jueves, 21 de junio de 2012

DE LA FANEGA A BRUCE SPRINGSTEEN

Mis recuerdos se trasladan a los años setenta, cuando con un grupo musical llamado la Fanega, algunos de cuyos integrantes procedían de un pueblo de Segovia donde yo vivía y otros de Valladolid, recorríamos los lugares más diversos, ya fueran pueblecitos, aldeas o incluso ciudades, no sólo de estas provincias, sino de otras como por ejemplo Bilbao - dónde dieron un concierto en un cine – interpretando siempre temas propios en tono de música protesta reivindicativa de los derechos y libertados de los que entonces carecíamos por completo, con raíces en el folklore castellano y con un cierto éxito que se plasmó en varios discos que lograron grabar.
Yo no formaba parte del grupo, aunque siempre estuve unido a ellos. Les acompañaba, conducía el ochocientos cincuenta de segunda mano que había comprado con mi sueldecillo de maestro y les echaba una mano en todo, hasta el punto de que dado que era el mayor de todos ellos, les tuve que avalar para comprar la mesa de sonido, altavoces y otro equipamiento que necesitaban, ya que ellos eran menores de edad y yo con veintiuno ó veintidós años, era el único que podía garantizar la operación.
Ejercía entonces de maestro en un pueblecito de Segovia y acababa de cobrar uno de mis primeros sueldos, ni más ni menos que once mil pesetas de entonces, o sea toda una fortuna para mí, pero que no explica cómo fue suficiente para que me admitiesen como avalista en una tienda de música de Valladolid que es donde adquirieron el equipo. Pagué las letras religiosamente durante el tiempo convenido y aún me sorprende que con la nominilla aquella de entonces no me pusieran ninguna pega. Está claro que estos tiempos que nos ha tocado vivir, en nada se parecen a aquellos, y pese a que necesariamente ningún tiempo pasado fue mejor, añoro aquellos maravillosos años que para mi desdicha, no volverán.
Recorríamos las solitarias carreteras de Castilla, en busca del salón del pueblo, si lo tenía o del bar si nos permitían actuar, y allí, ante un auditorio de treinta o cuarenta personas – en ocasiones ni la mitad – interpretaban su música con unas letras que hablaban de ellos, de la gente trabajadora, de los labradores, de la explotación y de la ausencia de libertades. Con frecuencia envolvían las letras, todas originales suyas, en aires de jota castellana, con lo cual conseguían atraer la atención y el interés de estas gentes, reivindicando ya entonces la autonomía Castellana y Leonesa, como cuando cantaban con aire de jota: trabajando para otros nos hemos pasado la vida / queremos un estatuto para León y Castilla.
No siempre se conseguía terminar el concierto, o empezarlo, ya que en ocasiones llegaba la guardia civil, y como nunca teníamos la obligada autorización gubernativa – también había que depositar previamente las letras para que ejercieran la censura previa – lo cual supuso en algunos casos que el concierta no tuviera lugar o que termináramos todos en el Ayuntamiento escoltados por la guardia civil que nos tomaba declaración y nos mandaban a freír espárragos no siempre de una elegante manera.
Recientemente he asistido a un concierto de Bruce Springsteen y su fabulosa banda, en un espectacular escenario como es el estadio Santiago Bernabéu en Madrid. Sesenta mil personas, de absolutamente todas las edades, gozamos intensamente durante casi cuatro horas de un inenarrable espectáculo de un jovial y entregado Springsteen, que a través de decenas de miles de watios de potencia – nada que ver con aquellos humildes altavoces de la Fanega – transmitió toda la energía y la buena música a que nos tiene acostumbrados con la que pareció disfrutar tanto como el volcado auditorio que escuchaba con emoción un hermoso tema tras otro, sin apenas tregua alguna, salvo para recordar a los desheredados de la Tierra, a la difícil solución por la que atraviesa nuestro País o un emocionado recuerdo para un joven admirador suyo que no pudo asistir al concierto porque murió días antes, víctima de una cruel enfermedad.
Dos épocas diferentes, dos escenarios dispares, dos grupos distintos en su composición, proveniente uno de los Estados Unidos y otro de un pueblecito de Castilla y separados en el tiempo por una eternidad de cuarenta años desde la perspectiva actual, pero que si los aislamos de los elementos circunstanciales y accesorios que los envuelven, y nos quedamos con una mirada simple y rabiosamente humana, pertenecen a la misma categoría de sucesos: a la que atañe a la necesidad de las gentes de convivir en libertad y a su deseo de disfrutar de la belleza a través de una manifestación artística como es la música y que tanto La Fanega entonces como ahora Bruce Springsteen, regalaron y regalan nuestros oídos y una sensibilidad que casi medio siglo no ha logrado cambiar.

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