domingo, 17 de marzo de 2013

NO NOS QUEDA OTRA

Es ésta una expresión para mí muy gráfica y significativa que desde siempre he tenido presente porque se utilizaba con mucha frecuencia en el ambiente familiar y social en el que desde la infancia me he desenvuelto, que sigue siendo tan elocuente y expresiva como entonces y que cada día va cobrando más sentido dados los tiempos que corren, preocupantes, frustrantes y absolutamente omnipresentes, hasta el punto de convertirse en el tema casi obligado en cualquier ambiente donde se reúnen un mínimo de dos personas, conocidas o no, ya que se puede entablar una conversación sobre los difíciles momentos presentes tanto en una cola de espera, ya sea en una fila de una institución oficial,  como en la del autobús, como en la del supermercado o cualquier otra, donde algo o alguien dará motivo para que se encienda la mecha que iniciará la cadena de quejas, lamentos y consideraciones sobre lo mal que funciona el susodicho servicio oficial, el citado transporte público o la correspondiente tienda de alimentación que se extenderá al resto de los problemas que acucian diariamente a las sufridas gentes.
No nos queda otra, dadas las preocupantes circunstancias actuales, que la queja continua y perseverante, la protesta obstinada y tenaz, para intentar cambiar la prolongada y pertinaz situación que aqueja a una población que no sabe ya que hacer, cómo oponerse, adónde dirigirse para decir basta ya. Horroriza contemplar a la gente pidiendo, como en Portugal que vuelva un segundo veinticinco de abril, una segunda revolución de los claveles – revolución ilusionante donde las haya pero que desgraciadamente la desactivaron más pronto que tarde – en Grecia y en Italia, dónde como aquí, en España, se invita a la desobediencia civil, a asaltar los mercados donde buscar el alimento que ya no pueden conseguir civilizadamente porque no les llega para tanto el mísero sueldo o la mínima prestación, si es que la tienen.
No nos queda otra que denunciar a viva voz, en la calle, en el trabajo, en los medios de comunicación, allí donde nos podamos hacer oír, que en nuestro País más de seiscientas mi familias viven, más bien sobreviven, no se sabe cómo, sin que ninguno de sus intrigantes lleve a casa un sueldo, todos ellos sin trabajo, sin ilusión, sin esperanza, condenados a recibir cada nuevo día sin una mínima perspectiva de hallar un empleo, con la tremenda y desesperada certeza interior de que quizás nunca lo van a encontrar, todos los días al sol, de lunes a domingo, con la insoportable angustia gobernando sus vidas.
No nos queda otra que rezar, tal como repite una y otra vez el Papa Francisco, que desde que llegó, parece haberse convertido en una obsesión para un sacerdote – da la impresión de que quiere que lo veamos así, como un cura argentino de sotana blanca y anillo papal – que pide para él esas preces que supongo utilizará para devolvérnoslas multiplicadas por mil, gracias a la intervención divina porque si esperamos a que lo haga su iglesia, la de los pobres a la que suele hacer referencia, y que nadie ve ni verá, porque aunque fuera sincero, aunque lo intentase, simplemente se lo impedirían, ya que dudo mucho que, salvo honrosísimas excepciones, la iglesia oficial haga otra cosa que ocuparse y preocuparse de su supervivencia, de perpetuarse en el tiempo por los siglos de los siglos.
No nos queda otra que la resignación. Estamos en el bando equivocado, nos ha tocado en el lado de los menesterosos, con voto pero sin voz. Sólo queda esperar que en la otra vida haya una nueva oportunidad. Pero esto sería válido sólo para los que creen, por lo que yo, desde este momento, pido la baja inmediata.

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