martes, 17 de julio de 2012

VOLVER A LOS ORÍGENES

Recientemente ha llegado a mis manos un texto sobre un idílico país llamado Finlandia, uno de los que disfrutan de una envidiable calidad de vida, situado en los primeros lugares de la lista de los mejores países como se les denomina ahora, donde las gentes son eminentemente felices. Con apenas cinco millones de habitantes, con una igualdad social y económica entre ellos absolutamente envidiable, donde las diferencias entre las denominadas clases sociales parecen no existir, donde la armonía y la ausencia del afán de destacar por encima de los demás brilla por su ausencia, y donde sobre todo, y es lo que más ha llamado mi atención y causado mi asombro, el respeto por la tierra, por los orígenes, por congraciar la modernidad con las tradiciones es norma comúnmente admitida y signo de profundo respeto y admiración de unos ciudadanos que en su inmensa mayoría se declaran sumamente felices.
Aman los bosques, respetan los campos y conservan los aperos de labranza de sus antepasados. Las jerarquías apenas dan muestra de su existencia, la gentes es democrática e igualitaria. La enseñanza es gratuita y los hijos de los trabajadores y de los directivos de la fábrica, van juntos a la misma escuela, así como la criada comparte la ropa con la dueña de la granja. No hay opulencia, nunca han sido ricos, llevan una vida confortable y sencilla y todos trabajan juntos.
Mientras que en la Europa del Sur, la emigración del campo a la ciudad fue brutal, con un abandono masivo de los pueblos, en Finlandia nunca se abandonó la agricultura en su afán por conectar con el progreso, y así, se prolongó la relación con el campo. Después de la guerra, se cultivaban verduras en los jardines, hortalizas y otros productos del campo, una costumbre que aún hoy sigue vigente. La innovación, la modernidad, toda la tecnología más actual, sin raíces, desaparecerá.
Leo y contemplo los maravillosos paisajes salpicados de miles de lagos que han logrado mantener impolutos y que proporcionan a la naturaleza una belleza hermosa y salvaje que emociona al lector. El respeto por el entorno une a sus ciudadanos que jamás reniegan de sus orígenes campesinos porque nunca han abandonado su lugar de procedencia, haciendo que sus ciudades sean una prolongación del campo que con tanto esmero cuidan.
Vuelvo mis ojos al lugar donde nací y mis recuerdos recorren la maravillosa naturaleza donde sigue enclavado el sosegado y precioso pueblecito que contempló mis primeros y deliciosos años de mi vida. Todo sigue igual que entonces, con la montaña en un prolongado arco de ciento ochenta grados que todo lo domina, de un gris azulado en verano y de un blanco inmaculado en invierno. Me extasía contemplarla durante largo rato, inmóvil, sosegada y desafiante a la vez, parece proteger con sus brazos extendidos, cuanto domina desde sus altivas cimas.
El río, el bosque, las praderas, los huertos, las alamedas que salpican el campo cortado de vez en cuando por sendas y caminos que invitan a pasear y contemplar las maravillas que la paz de los campos nos depara. Sólo hay que abrir los ojos del corazón y disfrutar del paseo, de los fragantes olores, de los delicados y múltiples colores, de los recuerdos que nos sumen en una dulce nostalgia, todo en medio de un silencio amable y acogedor que nos invita a la vida sencilla, tranquila y reconfortante que sólo el contacto directo con la naturaleza puede ofrecer.
Aquellas noches de verano con una luna tan poderosa y hermosamente brillante que las convertía en día, con una claridad asombrosa, transparente y cristalina como jamás he vuelto a contemplar. Y elevar la vista al cielo y contemplar miles de puntos brillantes, que aún hoy constituyen un espectáculo de una belleza indescriptible que lo convierten en un privilegiado observatorio para observar la Vía Láctea, el Camino de Santiago con una nitidez increíble, miles de millones de estrellas refulgiendo y atravesando el cielo como si de una mancha blanca se tratara.
Volver a los orígenes, ahora más que nunca, cuando la vida en las grandes ciudades se hace cada vez más insoportable, más contaminada, ruidosa y agresiva que nunca, cuando los problemas económicos se multiplican y se hace insostenible la supervivencia. Quizás habría que volver los ojos de nuevo al campo, a los pueblos y pequeñas ciudades donde la vida es más grata, tranquila y amable con las gentes, más humanizada y tolerante, más sencilla y afable.

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