Cada vez es más difícil señalar los elementos
característicos diferenciadores de los partidos políticos, de sus idearios,
ideologías y demás peculiaridades, singularidades y propiedades varias que los
determinan y que deberían constituir el conjunto de características a ofrecer a
la opinión pública en general y a sus afines en particular, las cuales se van
difuminando de tal manera que a la hora de la verdad, una vez llegados al
poder, todos parecen comportarse igual, todos presentan las mismas maneras y
todos se olvidan por igual de quienes los auparon a sus puestos actuales, es
decir, sus votantes.
No obstante, al menos
formalmente, la izquierda – no sé si aún debería llamarla así – mantiene unas posiciones éticas y estéticas que
denotan una sensibilidad y una sutil delicadeza que la derecha ni tiene ni
parece querer poseerla, sobre todo ahora, que ostenta un poder omnímodo,
absoluto y total, que ejerce con altanera osadía y con una suficiencia
insultante, que de todas formas en poco se diferencia de cuando el partido que
ahora está en la oposición se encontraba en similares circunstancias, aplicando
ambos, cada uno en su momento, el conocido y muy recurrido y socorrido rodillo
que todo lo arrasa.
Estos con su altiva arrogancia
y aquellos con su insoportable talante, ofrecen y ofrecían un penoso y
lamentable espectáculo que ni se molestan en disimular. Supongo que la soberbia
del poder les domina y cambia hasta tal punto de que olvidándose de quienes les
situaron hasta adonde ahora están, se dedican a gobernar hacia adentro, para
ellos y por ellos, haciendo oídos sordos de todo cuanto se mueve a su
alrededor, que parece no existir, como si se hubieran quedado solos, ciegos y
sordos de tanto mirarse y escucharse a sí mismos, con una complacencia tal que
no están más que para contemplarse el ombligo.
Más que sorpresa, extrañeza y
confusión, es la que ofrece la actual respuesta del presente gobierno a los
acontecimientos que diariamente tienen lugar en la calle, causan desconcierto,
pasmo y estupefacción, pues a las críticas diarias que surgen por doquier hacia
su actuación en todos los terrenos, se unen las manifestaciones diarias y
algaradas varias por parte de numerosos colectivos y sectores, léase sanidad,
educación, investigación – sólo faltan los desempleados - bien en la calle,
bien en los mismos hospitales, colegios, universidades, centros de
investigación etc.
Y sin embargo, no se dan por
aludidos, no pasa nada, dan la impresión de que no va con ellos, por lo que
mantienen su altanera actitud sin un ápice de tímido desconcierto o de una
mínima preocupación que denote una receptividad consciente ante lo que está
sucediendo, lo cual se traduce en un renovado cabreo por parte de una
ciudadanía que no se siente representada por ellos, sino más bien burlada y
estafada por quienes no parecen mostrar la más mínima sensibilidad ante los
sufrimientos de quienes han de soportar las duras medidas por parte de un
gobierno que no se da por enterado de cuando tiene lugar a su alrededor.
Con todo, lo más ridículo y
mezquino es la omnipresente y sempiterna justificación basada en que ellos no
tienen responsabilidad alguna ni de la situación actual ni de las consecuencias
que necesariamente han de surtir sus decisiones. La culpa recae enteramente en
el gobierno anterior y en la famosa herencia recibida. ¿Pero es que jamás van a
aceptar la responsabilidad que les corresponda por las decisiones tomadas
después de un año en el gobierno? ¿Pasarán los cuatro años de legislatura y continuarán
con la misma canción? Resulta inconcebible e insoportable, que desde el
presidente hasta el último responsable del gobierno, eludan una y otra vez las
consecuencias de sus actos. Yo no he sido, han sido ellos, dicen una y otra
vez, en un discurso que ya aburre hasta las ovejas y que deberían obviar de una
vez.
Mientras tanto la oposición
continúa desaparecida, cabizbaja y sin capacidad alguna de reacción. Menos mal
que ya llevo muchos años sin votar, pero el cabreo que comparto con el resto de
los ciudadanos de este País es el mismo.
Y no creo aquello de que
tenemos los políticos que nos merecemos. O sí.
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