viernes, 8 de marzo de 2013

RECULAR, DIFERIR Y SIMULAR

Malos tiempos corren para el diccionario, y por ende para la lengua cuyos términos y voces recoge, acosado continuamente por tirios y troyanos, golpeado en cuantos ámbitos se desenvuelve, donde más se requieren sus servicios, maltratado por quienes deberían velar por él, porque de alguna forma de él viven, ya que gracias a él y a su variado contenido desarrollan su profesión y viven de la palabra que utilizan, de tal forma que parecen renegar de él, relegándolo a un segundo plano, y no hablamos necesariamente de los más jóvenes, que tienden a utilizar los vocablos reduciéndolos a su menor expresión, alterándolos y simplificándolos en un afán de reducir al máximo la longitud del mensaje, siempre con la intención de economizar en el mismo, no sólo por comodidad, sino por exigencias de la tecnología que les condiciona a la hora de comunicarse, cosa que por otra parte les ocupa gran parte de su tiempo.
Son los políticos, personajes públicos, famosos, famosillos y desafortunadamente demasiados profesionales de la comunicación, los que utilizan incorrectamente y con harta frecuencia una lengua que a menudo desconocen lo suficiente para emitir adecuadamente el discurso, que de una forma a veces grotesca, a veces ridícula y las más, simplemente incorrecta, usan vocablos cuyo significado desconocen, cayendo en un espantoso y bochornoso ridículo, en su pretensión de elaborar un mensaje que en su ingenuo atrevimiento consideran de alto nivel, correcto, culto y altisonante, que en boca de tanto famosillo cutre, vulgar y de una incultura rayana en la estupidez más atrevida, resultan ofensivos a la inteligencia, la sensibilidad y el respeto debido a una lengua, que todos deberíamos observar, adaptando nuestro discurso a los conocimientos que de nuestro idiomas poseemos.
Hablar con propiedad, debería ser la norma, con conocimiento de causa, con el objeto y la intención de que el receptor logre entender el mensaje emitido, sin ambages, empleando los términos adecuados al auditorio, sin que haya posibilidad de confusión a la hora de comprender lo emitido y sin rodeos, que no hacen sino confundir y desorientar, medio al que suelen recurrir quienes no desean arrojar luz, ni aportar verdad sobre oscuros asuntos acerca de los cuales no tienen intención alguna de aclarar.
            Basta con que a alguien relevante, se le ocurra un término, digamos original, no utilizado hasta el momento, mitad  novedoso, mitad cutre, para que todo el personal afín se lance a utilizarlo, como si de posesos se tratara, ufanos ellos, como si su uso conllevara un prestigio y un estar al día que en absoluto tiene, ya que más bien, lo que denota es una falta de personalidad, de originalidad y de sensatez notables, de lo cual el personaje en cuestión, evidentemente carece.
            Y así nos encontramos hoy en día con un término – recular -  que aunque el diccionario lo admita a la hora de utilizarlo para indicar un cambio de postura, una enmienda, una corrección, su simple sonido, por desagradable, así como la imagen semántica que en principio nos deja escépticos, aconsejan su utilización para otros usos, y que en mi caso siempre lo he asociado, desde mi más tierna infancia, al hecho de indicar a un animal, sólo o uncido a un carro, que debe retroceder, dar marcha atrás. Esto me recuerda al Presidente del Gobierno “reculando”, cuando se encontró, creo que en los pasillos del Congreso, con una nube de periodistas, evitándolos de la forma más burda que he visto en la vida, haciendo mutis por la primera puerta lateral que encontró.
            El último ejemplo de discurso ininteligible, embrollado y confuso, lo tenemos sin duda en la incalificable intervención de la Sra. Cospedal, a la hora de responder a una pregunta sobre la indemnización que su partido había concedido al último gran corrupto, cuyo nombre prefiero no citar. Lo hizo de tal forma, con un lenguaje tan enredado y difuso, que provoca sorpresa, hilaridad y pasmo, pues utiliza dos términos “simulación” y “diferido”, vocablos correctos en sí mismos, pero haciéndolo en un contexto tal, que incurre en una incorrección lingüística absoluta, con la consiguiente incapacidad por parte del receptor de comprender un mensaje totalmente incomprensible.
            Hablar con propiedad y corrección absolutas, no está alcance de cualquiera. No es necesario llegar a ello, basta con utilizar los términos que conocemos, sin pretensiones absurdas, fuera de nuestro alcance, mostrándonos tal como somos y sobre todo, interviniendo en los temas que conocemos. En caso contrario, caeremos en el ridículo más espantoso. Pero ya se sabe. Hay gente para todo.

No hay comentarios: