Es difícil asumir día tras día,
que comienza una nueva jornada en un País que parece asolado, triste y
desesperanzado, como si no quisiera continuar, como si ya hubiera vivido lo
bastante como para no seguir soportando tanto desaire, tanto escarnio, tanta
estafa continua e insoportable, que se está convirtiendo con el paso del tiempo
en una sensación de engaño, de fraude, de desprecio hacia una ciudadanía
golpeada por unos desalmados con aires de señoritos en unos casos, de chulos en
otros y de soberbios, inútiles e ineptos en los demás, mensajeros todos de la
más recia y cutre sabiduría española del todo vale con tal de llenarse los
bolsillos, de mantenerse en la poltrona y de permanecer en ella a toda costa, que
para eso me han elegido, a mí, que soy un demócrata de toda la vida.
Desalentador
hablar con la gente y comprobar como más pronto que tarde, saldrá el tema del
paro, de los conocidos próximos que ya llevan años desempleados, muchos sin
prestación alguna, de que con esa edad ya no encontrará nada, pese a su
experiencia, y con quince o veinte años por delante para poder cobrar algo de
jubilación, si es que lo logra, ya ves, le pueden quedar, como suele decirse,
cuatro euros, y no digamos si salen a colación los jóvenes, en casa con treinta
años, sin oficio ni beneficio, con un porcentaje del cincuenta por ciento de
desempleo, porque salir al extranjero lo tienen difícil, sin preparación
suficiente, sin idiomas, sin cualificación, y más ahora que han reducido de
forma trágica la formación a todos los niveles, y si no que se lo digan a los
parados, que antes podían reciclarse, formarse, adquirir nuevos conocimientos
que les fueran útiles para encontrar un trabajo, que por otra parte ya no hay,
pero que los tenía en el aula durante varios meses cinco horas al día en
contacto con otra gente, ocupados en definitiva el cuerpo y la mente.
Y ahora
están en casa, dándole vueltas a lo mismo cada día, cada hora, tratando de
encontrar una salida, una respuesta, una solución, para volver siempre al mismo
punto de partida, y volver a comenzar, para acabar entrando en una
desesperación que les tortura y que trastoca y perturba el ambiente familiar,
que generalmente poco puede hacer sino darle ánimos, dárselos entre todos,
porque desgraciadamente hay muchas unidades familiares en las que todos sus
integrantes están sin trabajo.
La gente está soportando lo indecible, y por ahora todo
queda en gestos de ira, frases llenas de una mal contenida indignación, cabreos,
enfados. ¿Pero hasta cuando va mostrarse así de moderada una ciudadanía que
soporta tanta villanía, tanta necedad, tanta burla cruel? Escucho la radio y
oigo a la gente cuando interviene en los programas en los que se les da paso para
que se muestren abierta y libremente y se expresen con cuanta rotundidad puedan
hacerlo. Ira, rabia, furia incontenible desprenden la mayoría de las personas
que descargan toda su indignación sobre el estado de las cosas, sobre el
corrupto de turno que se permite la desfachatez de apuntarse al paro, de los
ladrones de guante blanco que abundan por doquier, del titulado nobiliario que se
aprovecha de su posición para enriquecerse, de los derroches habidos por
políticos estúpidos y corruptos, de los bancos rescatados con cantidades
inimaginables, de los banqueros con sueldos y pensiones millonarias, de los
trágicos y sobrecogedores desahucios.
Y muchos, después de dos o tres minutos que les permiten
decir lo que piensan, terminan con aquello de sacar la escopeta y salir a la
calle, se cabrean, maldicen, alguno llega a las lágrimas, y casi siempre, se
preguntan por qué los políticos, el gobierno, la oposición, se burlan de ellos,
de nosotros. Y no hay respuesta.
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