jueves, 26 de julio de 2012

MENSAJEROS DEL HASTÍO

La vida ya es lo suficientemente dura como para que nos lo recuerden todos los días desde primeras horas de la mañana, insistente y machaconamente, sin pausa ni dilación, obstinadamente, sin faltar a su cita matinal, obsesivamente, como si temieran que se nos olvidasen los problemas que venimos años ya acarreando, crisis, recortes, intereses de la deuda, primas de riesgo, rescates, más y más crisis.
Que nos quede claro, que no se nos puede olvidar, que debemos repetirlo una y mil veces durante el día para que vivamos con una especie de sentimiento de culpa que nos mantiene en la angustia permanente de la inseguridad, la duda y la incertidumbre ante un incierto presente y un vacilante futuro del que dudamos pueda existir más allá de los problemas cotidianos.
Son incapaces de suavizar el estado de un camino ondulado y sinuoso, lleno de asperezas y obstáculos. No tienen imaginación ni sensibilidad alguna para comprender a la gente, a la pobre y buena gente que sufre cada día los golpes de quienes tienen el poder de decidir por los demás, de gobernar y controlar su vida sin un ápice de humana delicadeza que les acerque a sus problemas, intentando mitigar sus ya maltratadas existencias.
Les falta ese punto de emotividad, de sentimiento, de ternura que tornaría sus duros y agrios mensajes en actos de piadosa comprensión hacia quienes va destinado tan matemático, rígido y tecnocrático discurso que abruma, cansa y aburre hasta las ovejas, afortunadas ellas de no tener que soportar a estos mensajeros del hastío.
Y vuelven a la carga cada hora en cada uno de los diarios, bien sea en la radio, en la televisión o en los periódicos, en las tertulias, en los debates, en las encuestas. Están en todos lados, en todo momento y en toda ocasión. Nos tienen rodeados.
Incapaces de promocionar la cultura, de difundir la belleza, de hablar de arte, literatura, música, comienzan y terminan el día con la misma canción malsonante y obsesivamente repetida de la maldita crisis, que a modo de lavado de cerebro va instalándose en una población que no ve la salida de este oscuro túnel al que nos han conducido.
Cada vez puede contemplarse a más gente, más cabizbaja, más silenciosa, con menos ilusión, con menos esperanza, más ensimismados, menos optimistas, huyendo de unos problemas que en gran parte les acucian y en gran medida les recuerdan continuamente.
Consumid nos dicen, pues sin consumo no hay salida a la crisis, pero ahorrad, no derrochéis, que de eso ya nos encargamos nosotros. Son mensajes ambiguos y contradictorios que chocan frontalmente con las medidas económicas represivas que han adoptado contra unos ciudadanos que ven como su poder adquisitivo disminuye cada día.
Dudo mucho que estos mensajeros del miedo lean a Federico García Lorca, a Antonio Machado, a Miguel Hernández, a Alberti, a Baroja, a Delibes, a García Márquez. No creo que ni siquiera lean, salvo sus dosieres, memorandos e informes llenos de cifras, datos y estadísticas desprovistos de sensibilidad alguna.
Si nos despertasen cada mañana con la lectura de un poema, de un capítulo del Quijote o con un agradable tema musical, quizás nos levantásemos con otros ánimos que nos alegrasen el duro día que comienza, haciéndolo más llevadero, más amable, y en la medida de lo posible, más feliz.

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