martes, 7 de mayo de 2013

LOS DESASTRES DE LA CRISIS

Por razón de mi lugar de nacimiento, un pequeño y encantador pueblo de la provincia de Segovia, donde mis padres nos legaron una preciosa casa, muy cerca de Somosierra, situado en su falda y a su vera, vigilante y privilegiada, siempre presente y majestuosa, tengo la necesidad y el placer de viajar con frecuencia por la autopista que la cruza, por la antigua nacional uno, hoy autopista A1, que une el centro del País con Europa y que veo cómo ahora, desde que comenzó la maldita crisis, ha ido degenerando a pasos agigantados, con un firme en pésimo estado a lo largo de muchos kilómetros entre Madrid y Somosierra, que obliga al conductor a esquivar los baches y los cortes que a menudo se presentan y que nadie se molesta en reparar, pese a ser una vía muy importante de comunicación con nuestros vecinos europeos.
Imagínense la opinión que se formarán de nosotros los susodichos vecinos, cuando procedentes de Francia y otros países del entorno, contemplen la dejadez, la desidia y el abandono de una vía de comunicación vital para nosotros y para ellos, que no creo tenga parangón alguno en sus lugares de residencia, pues no me imagino una autopista alemana o francesa, pongo por ejemplo, que presente los desperfectos de ésta, que lleva así ya mucho tiempo – antes se reparaba de inmediato – y que imagino producirá una pésima impresión en los turistas y ciudadanos europeos que por ella circulen.
Pero no es la única carretera que sufre del abandono de Fomento, ya que he leído de muchas otras muy importantes que sufren del mismo mal, así como otras instalaciones sometidas a un mantenimiento continuo que ahora se les niega, ni mucho menos aún la única infraestructura sometida a los recortes presupuestarios que van a dejar a este País hecho unos zorros.
Las infraestructuras, en general, están sufriendo un peligroso abandono que repercute en un deterioro inmediato, con unas consecuencias nefastas a corto y medio plazo, que tendrán una negativa repercusión en el futuro. Hospitales, edificios públicos diversos, medios de comunicación, bibliotecas,  por citar algunos, están sufriendo unas restricciones de todo orden, que serán imposibles de atajar y remediar cuando salgamos de ésta, si es que lo logramos y que en el mejor de los casos, nos habrá hecho retroceder un decenio.
Pero los desastres de esta guerra, no sólo se manifiestan en las infraestructuras físicas, sino que tienen un cruel reflejo en una sociedad, cuyos ciudadanos han visto cómo los recortes en servicios sanitarios, educación y vivienda, las reducciones salariales y el aumento de impuestos, han conseguido que su capacidad adquisitiva retroceda a la de hace diez años -  que se lo digan si no a los funcionarios – que los pensionistas vean rebajada su calidad de vida y se aumente la edad de jubilación y que se toquen a la baja las prestaciones por dependencia.
 En cuanto al capital humano desperdiciado, con multitud de jóvenes brillantes que no tienen otro remedio que el de emigrar, es sobremanera penoso, auténticos cerebros formados aquí y que no tienen alternativa. Todo ello llevado a cabo de tal forma, que jamás se podrá recuperar lo perdido ni volver a la situación anterior, lo que constituye una flagrante y detestable manipulación de la vida de unos ciudadanos de un País, sobre los que se ha cargado todo el peso de una crisis que ellos no causaron.
A cincuenta minutos desde Madrid, por la nacional I, en la salida número cien, a unos pocos kilómetros, tienen ustedes un pequeño pueblo, que es el mío, Duruelo, a un paso de Sepúlveda, Riaza y Pedraza y las hoces del Duratón, o sea, todo un lujo, con apenas una centena de amables lugareños, una precios iglesia, un río, dos montes, dos asadores y una casa rural. Allí se habla poco o nada de la crisis, se respira aire puro y la carretera, los caminos y las sendas, están en perfecto estado. No se arrepentirán y se olvidarán de los desastres de una crisis que por allí no parece haber pasado.

No hay comentarios: