martes, 2 de abril de 2013

CATALUÑA VERSUS COREA DEL NORTE

La comparación o semejanza entre dos cosas, es un recurso lingüístico harto recurrido en el lenguaje tanto ordinario, de cada día, de la calle, como del lenguaje culto, literario, propio de quienes se dedican al oficio de escribir, bien en prosa, bien en verso, con el objeto de comunicar, informar o distraer, funciones propias de esa cualidad fundamentalmente humana, mediante la cual expresamos, pensamientos, sentimientos y emociones, mediante la articulación de los signos lingüísticos, convenientemente sistematizados, elementos diferenciadores de los sonidos que los animales pueden emitir, a través de los cuales son capaces de comunicarse con sus semejantes e incluso con nosotros, los seres humanos.
Mediante el símil o semejanza, figura que consiste en comparar una cosa con otra, con el objeto de dar idea viva y eficaz de una de ellas, podemos establecer el paralelismo existente entre dos objetos, situaciones o sentimientos, tratando de hacer ver el parecido entre ambas entidades o estados, consiguiendo con ello ilustrar de la forma más gráfica, expresa y clara, dicho paralelismo, logrando así un mejor y más preciso entendimiento de la idea que deseamos manifestar ante nuestros interlocutores, facilitando al mismo tiempo tanto la emisión como la comprensión del mensaje gracias a la imagen utilizada para describir la situación que deseamos manifestar.
En la vida diaria tendemos a establecer comparaciones continuamente para así hacernos entender con mayor facilidad, y lo hacemos sobre todo tipo de asuntos, temas y situaciones, con lo cual el mensaje se abrevia, consiguiendo con ello una reducción del mismo mediante las oportunas partículas del tipo “como”, “Igual que”, “parecido a”, “más que”, “menor que”, y tantas otras que podríamos citar, a las que recurrimos con más frecuencia de lo que nos puede parecer a simple vista, hecho que podríamos comprobar si nos molestamos en hacer un breve recorrido por el historial dialéctico diario del lenguaje empleado.
Solemos establecer una permanente comparación entre los tiempos actuales y el pasado, quizás como un reflejo automático y nostálgico del paso del tiempo que experimentamos y ante el cual de alguna forma nos rebelamos con aquella conocida frase de cualquier tiempo pasado fue mejor. La mayoría de las veces lo hacemos de una manera irreflexiva e instintiva, mirando atrás, hacia un pasado al cual sabemos que no podemos regresar, a diferencia de las comparaciones científicas, como por ejemplo las derivadas del cambio climático que estamos experimentando y que nos pueden conducir a una nueva glaciación o a un calentamiento del Planeta, hechos que ya tuvieron lugar en tiempos pretéritos.
También las peculiares circunstancias tanto económicas como sociales por las que estamos atravesando, admiten comparaciones con épocas remotas, de las cuales podemos obtener conclusiones positivas si es que sabemos y queremos hacer una lectura realista y objetiva. Lo mismo sucede con situaciones políticas pasadas que condujeron a la Humanidad a espantosos hechos, situaciones con las cuales podemos establecer comparaciones válidas hoy, con el objeto de no repetir los antiguos errores que condujeron a los terribles sucesos que no pueden caer en el olvido.
La esperpéntica situación en la que los gobernantes Catalanes han colocado a su comunidad autónoma con respecto al Estado Español en lo que se refiere a sus intenciones separatistas, se presta a que establezcamos una sutil comparación entre el chantaje que permanentemente somete Corea del Norte al resto del Mundo, cuando se deshace en amenazas con ataques nucleares si no se dejan de tomar sanciones económicas contra un país hundido en la miseria, regido por una férrea dictadura hereditaria, y el chantaje económico y estatutario al que Cataluña somete al resto de España, con la machacona, absurda y pertinaz cantinela de la independencia, fruto todo ello de unos políticos nefastos, que utilizan a la población para sublimar sus frustraciones de toda índole, intentando conducir a una rica y próspera Cataluña, a una loca aventura en la que no creen ni ellos mismos.
Sería un error ceder ante exigencias económicas para evitar la consecución de objetivos políticos inaceptables, que sin ambages supone un chantaje inadmisible que constata una insolidaridad y un agravio para el resto de los ciudadanos españoles, que en cualquier caso tendrían también el derecho a decidir. Dudo que en cualquier caso consigan algo. No serán necesarias ni contrapartidas económicas ni de otra especie. Basta con que los catalanes sepan que el Barsa no jugará la liga española de fútbol para que les den la espalda a unos políticos que no parecen haber valorado suficientemente este aspecto tan peculiar. Y es que medio en serio, medio en broma, la pela es la pela.

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