viernes, 14 de junio de 2013

EN BUSCA DE LA DEMOCRACIA PERDIDA

Siempre me ha resultado desasosegante y profundamente descorazonador, a la par que indignante, la certeza de que los ciudadanos de la mayoría de los países nos encontramos indefensos ante el omnipresente poder de un Estado, en cuyas manos estamos, con las nuestras atadas a la espalda, sin apenas capacidad de maniobra, sometidos a sus dictados, donde no caben consultas, ni preguntas incómodas, urgentes, de rápida respuesta y mucho menos de inmediata resolución, salvo que utilicemos los estrechos, tipificados, interminables y sinuosos cauces burocráticos, con el objeto de que no haya posible escapatoria a las vías marcadas y estrictamente determinadas por aquella sentencia tan conocida y tan socorrida, de que quién hizo la ley hizo la trampa.
Y fíjense bien que no hago extensible esta reflexión a todos los países, ya que soy consciente, al menos creo en ello, de que afortunadamente existen democracias mucho más perfectas que la nuestra, donde la proximidad de los gobernantes a los gobernados, la distancia que los separa, su relación interpersonal, es más corta, menos distante, más sensible a unos ciudadanos que son los que deben decidir, gobernar y administrar, a través de aquellos a quienes hemos elegido.
Pero la realidad nos deja ver con meridiana claridad, que esto está muy lejos de materializarse, que tratan de guardar las formas, como si nos considerasen los auténticos protagonistas, solo y exclusivamente hasta el momento en el depositamos el voto en la urna, es decir, aparentan tomarnos en serio durante las semanas que dura la campaña electoral, cuando las promesas y las buenas intenciones las derrochan por doquier, en un compendio que denominan programa electoral, que no merece la pena tener en cuenta, porque sistemáticamente se incumple, quedándose en un documento vacío, falso e hipócrita en el que ni ellos mismos creen, pero que elaboran una y otra vez, siempre con la intención de incumplirlo.
Se me ocurre por un momento, echar un vistazo al diccionario de la Real Academia de la Lengua, y busco el término “democracia”. No puedo ocultar mi sorpresa cuando leo lo siguiente: “doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”.
Han leído bien, dice “favorable”, no dice “consistente en” o “que supone que” o “que da por hecho que”, sino que está a favor de o que debería ser, que piensa que lo correcto sería otorgarle el poder y la intervención al pueblo, pero sin afirmar rotunda y claramente que es así o que debe ser así, lo cual no me extraña después de comprobar la forma en que los votos se convierten en escaños, que prima a los partidos grandes y perjudica a los pequeños, o las listas cerradas o la elección de jueces y fiscales por los políticos, lo cual perjudica la imparcialidad de los mismos.
Es sólo una interpretación, como lo es “el poder del pueblo por el pueblo”. El problema reside en que ello supone instaurar una democracia directa, cercana y confiable al individuo, lo cual supondría una continua toma de decisiones por parte de los ciudadanos, ante lo cual, nosotros mismos nos pondríamos límites de inmediato, ante la supuesta imposibilidad de llevarlo a cabo, demasiado ocupados cada día como para ocuparnos de esos menesteres.
El comunismo resultó una experiencia devastadora por su brutalidad en la privación de las libertades individuales bajo la pretendida máscara de la igualdad y la dictadura del proletariado, donde el ciudadano se convertía en un  objeto propiedad del estado y al servicio del mismo, donde el incentivo, la iniciativa individual, el afán de superación carecían de todo valor para unos ciudadanos sometidos a la dictadura del pensamiento único dirigido por un Estado que era el encargado de reeducar a quién se salía de los límites establecidos.
En España estamos asistiendo a los denominados scratches – literalmente rayar, arañar – como un acto de aproximación de los ciudadanos a sus gobernantes, en aras de reclamar aquello que no podrían llevar a cabo de otra manera, salvo seguir los cauces marcados por la burocracia, lo cual conduce al ostracismo más absoluto, a la papelera y, en todo caso, al paso del tiempo para al final obtener una demorada e intencionada respuesta que a nada conduce.
Escucho en la radio al primer ministro turco, amenazar a los indignados de ese País, que llevan ya unos cuantos días ocupando la plaza Taksim en Estambul, con esa expresión tan impropia de un demócrata de “se nos está acabando la paciencia”.
¿Pero quién se cree este señor que se permite amenazar de esta forma a los ciudadanos? ¿Acaso no se da cuenta de está comportándose como un dictador? ¿Con qué autoridad, con qué permiso se arroga la facultad de poner un límite a su paciencia, concediéndoles la suprema gracia de aguantarles, cuando es él el que debe escuchar a su pueblo que lo ha elegido?
Qué me dicen del imperio por excelencia de los tiempos actuales, Estados Unidos. No ha sido ni es ejemplo alguno para nadie, pese a los méritos que hay que reconocerle. Ha hecho y deshecho gobiernos en el mundo a su antojo, y ahora nos hemos dado por enterados, aunque ya lo sabíamos, que una gran parte de la población mundial somos espiados por ellos, hasta el punto de que podrían leer antes que nosotros los correos electrónicos que recibimos, las intervenciones en las redes sociales y las comunicaciones de todo tipo que podamos establecer.
La corrupción, el derroche y el despilfarro generalizado, la dilapidación de fondos públicos por parte de muchos políticos, la dudosa y poca clara financiación de los partidos políticos, han llevado a la ruina a este País, que ha cargado todo el peso sobre las clases más humildes, los trabajadores, con recortes, subidas de impuestos y una pérdida irreparable e irrecuperable de su capacidad adquisitiva, que conlleva un descrédito no sólo de la clase política, sino de un sistema democrático parcial e injusto.
No sé si las democracias de los países nórdicos se salvan de este desastre democrático. He leído algo sobre el tema y sin duda presentan características a su favor que las distancian del resto del mundo occidental donde nos encontramos. Sólo me queda recurrir a aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, pero yo, sinceramente, ya no sé qué pensar.

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