Malos tiempos corren para el
diccionario, y por ende para la lengua cuyos términos y voces recoge, acosado
continuamente por tirios y troyanos, golpeado en cuantos ámbitos se desenvuelve,
donde más se requieren sus servicios, maltratado por quienes deberían velar por
él, porque de alguna forma de él viven, ya que gracias a él y a su variado
contenido desarrollan su profesión y viven de la palabra que utilizan, de tal
forma que parecen renegar de él, relegándolo a un segundo plano, y no hablamos
necesariamente de los más jóvenes, que tienden a utilizar los vocablos
reduciéndolos a su menor expresión, alterándolos y simplificándolos en un afán
de reducir al máximo la longitud del mensaje, siempre con la intención de
economizar en el mismo, no sólo por comodidad, sino por exigencias de la
tecnología que les condiciona a la hora de comunicarse, cosa que por otra parte
les ocupa gran parte de su tiempo.
Son los políticos, personajes públicos,
famosos, famosillos y desafortunadamente demasiados profesionales de la
comunicación, los que utilizan incorrectamente y con harta frecuencia una
lengua que a menudo desconocen lo suficiente para emitir adecuadamente el discurso,
que de una forma a veces grotesca, a veces ridícula y las más, simplemente
incorrecta, usan vocablos cuyo significado desconocen, cayendo en un espantoso
y bochornoso ridículo, en su pretensión de elaborar un mensaje que en su
ingenuo atrevimiento consideran de alto nivel, correcto, culto y altisonante,
que en boca de tanto famosillo cutre, vulgar y de una incultura rayana en la
estupidez más atrevida, resultan ofensivos a la inteligencia, la sensibilidad y
el respeto debido a una lengua, que todos deberíamos observar, adaptando
nuestro discurso a los conocimientos que de nuestro idiomas poseemos.
Hablar con propiedad, debería ser la norma, con
conocimiento de causa, con el objeto y la intención de que el receptor logre
entender el mensaje emitido, sin ambages, empleando los términos adecuados al
auditorio, sin que haya posibilidad de confusión a la hora de comprender lo
emitido y sin rodeos, que no hacen sino confundir y desorientar, medio al que
suelen recurrir quienes no desean arrojar luz, ni aportar verdad sobre oscuros
asuntos acerca de los cuales no tienen intención alguna de aclarar.
Basta
con que a alguien relevante, se le ocurra un término, digamos original, no
utilizado hasta el momento, mitad
novedoso, mitad cutre, para que todo el personal afín se lance a
utilizarlo, como si de posesos se tratara, ufanos ellos, como si su uso
conllevara un prestigio y un estar al día que en absoluto tiene, ya que más
bien, lo que denota es una falta de personalidad, de originalidad y de sensatez
notables, de lo cual el personaje en cuestión, evidentemente carece.
Y así
nos encontramos hoy en día con un término – recular - que aunque el diccionario lo admita a la hora
de utilizarlo para indicar un cambio de postura, una enmienda, una corrección,
su simple sonido, por desagradable, así como la imagen semántica que en
principio nos deja escépticos, aconsejan su utilización para otros usos, y que
en mi caso siempre lo he asociado, desde mi más tierna infancia, al hecho de
indicar a un animal, sólo o uncido a un carro, que debe retroceder, dar marcha
atrás. Esto me recuerda al Presidente del Gobierno “reculando”, cuando se
encontró, creo que en los pasillos del Congreso, con una nube de periodistas, evitándolos
de la forma más burda que he visto en la vida, haciendo mutis por la primera
puerta lateral que encontró.
El
último ejemplo de discurso ininteligible, embrollado y confuso, lo tenemos sin
duda en la incalificable intervención de la Sra. Cospedal, a la hora de
responder a una pregunta sobre la indemnización que su partido había concedido
al último gran corrupto, cuyo nombre prefiero no citar. Lo hizo de tal forma,
con un lenguaje tan enredado y difuso, que provoca sorpresa, hilaridad y pasmo,
pues utiliza dos términos “simulación” y “diferido”, vocablos correctos en sí
mismos, pero haciéndolo en un contexto tal, que incurre en una incorrección
lingüística absoluta, con la consiguiente incapacidad por parte del receptor de
comprender un mensaje totalmente incomprensible.
Hablar
con propiedad y corrección absolutas, no está alcance de cualquiera. No es
necesario llegar a ello, basta con utilizar los términos que conocemos, sin
pretensiones absurdas, fuera de nuestro alcance, mostrándonos tal como somos y sobre
todo, interviniendo en los temas que conocemos. En caso contrario, caeremos en
el ridículo más espantoso. Pero ya se sabe. Hay gente para todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario