lunes, 4 de junio de 2012

LOS LOBOS DE DIOS

No sin cierto asombro, aunque acostumbrados estamos cada vez más a estas intrigas, leo con fruición y ansiedad contenida, como los lobos se mueven por el Vaticano en busca de sus presas, a las que intimidar tomando una iniciativa que les permitirá lograr sus objetivos ante una sucesión papal que cada vez se contempla más próxima, según fuentes que en algunos casos tiene nombres y apellidos, y que sin muchos disimulos se han ocupado de divulgar con el objeto de alertar a propios y extraños, creando un estado de excepción encubierto en el que se mueven todas las instancias interesadas.
El propio Pontífice, que aunque se declara ya demasiado viejo para afrontar las luchas de poder, intenta dejar la sucesión atada y bien atada, procurando dejar fuera de lugar a quienes ahora, viéndolo enfermo y agotado, intentan aislarlo de las áreas de tomas de decisión, con el fin de lograr sus oscuros propósitos, que aunque se trate de la casa se Dios, las maquinaciones, luchas y enredos de todo tipo están a la orden del día y así parecen y son absolutamente propias de seres carnales, terrenales y pecaminosamente humanos hasta extremos que nos hacen olvidar a quienes desde hace dos mil años dicen representar.
Ningún parecido el del Papa Ratzinger – se le conocía por el sobrenombre del rottweiler de Dios – con Wojtya, su antecesor, enérgico, dinámico, viajero infatigable, que aunque era tan dogmático como el presente, no lo parecía, debido a su incesante actividad, dinámico y jovial - que se lo digan al cardenal Nicaragüense Ernesto Cardenal al que reprendió severamente por ser demasiado liberal para la doctrina de la Iglesia – o que se lo cuenten a los que pretendieron manejarlo y que se vieron escaldados ante la ira de Su Santidad.
Él sí demostró que era un auténtico rottweiler, título que a Benedicto XVI, parece quedarle demasiado grande, hombre tranquilo y más de puertas adentro que hacia el exterior, inteligente, docto y sumamente culto, conocedor de múltiples idiomas, dogmático y reputado teólogo, rígido representante de la doctrina más estricta de la Iglesia, que fue nombrado por Wojtyla prefecto de la congregación para la doctrina de la fe – la originaria inquisición, fundada por Pablo III en 1542 – que ahora se ve acosado por los lobos que pretenden una sucesión que se adivina próxima.
Las filtraciones de documentos privados, así como insinuaciones cruzadas entre altos cargos de la Santa Sede sobre corrupción, han vuelto a hacer temblar los cimientos de una institución cada vez más sometida a los vaivenes mundanos y terrenales a los que nos tienen acostumbrados y que desde los tiempos de los Borgia – quedaron como los más malvados e intrigantes, estigma que según parece no se merecen – no han dejado de asombrar a sus fieles y detractores, ambos sorprendidos, obviamente por diferentes motivos, de la siniestra capacidad que poseen de intrigar, medrar y confabular, quienes se dicen representantes de Dios en la Tierra.
Asombra esa capacidad que la imaginación popular suele amplificar ante las demostraciones de esplendor, boato y desmesurada y grandilocuente solemnidad, la inmensa dimensión que adquiere a todos los niveles una institución que con dos mil años de historia continúa, pese a sus vaivenes, avances y retrocesos cada vez más frecuentes, ostentando un considerable poder e influencia a nivel mundial, con cientos de millones de seguidores en todo el mundo, que contemplan como su capacidad de adaptarse a los tiempos actuales, a la modernidad en suma, se ve penalizada por una inercia de siglos y unas luchas internas de poder y oscuros intereses de todo tipo, que defraudan a unos y no dejan de sorprender a otros que observan como la Casa de Dios se ve invadida por los lobos que, como tales, desean a toda costa satisfacer sus más primitivos instintos.

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