miércoles, 5 de junio de 2013

TODOS AL CONGRESO

La actual coyuntura económica, ha obligado a una gran parte de la población a economizar de cuantas formas sea posible, con objeto de vivir un día a día que cada vez más se complica. Así, las familias se han visto obligadas a rebajar el consumo, tanto más cuanto más apuros económicos sufren a causa del paro, recortes, las subidas de impuestos y los ajustes varios habidos y por haber, hasta el extremo de que hasta los menos afectados por estas medidas, se retraen igualmente a la hora de consumir, pues nunca se sabe, aún teniendo un trabajo fijo, hasta cuándo va a ostentar esa privilegiada condición, dada la situación actual por la que pasamos y que obliga a la gente a ser prudente, a consumir menos y a estar siempre a la expectativa, ante un futuro incierto.
Es por ello, que las llamadas marcas blancas de los supermercados, son las más socorridas, las que más han experimentado un auge en las ventas, las más apreciadas por los clientes, dado su más bajo precio, aunque no siempre van acompañadas de una calidad, de la que suelen adolecer, para hacer verdad aquello de que nadie da duros a pesetas. En esta situación se encuentran los que consiguen llegar a fin de mes, ya que un importante sector de la población, abocado al paro, no se puede permitir ni eso, y debe acudir a los comedores sociales o a la familia para poder subsistir.
Resulta clarificador al tiempo que anecdótico, el fuerte resurgimiento que ha experimentado el plato del día, que ha resucitado con más fuerza y con unos aires nostálgicos y evocadores de tiempos pasados, donde sobre todo en los restaurantes de las capitales de provincia se exponía el contenido de dicho plato, en la puerta del local y en la inefable pizarra de tiza, que consistía en un primero, un segundo, pan, vino y postre, eso sí, sin la posibilidad que existe ahora de la elección múltiple en cada uno de ellos, oferta que en ocasiones llega a poder seleccionar hasta ocho o diez primeros y segundos, no siempre con la calidad que debieran tener, pero es que es muy difícil formular una queja, cuando te dan de comer por ocho euros e incluso por menos.
Nos encontramos así, que incluso restaurantes de cierto postín, ofrecen ya a sus clientes dicho plato del día, incluidos sábados y festivos, por importes que se sitúan alrededor de los doce euros, con una relación calidad precio bastante aceptable, hecho que acabo de comprobar recientemente, en un local de la hermosa y cálida región de La Rioja,  al lado de los Monasterio de Yuso y Suso, cargados de historia y belleza, en un precioso y luminoso valle, donde nacieron el Castellano y el Euskera y donde la Tierra tiene nombre, olor y color del vino que descansa en silencioso reposo en las muchas bodegas que abundan en la Rioja.
Algo positivo puede desprenderse, o más bien quiero ver en esta situación, y es el esfuerzo que nunca agradeceremos lo  suficiente y que están llevando a cabo las madres, a la hora de hacer la compra y, sobre todo, en sus cocinas, azuzando el ingenio hasta extremos inverosímiles, dejando muy pequeño el milagro de los panes y los peces, ya que con menos de la mitad de lo que gastaban antes, ahora comen los mismos, y sobre todo, si me apuran, mejor.
¿Cómo es esto posible? Pues muy sencillo. Dedicando más tiempo, con ingredientes más sencillos, más sanos, más frescos, más mediterráneos y, sobre todo y por encima de todo, con mucha, mucha más imaginación y más aprovechamiento de una despensa más mermada, pero más auténtica lo que está repercutiendo en una cocina más tradicional, más sana y más apetitosa, en lugar de recurrir a productos ya elaborados, más caros y más cocinados  y precocinados y otras zarandajas por el estilo
Acabo de leer, que en el Congreso de los Diputados, han aprobado por unanimidad la eliminación de la subvención al gin tonic, que les suponía a sus Señorías 3,15 euros. La noticia es de una frivolidad y de una mezquindad tal, que causa estupor. Miles de familias comiendo en comedores sociales, miles y miles de desahuciados, millones de parados, recortes, ajustes y estos señores tienen subvencionados hasta sus vicios más recónditos.
Pero esto no es todo. Resulta que el café lo disfrutan a 80 céntimos y el plato del día a 9 euros. Pues bien, como imagino que no nos dejarán entrar, deberíamos acudir al congreso a comer dicho plato de lunes a viernes – los fines de semana, tan mezquinos ellos, seguro que comen en casa con lo que se llevan del restaurante en la fiambrera -  y así, formaremos ordenadas filas y rodearemos el Congreso haciendo sonar las trompetas, hasta que, como En Jericó, derribemos sus muros y accedamos al restaurante de sus Señorías que seguro que por ese importe, comen opíparamente. El que avisa no es traidor.

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