viernes, 29 de junio de 2012

ANÓNIMOS BIENHECHORES

En estos tiempos de búsqueda del bienestar a toda costa, del cuidado personal llevado hasta sus límites más extremos, del hedonismo más exacerbado, con una incalificable obsesión por poseer más y vivir mejor, por destacar tanto a título personal como profesional, por exhibir a toda costa los llamados signos externos de riqueza, destacan por encima de tanta y tan extrema ambición esas gentes anónimas, que las hay, que se dedican a ayudar a los demás, sin necesidad de publicarlo, de incógnito, sin aspavientos ni pavoneos que dejen constancia de su caridad calculada.
Son personas admirables, humanas por encima de todo, que viven su vida sin olvidar a los que puedan necesitarlas sin pedir nada a cambio. La mayoría es gente humilde que se entrega a los demás, sin egoísmo alguno y que dan cuanto pueden de sí mismos llevándolo a cabo de formas diversas, siempre en silencio, llevadas por un espíritu de solidaridad y de entrega que les honra profundamente. Son personas que consiguen que creamos de nuevo en la bondad, equidad y fraternidad que debería siempre alumbrar a la especie humana.
Por los medios de comunicación nos enteramos en ocasiones de personajes públicos, por razón de su cargo o profesión, que a diferencia de tanto cantamañanas famosillo/a, de tanto corrupto de guante blanco, de tanto mangante sin escrúpulos, viven sin ostentación alguna aunque pudieran hacerlo – ello no es obstáculo, no obstante, para reconocer y agradecer su filantropía - dedicando parte de su tiempo y de su capacidad económica a ayudar a los más necesitados.
En ocasiones solemos enterarnos de su generosidad una vez que han dejado este mundo, como es el caso de muchos que aquí no voy a citar pero que son de dominio público, de los cuales, quizás, por diversas razones a causa de su imagen pública, no cabría esperar, constituyendo este hecho una sorpresa de tal calibre, que a partir de ese momento, dicho personaje con el que quizás en vida no simpatizamos, nos resulte ahora de los más amable y conmovedor.
La mayoría, nos limitamos a colaborar puntualmente o con una aportación frecuente, a determinadas instituciones benéficas de diverso orden, que a la par que suponga de hecho una pequeña aportación o ayuda, nos reporte una cierta tranquilidad ante la mala conciencia que solemos tener al ver tanta miseria y desdicha instalada en tanta gente de este atribulado Mundo. Algo es algo, nos decimos, aunque convencidos estamos de que podríamos y deberíamos hacer más. Así nos consolamos y justificamos.
Recientemente he leído en la prensa que un conocido deportista español había sufragado los gastos del tratamiento médico de un compañero de profesión aquejado de una cruel enfermedad, víctima de la cual, al final murió. Nada se sabía, ni nada quería él que se supiese. Los medios de comunicación, así como las redes sociales con su enorme influencia en todas las capas de la sociedad, han hablado del tema, alabando y resaltando su actitud, que profunda y humanamente honra a este deportista.
Mi madre, una buena mujer a la que tanto quiero y que tanto lamento su ausencia, siempre se desvivió por echar una mano a los demás entre las gentes del pueblo, adonde con frecuencia voy a verlos a los dos, donde reposan en paz juntos, en el pueblecito de Segovia que los vio nacer. Se decía de vez en cuando con su genio vitalidad que siempre le caracterizó: cagüen la mar, cada uno va a la suyo, ya nadie ayuda los demás. Y llevaba razón, en tiempos, toda la gente se echaba una mano, se ayudaban, no era necesario que nadie lo pidiera, todo el mundo estaba pendiente de los demás, se compartía, todo para todos, en la siega, en la matanza, en las cenderas donde toda la gente del pueblo se unía para llevar a cabo trabajos en beneficio de todos.
Otra gran verdad que mi madre, la Tía María, solía repetir con frecuencia, que procuro honrar siempre y que reza así: es de bien nacidos ser agradecidos.

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