martes, 12 de junio de 2012

EL TÚNEL

Posiblemente algún lector recordará un famoso y archiconocido ejemplar de la inefable revista de humor que durante la dictadura tuvo el valor de salir día tras día – salvo cuando la secuestraban que era con harta frecuencia - haciendo mofa, sátira y burla de la desfachatez, la sinrazón y el desatino más absurdo de los gobiernos del régimen dictatorial de aquellos años y que dio en llamarse La Codorniz. Dicho número, excepcional a todas luces por razones obvias se le conoció por el túnel. Pues bien, ahora contemplo en Internet que muchos se empeñan en negar su existencia, afirmando que nunca vio la luz, que jamás salió a la calle, que se trata de una ilusión, de un espejismo.
Dicho ejemplar, que yo tuve en mis manos, exhibía en la portada un tren entrando en un túnel. Continuaban todas y cada una del resto de las páginas en blanco hasta acabar en la contraportada con el mismo tren saliendo de la negra y oscura galería. Después de consultar decenas de páginas en Internet, prácticamente todas aseguran que es una leyenda, que nunca existió dicho número de la Codorniz, que en definitiva tratóse de un bulo que se dejó correr como tantas leyendas urbanas.
¿Es posible que nunca existiese? Tenía y tengo aún la seguridad absoluta, aunque tanta información en contra está consiguiendo que la duda me asalte, de que ese número de la Codorniz – la revista más audaz para el lector más inteligente - que yo adquirí y que por lo tanto tuve en mis manos, fue una realidad tangible, que en su momento salió a la calle y que la censura pocos motivos tenía para retirarla de los kioskos, aunque bien pensado, las mentes calenturientas de aquellos censores, bien podían haberlo llevado a cabo, pretextando oscuras y siniestras intenciones en tan enigmático ejemplar que dejaba ver el oscurantismo del régimen dictatorial, el lóbrego y tenebroso camino hacia el Pardo, o vaya usted a saber que sombrías intenciones podría contener semejante alegoría masónica y perversa.
Fue una revista satírica y mordaz, que lograba poner nerviosos a los jerifaltes de entonces, siempre pendientes de cuanto se escribía, se hablaba o se decía en un País sometido a una feroz censura en todos los medios de comunicación, y que buena falta haría ahora para denunciar corruptelas sin fin y ridiculizar a tanto energúmeno henchido de soberbia y ambición, aunque no tendría el mismo valor que lo tuvo entonces, con una dictadura que se revolvía, exasperaba y enfurecía con una rabia poco contenida cada vez que un nuevo número lograba ver la luz.
Todo esto viene a cuento a propósito del incierto, confuso y oscuro túnel por el que estamos pasando cada día, sin ver llegar el fin del mismo, sin que nada ni nadie nos muestre con claridad dónde estamos, a qué altura nos encontramos, ni mucho menos cuanto queda ni cuando acaba, ni siquiera si algún día saldremos de él y mucho menos, en su caso, cómo saldremos, si imbuidos de una profunda amargura que ya se comienza a adivinar en la cara de muchas gentes o si lo haremos con la alegría propia de quién ha vivido un mal sueño y disfruta de un cálido y alegre despertar.
Todos los días nos despertamos con la misma canción, con las mismas alarmantes noticias acerca de la prima de riesgo, del rescate tan cacareado y tan lejano según unos y tan a la vuelta de la esquina según otros, de nuevos recortes y subidas de impuestos, servicios y tasas de todo tipo que nos sumen de nuevo en ese lóbrego túnel que al igual que aquel de la Codorniz – he de hacer mención también del Hermano Lobo o del Jueves, éste último afortunadamente aún en activo - nos obliga a pasar páginas y más páginas en blanco esperando ese primer rayo de luz que se adivina siempre en la lejanía cuando la salida está ya próxima
Quizás fue una leyenda urbana el famoso número de la Codorniz, alegórica recreación de los tiempos actuales. Lo más duro es no saber a qué altura del túnel nos encontramos. Entramos en él y saldremos, aunque no podemos saber en qué estado apareceremos en el otro extremo. Revolveré el trastero este fin de semana en busca de ese ejemplar de la Codorniz que existió, ya fuera real o imaginario y pasaré sus páginas una a una, despacio, con la esperanza de que la siguiente sea la última y el tren llegue al final de su recorrido con ansias renovadas para afrontar un futuro que ahora se plantea incierto.

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