La comparación o semejanza
entre dos cosas, es un recurso lingüístico harto recurrido en el lenguaje tanto
ordinario, de cada día, de la calle, como del lenguaje culto, literario, propio
de quienes se dedican al oficio de escribir, bien en prosa, bien en verso, con
el objeto de comunicar, informar o distraer, funciones propias de esa cualidad
fundamentalmente humana, mediante la cual expresamos, pensamientos,
sentimientos y emociones, mediante la articulación de los signos lingüísticos, convenientemente
sistematizados, elementos diferenciadores de los sonidos que los animales
pueden emitir, a través de los cuales son capaces de comunicarse con sus
semejantes e incluso con nosotros, los seres humanos.
Mediante el símil o semejanza,
figura que consiste en comparar una cosa con otra, con el objeto de dar idea
viva y eficaz de una de ellas, podemos establecer el paralelismo existente
entre dos objetos, situaciones o sentimientos, tratando de hacer ver el
parecido entre ambas entidades o estados, consiguiendo con ello ilustrar de la
forma más gráfica, expresa y clara, dicho paralelismo, logrando así un mejor y
más preciso entendimiento de la idea que deseamos manifestar ante nuestros
interlocutores, facilitando al mismo tiempo tanto la emisión como la
comprensión del mensaje gracias a la imagen utilizada para describir la
situación que deseamos manifestar.
En la vida diaria tendemos a
establecer comparaciones continuamente para así hacernos entender con mayor
facilidad, y lo hacemos sobre todo tipo de asuntos, temas y situaciones, con lo
cual el mensaje se abrevia, consiguiendo con ello una reducción del mismo
mediante las oportunas partículas del tipo “como”, “Igual que”, “parecido a”,
“más que”, “menor que”, y tantas otras que podríamos citar, a las que
recurrimos con más frecuencia de lo que nos puede parecer a simple vista, hecho
que podríamos comprobar si nos molestamos en hacer un breve recorrido por el
historial dialéctico diario del lenguaje empleado.
Solemos establecer una
permanente comparación entre los tiempos actuales y el pasado, quizás como un
reflejo automático y nostálgico del paso del tiempo que experimentamos y ante
el cual de alguna forma nos rebelamos con aquella conocida frase de cualquier
tiempo pasado fue mejor. La mayoría de las veces lo hacemos de una manera
irreflexiva e instintiva, mirando atrás, hacia un pasado al cual sabemos que no
podemos regresar, a diferencia de las comparaciones científicas, como por
ejemplo las derivadas del cambio climático que estamos experimentando y que nos
pueden conducir a una nueva glaciación o a un calentamiento del Planeta, hechos
que ya tuvieron lugar en tiempos pretéritos.
También las peculiares circunstancias
tanto económicas como sociales por las que estamos atravesando, admiten
comparaciones con épocas remotas, de las cuales podemos obtener conclusiones
positivas si es que sabemos y queremos hacer una lectura realista y objetiva.
Lo mismo sucede con situaciones políticas pasadas que condujeron a la Humanidad
a espantosos hechos, situaciones con las cuales podemos establecer
comparaciones válidas hoy, con el objeto de no repetir los antiguos errores que
condujeron a los terribles sucesos que no pueden caer en el olvido.
La esperpéntica situación en la
que los gobernantes Catalanes han colocado a su comunidad autónoma con respecto
al Estado Español en lo que se refiere a sus intenciones separatistas, se
presta a que establezcamos una sutil comparación entre el chantaje que
permanentemente somete Corea del Norte al resto del Mundo, cuando se deshace en
amenazas con ataques nucleares si no se dejan de tomar sanciones económicas
contra un país hundido en la miseria, regido por una férrea dictadura hereditaria,
y el chantaje económico y estatutario al que Cataluña somete al resto de
España, con la machacona, absurda y pertinaz cantinela de la independencia, fruto
todo ello de unos políticos nefastos, que utilizan a la población para sublimar
sus frustraciones de toda índole, intentando conducir a una rica y próspera
Cataluña, a una loca aventura en la que no creen ni ellos mismos.
Sería un error ceder ante
exigencias económicas para evitar la consecución de objetivos políticos
inaceptables, que sin ambages supone un chantaje inadmisible que constata una
insolidaridad y un agravio para el resto de los ciudadanos españoles, que en
cualquier caso tendrían también el derecho a decidir. Dudo que en cualquier
caso consigan algo. No serán necesarias ni contrapartidas económicas ni de otra
especie. Basta con que los catalanes sepan que el Barsa no jugará la liga española
de fútbol para que les den la espalda a unos políticos que no parecen haber
valorado suficientemente este aspecto tan peculiar. Y es que medio en serio,
medio en broma, la pela es la pela.
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