendo bienes del tesoro imperial que destinó a la reconstrucción de las ciudades destruidas, otorgando beneficios fiscales, enviando alimentos y reorganizando el reparto de tierras para acoger a los desplazados, lo que logró mitigar en parte y de inmediato las inmensas pérdidas que sufrieron miles de familias gracias a la rápida y efectiva intervención de Roma y de su emperador Tito.

Un hecho histórico que revela la importancia absoluta de la ineludible y exigible responsabilidad del Estado ante los grandes desastres naturales como en este caso, y que en nuestro país se dieron en fechas recientes en Valencia debido a la tragedia provocada por la tristemente famosa DANA, con cientos de fallecidos y unos enormes daños materiales, y dónde la reacción del gobierno central nada tuvo que ver con la de Roma y su emperador Tito.

Ningun parangón posible entre la reacción inmediata y efectiva de Roma en el caso aquí citado, y el del Estado Central de este país, en la reciente tragedia sufrida, que tenía la ineludible obligación de intervenir de inmediato con todos los medios a su alcance, que son muchos y poderosos, en nada comparables con los que contaba la Comunidad afectada, a la que se le ofreció que solicitase ayuda y  recursos, perdiendo un tiempo precioso y fundamental para atajar el desastre. 

Deberían haber tomado la iniciativa inmediata ante el evidente y desgarrador desastre de colosales dimensiones, de una magnitud de rango nacional, de los que ya tenían noticia, y que ya conocían por diversos medios, como la delegada del gobierno entre otros, y que solamente el Estado puede asumir con plenas garantías, algo que no hicieron, sino que se limitaron a indicar que solicitasen recursos, para cargar después la responsabilidad sobre otros.

Todo ello supone un demoledor ejemplo de un imperdonable y rechazable retraso en los ineludibles deberes y obligaciones inmediatas propias del Estado ante calamidades tan colosales como las citadas, de las que sólo el Estado Central es directa y absolutamente responsable, sin que quepa excusa posible a la hora de actuar sin dilación alguna, sin buscar excusas de ningún tipo. Porque dispone de todos los medios y recursos posibles, y porque es su responsabilidad suprema, así como su ineludible obligación de poner de inmediato y sin dudas, preguntas ni consultas absurdas, y con todos los medios disponibles, que solo el Estado puede y debe movilizar con la premura y la eficacia necesarias ante desastres naturales como el aquí citado.


No hay comentarios: