viernes, 15 de junio de 2012

MALANDRINES

Tente ladrón malandrín follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra. Así comienza el trigésimo quinto y último capítulo de la inmortal novela del ilustre Miguel de Cervantes, mientras Don Quijote entabla feroz y desigual combate con el gigante, exhibiendo sus piernas largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias, tal como lo describe su autor, ensartando una y otra vez a su enemigo, travestido en cueros de vino tinto que quedó, derramado por el suelo como si de la sangre del gigante se tratara.
Admirable y heroico nuestro héroe cervantino, que tan duras batallas tuvo que librar contra tan dispares enemigos, bien fueran molinos de viento, rebaños de ovejas o cueros de vino, a los que no logró someter ni vencer ni doblegar su voluntad, por mucho que embistiese con su lanza las aspas de los gigantes disfrazados de molinos, que alancease contra los ejércitos mudados en rebaños de ovejas o que acuchillase y derramase la sangre de los gigantes que dieron en convertirse en pellejos de vino tinto.
No consiguieron doblegar su férrea convicción de que el espíritu siempre vence aunque el cuerpo salga magullado. Que la verdad prevalece siempre y el bien se alza por encima del mal, permaneciendo el ideal intacto para que la honradez y la integridad se erijan sobre la mezquindad de los miserables, los ruines y los infames avaros que pueblan y apestan la Tierra, logrando así que la verdad y la justicia resplandezcan con todo su esplendor, aliviando de tanta infamia y tanto entuerto como el ideal del buen caballero veía por doquier y que su fiel escudero Sancho se encargaba de reconvenirle con su práctica y realista visión de un mundo empeñado en contrariar su desbordante imaginación.
Cuantos malandrines encontraría hoy el Caballero de la Triste Figura si campase por sus respetos por los campos y ciudades de un País hecho unos zorros, que cada día se levanta con el ánimo por los suelos, con nuevas y desalentadores noticias negativas, harto pesimistas que logran que el desaliento y la frustración se instalen en las vidas de unos ciudadanos que se ven golpeados día y noche por los desmanes, la ineptitud y el atropello continuado de quienes deciden sobre sus vidas de una u otra forma.
Recientemente la banca, esa institución que durante años arrojaba cifras mareantes de unos beneficios que causaban asombro obtenidos a costa de millones de pequeños ahorradores, a los que una usura y voracidad insaciables a base de intereses desproporcionados y comisiones de todo tipo, exprimía sin compasión, se ve, dicen, obligada a refinanciarse – qué ironía – con unos créditos que alcanzan unas cifras innombrables e intraducibles a las antiguas pesetas, que de una u otra forma habrán de acabar afectando a los mismos de siempre, vía impuestos, tasas y recortes varios.
Las espaldas de los sufridos ciudadanos no pueden cargar con más peso, a la par que seguimos con asombro e indignación, cómo van apareciendo nuevas y escandalosas corruptelas, nuevas e irritantes indemnizaciones millonarias y perdones fiscales que salen a cuento e inducen a defraudar dado lo rentable que resulta declarar un diez por ciento de enormes cantidades ocultadas al fisco, que no va a preguntar nada, que va a mirar hacia otro. Un excelente negocio, que como costumbre supone un agravio comparativo más hacia los más humildes, hacia los de menor poder adquisitivo que son los que tienen que cargar con las culpas de los poderosos.
Buena falta nos haría ahora Don Alonso Quijano. Retornaría de nuevo con ansias renovadas y lanza en ristre acometería contra tanto desalmado desfaciendo entuertos sin cuento. Necesitaría ayuda, sin duda, además de la inestimable que le proporciona Sancho Panza, que ahora ya no trataría de convencer a Don Quijote que sus batallas y luchas contra tantos gigantes eran inútiles e innecesarias. Ahora, sin duda, le animaría en su fiero batallar contra tanto malandrín como anda suelto, partiendo de nuevo en busca de aventuras, desde las hermosas llanuras y campos de la Mancha.

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