No se entiende cómo un País
como el nuestro, tan aparentemente religioso, católico ferviente, beato y
meapilas como pocos, donde los santos están por doquier, donde el “gracias a
Dios”, tan recurrido por tantos, ya sean cristianos, ya sean ateos, está a la
vuelta de la esquina, en cada charla suficientemente relajada por las buenas
noticias – encontrar un trabajo, por ejemplo - donde la tan socorrida frase
cobra más sentido, en definitiva, en cualquier ambiente, lugar o situación
dónde las buenas noticias sean bienvenidas, dicha frase es moneda corriente y
común, pronunciándose con agradecimiento en unos casos, con liberación y
contenida alegría en otros y con el uso que la costumbre da, llevada a cabo
desde tiempos inmemoriales, fruto de la educación religiosa recibida, y que sin
duda tiene bastante de hipócrita y puritana en la mayoría de los casos, sobre
todo cuando se pone en boca de todo tipo de personajes, incluyendo dictadores,
corruptos, políticos de dudosa integridad y acaudalados varios, que de esta
forma atribuyen su buena suerte y su fortuna a ese Ser Supremo, convencidos de
que han sido los elegidos por un Dios justo y cabal.
La costumbre de recurrir a los rezos,
de invocar a los santos, tan numerosos ellos que ya no caben en el santoral, y
sobre todo la costumbre anual de
pasearlos por las calles de las ciudades y pueblos como si para ello tuvieran
patente de corso, en un frenesí de pasos que en algunos lugares del País logran
copar las avenidas de las grandes poblaciones, en un discurrir de procesiones
incesantes, llevando en andas a esculturas dolientes, tétricas y asaz tristes,
que consiguen encoger el espíritu del espectador no asiduo a semejantes
espectáculos, entre gentes sumidas en el más estricto y conmovedor silencio en
la mitad norte de España y de una mezcla de algarabía y regocijo que parece
presagiar la inmediata y próxima fiesta pagana, la inefable Feria de Abril, en
la mitad sur del País, que lo sumen en una catarsis colectiva impropia y fuera
de lugar, que consigue dar una imagen atípica y primitiva ante el resto de una
Europa, donde no existe paralelismo posible de semejante espectáculo.
Las fiestas de la mayoría de
los pueblos que salpican la geografía española se celebran en honor de algún
santo, virgen o Cristo, con lo cual, España entera se tiñe de santidad, de
procesiones y de actos litúrgicos varios que junto con todo lo que rodea a la
mal llamada fiesta nacional de los toros, ofrece un panorama de lo más
variopinto, pintoresco y curioso, que recuerda a aquella España de charanga y
pandereta de la que hablara Antonio Machado hace ya mucho tiempo, panorama que
continúa incólume, pese a los vaivenes sociales, históricos y de todo orden por
los que ha pasado este País, que continúa inmerso en unas costumbres que sorprenden
a los foráneos, y descolocan cada vez más a tantos ciudadanos de aquí, que no
entienden cómo esta España no acaba de entrar de lleno en la modernidad.
Sólo son costumbres, puro
teatro, dicen quienes aún no siendo partidarios, transigen sin más, mientras
que los más tradicionalistas entran de lleno en una especie de fanatismo
religioso, que nubla el entendimiento y la razón, y que queda excesivamente
fuera de lugar en pleno siglo XXI, y que yendo más allá y en función de la
clase política gobernante, influye en la educación y en la formación, pues
consideran que la religión ha de formar parte de las materias de la enseñanza
obligatoria, considerándola además como puntuable.
Todo ello en un Santo País,
cuya Constitución recoge la aconfesionalidad del Estado Español, pero dónde los
gobernantes siguen haciéndose acompañar por las autoridades religiosas, por
supuesto católicas, en actos institucionales o haciendo ofrendas al Santo de
turno, en actos que están fuera de lugar, al margen de la constitución y de
unos tiempos en los que dichas ofrendas tienen más de idolatría, que de
devoción, costumbre o incluso de un anacrónico folclore.
Por último, y para rizar el
rizo más esperpéntico, conviene recordar que tanto la patrona de la llamada
Hispanidad como el patrón de España, son respectivamente, una virgen y un
Santo, lo cual nos da una idea de hasta qué punto existe una cultura
pseudoreligiosa que impregna toda un País, y que sigue teniendo una fuerte
influencia en determinadas regiones, y en general en las generaciones más veteranas,
fruto de la educación recibida.
Los países tradicionalmente más
religiosos, siempre han sido los más atrasados, social, política y
económicamente hablando. Basta con revisar este extremo y comprobar que
efectivamente es así. Nuestro problema es que el sentimiento pretendidamente
religioso, está mucho más fuertemente arraigado que en el resto de esos países,
donde no existen estas costumbres que año tras año se repiten, y que logran
conmover el espíritu de aún mucha gente.
No es nada extraño que nos
cueste tanto entrar en la modernidad y que continuemos con un atraso secular
del que no logramos zafarnos. Solamente el tiempo, y las nuevas generaciones lo
conseguirán, y seguramente con ello entrar en una nueva era en la que la
religión sea un íntimo sentimiento que cada ser humano lleve consigo, sin
necesidad de expresarlo a través de actitudes que entran en el dominio de la
idolatría, la sumisión, la superstición y el fanatismo.
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