miércoles, 10 de abril de 2013

DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES

En una de las múltiples manifestaciones que están llevando a cabo los afectados por los desahucios, un conocido personaje que en sus tiempos fue un relevante dirigente político y que ahora lo mismo puede vérsele en estos actos, como en tertulias televisivas, como en debates varios de diversos medios de comunicación, afirmaba con rotundidad manifiesta, que la gente que allí y en tantos otros lugares del País se limitaba por ahora sólo a ladrar, acabarían pronto o tarde mordiendo, lo cual no tiene más que una interpretación posible, en el sentido de que pasarían a la acción, a la siguiente fase que se supone sigue al estruendo, a los gritos y a los improperios.
Pero por mucho que me devano los sesos, no consigo entender ni ahora ni desde hace ya mucho tiempo, en qué forma la gente puede materializar su profunda y justa indignación, al margen de los ladridos mencionados, entiéndase las palabras, pasando de esta forma a unos hechos, léase morder, con el fin de intentar cambiar una situación que no hace sino empeorar desde hace ya demasiado tiempo, y a la que la ciudadanía quiere poner remedio pasando de las palabras a los hechos, dando de esta manera un paso cualitativo y cuantitativo severo, serio y trascendental, del que tanta gente habla, bien serena, bien cabreada, bien fuera de sí, fruto de una crispación que está llegando a niveles alarmantes.
La conmoción reinante está llegando a un grado tal, que si se llega a tomar una medida restrictiva más, que como siempre recaería sobre las clases más oprimidas, que están soportándolo todo, seguramente se de ese paso hacia adelante, hacia la materialización de una violencia más o menos contenida, que la ira y la irritación permanente pueden desatar por parte de tanta gente que ya nada tiene que perder, porque se ha quedado sin nada, porque se lo han arrebatado de múltiples formas, no solamente con la pérdida de la vivienda, que supone una auténtica tragedia, sino con la ausencia total de perspectiva de un futuro que se les niega a ciudadanos que aún no han cumplido los cincuenta - para qué hablar de los jóvenes – y que no tienen esperanza alguna de encontrar un trabajo, sin prestaciones y seguramente sin una muy lejana jubilación que posiblemente ni siquiera van a poder disfrutar, mientras contemplan cómo la corrupción parece no tener fin.
Si escuchan con frecuencia la radio, medio de comunicación que sigue manteniendo un altísimo valor informativo, las gentes, cuando los dejan intervenir para expresar libremente lo que piensan, en los pocos minutos que los dedican, las pocas emisoras que lo permiten y en el escaso tiempo que les conceden, vierten toda su irritada crispación con una fuerza emotiva tal y con una  desgarradora intensidad dramática, fruto de su dolor, de su tragedia personal, que consigue encoger el espíritu y el entendimiento del oyente, que como yo, los escucha todos los días, y que en ocasiones el locutor del programa radiofónico queda tan afectado, tan impresionado, que se solidariza con él, cosa que no es frecuente en programas de este tipo, en el que se limitan a escuchar, sin intervenir ni tomar partido por lo allí expuesto.
Son tragedias personales que conmueven, que indignan y sobrecogen hasta extremos difícilmente soportables, fruto de la incalificable y brutal actuación de los poderes públicos que han empobrecido aún más a las clases menos favorecidas, que han frenado en seco a la clase media  y que ha enriquecido un poco más a los de siempre, para que quede bien claro dónde están los límites. Límites que pueden y deben saltarse cuando la injusticia campa por sus respetos.

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