viernes, 17 de mayo de 2013

LANGOSTA PARA TODOS

Tiempos aquellos de posguerra, cuando la gente pasaba hambre y necesidades alimenticias sin cuento, tal como nos relataban nuestros padres, con la cartilla de racionamiento en mano, el estraperlo para quien se lo podía permitir y el pedazo de pan, un trozo de tocino y a aguantar hasta mañana, que ya veremos lo que nos depara el día, si a él llegamos, si las fuerzas nos dan para tanto, si el mendrugo de pan seco y ajado lo racionamos y hasta entonces guardamos.
Pan y cebolla, le decía su esposa a Miguel Hernández, era lo único que su hijo comía, y así lo escribía el poeta en nanas de la cebolla - con sangra de cebolla se amamantaba – y así sigue alimentándose una gran parte de la humanidad, mientras en cualquier ciudad del mundo desarrollado, en supermercados, comercios de alimentación y superficies varias, enormes, inmensas, se exhiben las estanterías rebosantes de productos alimenticios, que producen vértigo, causan espanto ante la hambruna existente y originan un sentimiento de vergüenza moral a cualquiera que se digne echar un vistazo al panorama mundial.
Cantidades gigantescas de alimentos se desechan, se tiran, se destruyen, se malgastan, se desperdician, en fin, de miles de maneras diferentes, bien sea en nuestras casas, en los restaurantes, en fiestas, en los mismos almacenes y en los supermercados, donde se dejan caducar de una vergonzosa manera, cuando muchos, o bien se podrían aprovechar, o sobre todo, se podría evitar su caducidad con una estrecha vigilancia de los productos y con una mejor racionalización de las fechas en los que se supone ya no se pueden consumir.
Tremendo el panorama actual en nuestro propio País y en otros de la Europa Occidental, la más avanzada y rica, donde tantas familias necesitan acudir hoy a los comedores sociales, y donde tanta gente espera en los contenedores de basura de los restaurantes y supermercados, con el objeto de rebuscar entre los desperdicios algo que poder llevarse a la boca. Qué será entonces lo que está pasando en tantos países de África y Asia, donde la gente muere de hambre todos los días, y de cuya visión nos cuidamos para que no hiera nuestra sensibilidad demasiada delicada, demasiado acostumbrada a la ausencia de imágenes tan duras, tan crudas, tan reales.
Hay algo que debería resultarnos particular y especialmente bochornoso, y escandalosamente ignominioso, a la par que estúpidamente permisivo, y es la obsesión de tanta gente por adelgazar, por gastarse cantidades ingentes de dinero en productos para no engordar, para guardar la línea, el tipo, la silueta, logrando con ello un aspecto famélico tal, que suponen de hecho un insulto hacia las pobres gentes que no pueden llevarse un trozo de pan a la boca, y todo ello publicitado y resaltado en los medios de comunicación que airean continuamente todo tipo de productos para mantenerse escuálidamente perfecto.
Mientras todo esto sucede en este extraño e irrespetuoso mundo, la FAO, organismo internacional para la agricultura y la alimentación, anima a la población mundial a comer todo tipo de insectos, de los cuales hay alrededor de un millón de especies. Así pues, saltamontes, orugas, abejas, hormigas, langostas y así hasta el millón de variedades existentes, nos están esperando en el plato para degustarlas con fruición, como si de manjares exquisitos se trataran.
Seguro que estos consejos no son para los países desarrollados, sino que se dirigen hacia quienes llevan toda su vida consumiendo estos alimentos. No sea que se inviertan los términos y nos veamos cazando insectos.

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