jueves, 23 de mayo de 2013

EL REGRESO

Algo que desconocemos los comunes de los mortales porque no estamos en su piel ni en su posición, pero que intuimos clara y ciertamente, pues somos su objeto de deseo más preciado, sin los cuales nada son ni nada consiguen, es la capacidad de los políticos para mantenerse en el puesto, de aferrarse a él, a la poltrona que les ponemos en bandeja cuando los elegimos – no a ellos, sino a su partido – haciéndolo de tal manera que cuando son descabalgados, cuando termina su mandato, la sensación que parece dominarlos es la que debían de experimentar aquellos que en tiempos pasados caían en desgracia ante su señor, lo cual no podía suponer más que, en el mejor de los casos, la vergüenza y el oprobio del destierro y en el peor, la pérdida de la vida a manos del verdugo encargado de rebanarle el gaznate.
Afortunadamente para ellos, hemos progresado en el tiempo y ya no suben al cadalso, sino que retornan a sus hogares cabizbajos y taciturnos, sabedores de la pérdida de un privilegio que les mantenía en posiciones de honor y dignidad personal que alimentaba su autoestima, su poder y como no, su bolsillo principal y en muchos casos el secundario, preparado para recibir en cualquier momento y ocasión el sobresueldo que completase una remuneración ya de por sí generosa, pero nunca suficiente, tal como vemos día tras día en un panorama nacional repleto de casos de corruptelas que no parecen tener fin.
Digno de ver sería el poder contemplar cómo elaboran las listas, cómo las confeccionan, cómo se pelean, se enfrentan, se pisan unos a otros, educadamente, solícitamente, civilizadamente por delante y con el puñal en alto por detrás, como buenos ciudadanos de un País, dónde el hecho de entrar en política, no se identifica con el del servidor público que se debe a sus electores, entregado a su trabajo, con el fin de satisfacer las demandas de aquellos a quienes representan, sino más bien, que la política siempre se ha entendido como el chollo a conseguir a toda costa, que ha de proporcionarle satisfacciones de toda índole, comenzando, como no, por las económicas, y siempre por el afán de tener una parcelita de poder, de influencias varias y del dulce y acogedor bienestar que debe proporcionar la correspondiente poltrona.
No es directamente aplicable, aunque nos puede valer como ejemplo para la situación planteada, el caso del inefable Fernando VII, el Deseado, para unos, el Felón, para otros y un auténtico oportunista para la inmensa mayoría, que entró y salió del Trono de España en múltiples ocasiones, con idas y vueltas continuas, sometiéndose hoy a la Constitución y aboliéndola mañana, pero todo con tal de continuar en la poltrona real que ocupó y desocupó varias veces, durante un período de veinticinco años.
Rumores insistentes, afirman que el ex presidente Aznar – Ansar para su amigo Bush – podría volver a la vida política activa después de muchos años ausente – aunque nunca lo estuvo del todo – permitiéndose criticar a su partido y de paso al actual presidente y a su política, lo cual puede ser muy representativo de sus intenciones.
Cierto es que el actual presidente del gobierno adolece de encanto alguno, de la más mínima proximidad a los ciudadanos y de una falta de comunicación tal que los medios de prensa han de verle a través de una pantalla de plasma. Pero verdad es, también, que la imagen de Aznar es la de la soberbia, la antipatía y el engreimiento más acendrados. Como contrapartida, parece ser que la inefable Esperanza Aguirre – que tampoco se fue del todo – parece querer regresar. Alegre y vivaracha, pero de armas tomar, vuelve cuando la tormenta de los recortes ya ha pasado, evitando así una impopularidad que nadie desea.

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