Acabado el racimo, el ciego
dijo al Lazarillo: engañado me has, juraré yo a Dios que has comido tú las uvas
de tres en tres, ¿y sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que
comía yo dos a dos y callabas. Así reza un pequeño pasaje de una de las obras
cumbre de la novela picaresca española, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus
Fortunas y Adversidades, de autor desconocido, en la que se traza un retrato
despiadado de la sociedad de la época, de sus vicios y actitudes hipócritas,
sobre todo de los clérigos y religiosos, y que por este motivo estuvo prohibida
por la Inquisición, la cual permitió después su publicación, una vez
convenientemente recortada.
Con la que nos está cayendo, y
para hacer verdad y darle carta de naturaleza a aquello de, encima de cornudos
apaleados, hay gente que traslada la picaresca del lazarillo, con sus trampas,
trucos y artimañas varias, a la situación actual, al ciudadano de la calle,
llegando a la conclusión absurda de que todos somos unos pícaros, que engañamos
en la forma que podemos, bien sea ocultando al fisco lo poco que poseemos, lo
cual es harto difícil, pues la nómina es un recibo que la administración conoce
al dedillo y por lo tanto no hay manera de ocultar nada, o bien a través del
iva que evitamos pagar en las facturas, cuatro euros en definitiva, lo cual equivale
a decir que somos tan culpables como ellos, que estamos al mismo nivel que los
corruptos de manga ancha y de aquellos que nos tienen contra la pared y que no
paran de exprimirnos hasta el último céntimo.
No, en absoluto, radicalmente
no. Flaco favor nos hacemos si a esas conclusiones llegamos. Somos en este
tablero de ajedrez, los más débiles, los agraviados, los que sufrimos las
consecuencias de las jugadas de los poderosos, que acaban siempre ganando la
partida, que nos dan el jaque mate de cientos de formas diferentes, unas más
sutiles que otras, pero siempre dolorosas para los mismos, por lo que no
podemos ni debemos sentirnos culpables como los que así piensan, pretextando que
hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, - a lo mejor compramos un
frigorífico un poco más caro, o una tele mejor, o nos atrevimos a comprar un
lavavajillas o a cambiar de coche, o en el colmo del despilfarro, un piso dónde
poder cobijarnos – con lo cual les estamos dando argumentos a aquellos que
están al otro lado del tablero de ajedrez.
Me imagino la sonrisa que
exhibirán, su cara de satisfacción, la expresión ufana y morbosamente ostentosa
con que se mostrarán abiertamente entre ellos al leer semejantes desatinos que
les dejan el camino expedito, limpio y despejado para tomar las medidas que
crean adecuadas, ya que creerán justificadas, dirán ellos, dichas resoluciones,
con las que parecen estar de acuerdo aquellos que han de sufrirlas, aunque no
lo dirán abiertamente, sino que se limitarán a llevarlas a cabo sin argumentar
nada, pese a la oposición evidente que ven y oyen, tanto en la calle como en
los puestos de trabajo, instituciones y otros medios, y que parece explicar el
por qué obran con tanta soberbia, sin dar ni un paso atrás.
Leo sobre el atraco, que bajo
un disfraz legal se va a llevar a cabo en Chipre, donde van a entrar a saco en
las cuentas de los desafortunados ciudadanos – los peces gordos hace tiempo que
habrán retirado su imposiciones, si es que las tuvieran en los bancos de los de
a pie, lo cual dudo – con nocturnidad y alevosía, para llevarse una parte de
los menguados ahorros de los sufridos ciudadanos, lo cual me lleva a recordar
la genial película, Atraco a las Tres, que seguramente habrán visto, en la que
se narra cómo unos empleados del banco planean atracar la oficina dónde
trabajan. El mismo día del atraco, a la misma hora, unos atracadores de verdad
coinciden con ellos en el intento del robo. Los trabajadores aprendices de
ladrones, no sólo no roban el banco, sino que impiden que los otros lleven a
cabo el atraco. El director del banco, agradecido, les premia con una paga
extra.
Encima de pobres, honrados.
Demasiados quijotes para tanto bribón, truhán y maleante suelto.
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