Y con todo mi respeto hacia los
que creen, precisamente cuando los cardenales electores se encierran por
primera vez en la Capilla Sixtina – joya del Renacimiento y obra maestra del
genial Miguel Angel, bastante maltratada ya por los miles de visitantes diarios
– con el objeto de elegir a un nuevo Papa después de la sorprendente renuncia
de Benedicto XVI, que ha dejado perplejos tanto a unos como a otros, ya que
como de costumbre, las intrigas palaciegas del Vaticano y sus trapos sucios,
quedan de puertas adentro, lo que imposibilita conocer con exactitud los motivos
que han movido al Papa Ratzinger a tomar una decisión harto extraña en la
historia del Papado, aunque todo parece indicar que lo que él aduce en cuando
al cansancio y la fatiga que le impedían seguir con sus funciones no estaría
lejos de la realidad, es más, es seguro a la vista de su aspecto y del
progresivo agotamiento que se le ha venido observando.
Dicha incapacidad para
continuar con su cargo, como él mismo ha reconocido, gesto que considero digno
de halago, pese a que muchos de sus fieles se lo recriminan, no excluye el
hecho de que haya sido debido a presiones de todo tipo por parte de los
llamados lobos del Vaticano, que los hay, como suelen abundar en toda organización
con una influencia a nivel mundial como la que sigue ejerciendo una Iglesia
Católica aún poderosa, con enormes intereses económicos, más terrenales que
espirituales, a los que de ninguna forma renunciarán jamás los oscuros jerarcas
que mueven los hilos de la Curia Romana, a espaldas del Sumo Pontífice, que
como en todas las instituciones de este calibre, vigilan al ocupante de la vértice
de la pirámide del poder, velando que no cometa desviación alguna que pueda
poner en peligro la buena marcha de la institución, que en este caso cuenta con
una trayectoria de dos mil años.
Cuando el cardenal Ratzinger
fue elegido Papa, ya era conocido como el Rotweiler de Dios, debido a su fama
de de hombre riguroso y profundamente dogmático. Fue Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe – antigua inquisición – hombre muy culto y preparado,
domina varios idiomas y hombre de confianza del anterior Papa, le precedía por
lo tanto una ejecutoria de dureza que en realidad no ha llevado a cabo en su
Pontificado, que pese a seguir una línea más o menos continuista en cuanto a la
incapacidad de la Iglesia para ponerse al día y aliarse con una modernidad que
no es capaz de asimilar, tuvo el atrevimiento de denunciar algunos errores de la iglesia y pedir
perdón por ellos, así como tímidos intentos de modernización y cambios en los
turbios y oscuros manejos económicos, todo lo cual le ha llevado a granjearse la
oposición de los elementos más duros e intransigentes de quienes velan por que
nada cambie en la Iglesia Católica.
Imposible evitar el recuerdo
del cardenal Albino Luciani, nombrado Papa como Juan Pablo I, que ocupó el
trono de San Pedro durante treinta y tres días, en un suceso sumamente oscuro y
siniestro como tantos por los que ha atravesado la Iglesia Católica, y que
nunca se desvelará, aunque hay motivos más que suficientes para suponer que lo eliminaron
los mismos que han removido de su puesto a Benedicto XVI. Juan Pablo I,
pretendió llevar a cabo cambios que suponían de hecho el acercamiento de la
Iglesia a los pobres y desheredados de la Tierra, es decir, materializar el
mensaje de Jesús, para lo que estaba decidido a cambiar la Sede del Vaticano a
un barrio pobre de Roma, y otras radicales y sustanciales medidas que los lobos
no estaban dispuestos de ninguna manera a permitir.
La Iglesia continúa alejándose
día a día del mundo real en el que vivimos y el nuevo elegido para ocupar el
sillón de Pedro, tal como hablan los medios de comunicación, teniendo en cuenta
los cardenales con más posibilidades, no
parece que posea un historial como para esperar que transforme una institución
tan anquilosada, anclada en un pasado que es incapaz de abandonar, con un
historial tan turbio y con tan pocos deseos de cambiar, cuya única obsesión es la
de continuar y perpetuarse en unos tiempos que cambian a una velocidad tal que
son incapaces de seguir y que los va relegando poco a poco, mientras continúan
haciendo ostentación de un poder más terrenal que divino a través de un boato y
de una soberbia impropios de una institución, que no predica con el ejemplo y que
va perdiendo adeptos en un camino que no se perpetuará en el tiempo, y que
exige cambios profundos para adecuarse a una modernidad de la que ha renegado
siempre a lo largo de su historia.
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