viernes, 3 de mayo de 2013

LA VIGA EN EL OJO AJENO

Cuando oímos a los caudillos bolivarianos dirigirse a gritos a la masa enfervorizada, lo hacen como si se dirigieran a sí mismos, como si los ignoraran, tal es su egocentrismo y su afán de endiosamiento que los lleva a mirarse en un espejo que refleja la más burda y vulgar de las imágenes del tirano de turno, henchidos de un ego absoluto y de un patrioterismo trasnochado, que no obstante utilizan con el fin de adoctrinar, fanatizar y, sobre todo, subyugar y someter a sus fieles, que perdida su capacidad de discriminar, debatir y en definitiva, pensar, se dejan llevar por estos peligrosos individuos, capaces de llegar al poder a través de unas elecciones democráticas, como ya en tiempos remotos sucedió con algunos dictadores responsables de los más espantosos y crueles crímenes cometidos contra la humanidad, lo cual resulta no sólo sorprendente, sino que supone un hecho temerario, que debería hacernos pensar y reflexionar.
Y es que la primera impresión que nos causan, una vez superada la sorpresa y la incredulidad inicial al escuchar su vocerío vulgar, su tono desafiante y su discurso banal, cutre y barriobajero, es la de incitar a la risa ante estos personajes, auténticos bufones, histriones ridículos, actores de una farsa montada, según la cual pretenden llevar a cabo la revolución,  el cambio radical de todas las estructuras de una sociedad para conducirla al paraíso, a costa de hundir la economía nacionalizando empresas y sectores de producción que son incapaces de sacar adelante, haciéndolo de una manera cortante, burda y desafiante, acusando de paso a los países cuyas empresas expulsan, de todos los males que acucian a su País,
Populismo le llaman a esta forma de gobernar, lo cual equivale al auto ensalzamiento de estos peligrosos personajes que pueden poner en peligro las relaciones internaciones entre países e incluso llegar más allá, con sus incendiarios discursos llenos de recursos de todo tipo a los que se aferran para ganarse a la población, que llegado un momento, es  incapaz de discernir entre lo humano y lo divino, entiéndase, entre lo correcto y lo incorrecto, lo popular y lo dicharachero, entre la verdad y el engaño, al que en definitiva recurren para ganarse a los ciudadanos con el único y claro fin de conseguir el poder.
Nos resultan ridículos, absurdos, mezquinos, extravagantes, profundamente falsos y absolutamente grotescos, ante los cuales no podemos evitar una amplia sonrisa y un claro comentario de rechazo ante unos personajes que recurren tanto a Dios como al diablo, aliándose con unos y con otros para conseguir sus fines, pero que no obstante deberíamos tomar más en serio, ya que los desastres que causan, no solamente en su País, sino en aquellos que poseen relaciones comerciales con ellos, originan, como en el caso del nuestro, auténticos desastres económicos con sus alocadas políticas de nacionalización.
Deberíamos, no obstante, y salvando las claras y grandes distancias que nos separan, mirar a nuestra casa y echar un vistazo a lo que en ella tenemos, a los dirigentes elegidos para representarnos, para gobernar y para dirigir un País que se ha puesto en sus manos. Un País que se encuentra sumido en una imparable recesión galopante que le ha llevado a una cifra de ciudadanos desempleados que casi cuadruplica la de los países europeos más avanzados y ante lo cual, los gobernantes no parecen encontrar solución alguna, teniendo por única respuesta, el que cada palo aguante su vela.
Pero afortunadamente, la ministra encargado del empleo, más bien del desempleo, ha hallado una fórmula, una solución, la pócima mágica y milagrera – nunca mejor dicho en un País aconfesional -  al anunciar públicamente que va a recurrir a la Virgen del Rocío para que nos eche una mano. Y como adelanto, en un acto oficial y ante los medios de comunicación, dio las gracias a la virgen rociera porque según afirma, va a ser ella la que nos va a solucionar la papeleta del paro.
No es una caudillita, ni habla como los tiranuelos bolivarianos y compañía, pero las formas son intrínsecamente iguales, ya que el ridículo logrado es de lo más parecido y el esperpento alcanzado casi lo supera. Pero si al final sus plegarias son escuchadas, unidas a las que los estamentos oficiales llevan a cabo con frecuencia por toda la geografía patria, en ofrendas varias a vírgenes y santos, nos vemos rezando el rosario cada uno de nuestros días. Por decreto.

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