miércoles, 20 de marzo de 2013

ATRACO A DISCRECIÓN


Acabado el racimo, el ciego dijo al Lazarillo: engañado me has, juraré yo a Dios que has comido tú las uvas de tres en tres, ¿y sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos y callabas. Así reza un pequeño pasaje de una de las obras cumbre de la novela picaresca española, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus Fortunas y Adversidades, de autor desconocido, en la que se traza un retrato despiadado de la sociedad de la época, de sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo de los clérigos y religiosos, y que por este motivo estuvo prohibida por la Inquisición, la cual permitió después su publicación, una vez convenientemente recortada.
Con la que nos está cayendo, y para hacer verdad y darle carta de naturaleza a aquello de, encima de cornudos apaleados, hay gente que traslada la picaresca del lazarillo, con sus trampas, trucos y artimañas varias, a la situación actual, al ciudadano de la calle, llegando a la conclusión absurda de que todos somos unos pícaros, que engañamos en la forma que podemos, bien sea ocultando al fisco lo poco que poseemos, lo cual es harto difícil, pues la nómina es un recibo que la administración conoce al dedillo y por lo tanto no hay manera de ocultar nada, o bien a través del iva que evitamos pagar en las facturas, cuatro euros en definitiva, lo cual equivale a decir que somos tan culpables como ellos, que estamos al mismo nivel que los corruptos de manga ancha y de aquellos que nos tienen contra la pared y que no paran de exprimirnos hasta el último céntimo.
No, en absoluto, radicalmente no. Flaco favor nos hacemos si a esas conclusiones llegamos. Somos en este tablero de ajedrez, los más débiles, los agraviados, los que sufrimos las consecuencias de las jugadas de los poderosos, que acaban siempre ganando la partida, que nos dan el jaque mate de cientos de formas diferentes, unas más sutiles que otras, pero siempre dolorosas para los mismos, por lo que no podemos ni debemos sentirnos culpables como los que así piensan, pretextando que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, - a lo mejor compramos un frigorífico un poco más caro, o una tele mejor, o nos atrevimos a comprar un lavavajillas o a cambiar de coche, o en el colmo del despilfarro, un piso dónde poder cobijarnos – con lo cual les estamos dando argumentos a aquellos que están al otro lado del tablero de ajedrez.
Me imagino la sonrisa que exhibirán, su cara de satisfacción, la expresión ufana y morbosamente ostentosa con que se mostrarán abiertamente entre ellos al leer semejantes desatinos que les dejan el camino expedito, limpio y despejado para tomar las medidas que crean adecuadas, ya que creerán justificadas, dirán ellos, dichas resoluciones, con las que parecen estar de acuerdo aquellos que han de sufrirlas, aunque no lo dirán abiertamente, sino que se limitarán a llevarlas a cabo sin argumentar nada, pese a la oposición evidente que ven y oyen, tanto en la calle como en los puestos de trabajo, instituciones y otros medios, y que parece explicar el por qué obran con tanta soberbia, sin dar ni un paso atrás.
Leo sobre el atraco, que bajo un disfraz legal se va a llevar a cabo en Chipre, donde van a entrar a saco en las cuentas de los desafortunados ciudadanos – los peces gordos hace tiempo que habrán retirado su imposiciones, si es que las tuvieran en los bancos de los de a pie, lo cual dudo – con nocturnidad y alevosía, para llevarse una parte de los menguados ahorros de los sufridos ciudadanos, lo cual me lleva a recordar la genial película, Atraco a las Tres, que seguramente habrán visto, en la que se narra cómo unos empleados del banco planean atracar la oficina dónde trabajan. El mismo día del atraco, a la misma hora, unos atracadores de verdad coinciden con ellos en el intento del robo. Los trabajadores aprendices de ladrones, no sólo no roban el banco, sino que impiden que los otros lleven a cabo el atraco. El director del banco, agradecido, les premia con una paga extra.
Encima de pobres, honrados. Demasiados quijotes para tanto bribón, truhán y maleante suelto.

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