martes, 16 de abril de 2013

ENTRE VIÑEDOS, ABADÍAS Y MONASTERIOS

Dejar atrás la gran ciudad y abandonar el bullicio de sus calles, inexistentes ya, desprovistas de su propósito original y convertidas desde hace demasiado tiempo en auténticas carreteras por donde los vehículos circulan llenándolo todo de ruido, humos y estruendo, acorralando a los peatones, desterrados a unos escasos metros por donde se mueven hacinados, como en una huída permanentemente, constituye el sueño de la mayoría de los sufridos ciudadanos que contemplan cómo el  automóvil se ha hecho dueño y señor de su hábitat, día y noche, cada día de su vida, apropiándose de un espacio que debería pertenecerle en exclusiva y que le ha sido arrebatado por una supuesta modernidad que de ninguna manera debiera reducirse a las prisas, al estrés y a la insalubre contaminación que todo lo salpica.
Abandonamos la ruidosa urbe a primera hora, cuando el sol apenas despunta en el horizonte, dejando atrás ese espacio que no parece poseer ni un ápice de humanidad, mientras las autopistas de entrada que fluyen hacia ella desde los cuatro puntos cardinales, a modo de caudalosos ríos desbordados de aparatos mecánicos que vomitan ruido y contaminación, pugnan por entrar en la vorágine de la que nosotros nos alejamos, conducidos por seres humanos con caras de circunstancias, con gesto de cansancio y resignación, sabedores de lo que les espera en las entrañas de la gran ciudad, cuyos rascacielos, esbeltos y de un brillo cristalino monótono y vulgar, se adivinan ya en el horizonte, donde les espera la rutina diaria, hasta que al final de jornada inicien el camino de vuelta.
Sin mirar atrás, avanzamos por la solitaria autopista, con el ánimo dispuesto para disfrutar de un fin de semana en la Rioja, la tierra con nombre de vino, cruzada por el camino de Santiago, y alfombrada de viñas, monasterios y abadías, que salpican un hermoso y suave paisaje ondulado, de unos intensos colores, verdes, ocres y amarillos, que alegran la vista y el espíritu de quién queda atrapado entre sus redes, pues quién la visita una vez, no puede evitar la vuelta, el retorno al embrujo de su historia cargada de arte, de sus paisajes plenos de singular belleza y de una delicada gastronomía, regada por unos caldos ya universales que le dan nombre, fama y prestigio en el mundo entero.
Dejamos Burgos, su bellísima catedral gótica y su precioso y mágico monasterio cisterciense de las Huelgas, para internarnos por el Camino de Santiago, viajando siempre en paralelo a una senda perfectamente señalizada, que a veces se aleja de la carretera y se interna en el campo a través de lomas y cerros sembrados de viñedos,  por donde se divisan los peregrinos, ora en pequeños grupos, ora en solitario, diseminados, desperdigados unos de otros, con su incansable andar en dirección a Santiago, ansiada meta final de su viaje, a la que llegarán muchos días después, pues el camino que queda es largo, después de reposar haciendo un alto  en el camino en las numerosas posadas que hallará a lo largo del mismo.
Llegamos a Santo Domingo de la Calzada y hacemos el primer alto en el camino, visitamos su espléndida catedral – donde cantó la gallina después de asada – y la torre exenta, maravillas ambas, entre otras, de esta hermosa ciudad, por cuyo centro discurre el Camino perfectamente marcado, para que el peregrino no se extravíe y disfrute de ella haciendo una obligada y reconfortante parada que tanto el cuerpo como el espíritu agradecerán.
Dejamos atrás Santo Domingo y nos dirigimos por una plácida y serpenteante carretera, entre bellos y deliciosos paisajes de un verde clarísimo, salpicados de viñas y de tierras de un suave ocre, que invitan a aminorar la marcha y disfrutar de tanta y tan amable belleza como se nos regala a la vista. Al fondo, imperturbable y serena, cubierta su majestuosa cumbre por la nieve, aparece de improviso, para no ocultarse jamás, la Sierra de la Demanda, dominándolo todo, como un gigante que ya contemplaran Santo domingo, San Millán y Berceo, entre otros, que anduvieron por estos lares, por San Millán de la Cogolla, cuna del Castellano y del Euskera y donde cumple y rinde meta final nuestro viaje.
Aparece ante nuestra vista el impresionante monasterio de Yuso – del latín deorsum, arriba -, donde nos alojaremos en una de las alas del mismo, cedido por los monjes con el objeto de destinarla a hostería, la hostería del monasterio de San Millán de la Cogolla, cuyos orígenes se remontan al siglo X, aunque el definitivo se construyó sobre él, en los siglos XVI y XVII, dónde se encuentran los restos de San Millán, fraile eremita que vivió con sus monjes en los siglos V y VI, en las cuevas sobre las que se edificó después el monasterio de Suso – del latín sursum, arriba – ambos a una distancia de un kilómetro, Yuso abajo, en el valle, Suso arriba, en las escarpaduras de la montaña. Suso de un tamaño minúsculo, preciosa joya de origen visigodo, con añadidos mozárabes y toques finales románicos, Yuso de origen románico, reconstruido después en los estilos renacentista y barroco.
Descansamos en Yuso, abajo, en el valle de Cárdenas, junto al río del mismo nombre, después de visitar ambos monasterios y disfrutar de un relajante paseo, donde sólo el murmullo del agua del río y el piar de los pájaros, más que alterar, añaden aún más silencio y  paz de la que ya se respira, rodeados de bosques y con la permanente presencia de la nevada Sierra de la Demanda, que vigilante y serena domina todo el valle.
Dedicamos el día siguiente a visitar algunas de las maravillas que los alrededores nos deparan, como el monasterio de Santa María la Real de Nájera, la abadía de Santa María de San Salvador de Cañas, el monasterio de Santa María de Valvanera, El monasterio de San José en Calahorra, el monasterio de Nuestra Señora de Vico en Arnedo, el monasterio de Nuestra Señora de la Piedad en Casalarreina, el monasterio de Santa María de la Estrella en San Asensio y otros hermosos monasterios, conventos y abadías que podríamos citar.
En la Tierra con nombre de vino, no podía faltar una visita a una de las numerosas bodegas que pueblan por doquier las tierras riojanas, donde el vino reposa en las barricas durante el tiempo necesario para que alcance la oportuna madurez. Amablemente nos documentan sobre el proceso desde que llega la uva a la prensa y recorremos los silenciosos espacios donde descansan los sabrosos caldos que verán la luz años después, finalizando la visita con una breve pero ilustrativa demostración de una cata de uno de sus vinos, los cuales degustamos después, tras tratar de emular la cata previamente mostrada.
Abandonamos las confortables estancias de la hosteria de San Millán de la Cogolla y nos despedimos de Suso, arriba, imperturbable y apenas visible desde Yuso, abajo, donde estamos, pasando por el pueblo de San Millán, por Berceo y Santo Domingo de la Calzada y regresamos de nuevo por el Camino de Santiago hasta Burgos, desde donde enfilamos rumbo a la gran ciudad, desde donde partimos, con el cuerpo y el espíritu renovados y con el ánimo dispuesto a regresar otra vez, a volver de nuevo.

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