La actual coyuntura económica,
ha obligado a una gran parte de la población a economizar de cuantas formas sea
posible, con objeto de vivir un día a día que cada vez más se complica. Así,
las familias se han visto obligadas a rebajar el consumo, tanto más cuanto más
apuros económicos sufren a causa del paro, recortes, las subidas de impuestos y
los ajustes varios habidos y por haber, hasta el extremo de que hasta los menos
afectados por estas medidas, se retraen igualmente a la hora de consumir, pues
nunca se sabe, aún teniendo un trabajo fijo, hasta cuándo va a ostentar esa
privilegiada condición, dada la situación actual por la que pasamos y que
obliga a la gente a ser prudente, a consumir menos y a estar siempre a la
expectativa, ante un futuro incierto.
Es por ello, que las llamadas
marcas blancas de los supermercados, son las más socorridas, las que más han
experimentado un auge en las ventas, las más apreciadas por los clientes, dado
su más bajo precio, aunque no siempre van acompañadas de una calidad, de la que
suelen adolecer, para hacer verdad aquello de que nadie da duros a pesetas. En
esta situación se encuentran los que consiguen llegar a fin de mes, ya que un
importante sector de la población, abocado al paro, no se puede permitir ni eso,
y debe acudir a los comedores sociales o a la familia para poder subsistir.
Resulta clarificador al tiempo
que anecdótico, el fuerte resurgimiento que ha experimentado el plato del día,
que ha resucitado con más fuerza y con unos aires nostálgicos y evocadores de
tiempos pasados, donde sobre todo en los restaurantes de las capitales de
provincia se exponía el contenido de dicho plato, en la puerta del local y en
la inefable pizarra de tiza, que consistía en un primero, un segundo, pan, vino
y postre, eso sí, sin la posibilidad que existe ahora de la elección múltiple
en cada uno de ellos, oferta que en ocasiones llega a poder seleccionar hasta
ocho o diez primeros y segundos, no siempre con la calidad que debieran tener, pero es que es muy difícil formular una queja, cuando te
dan de comer por ocho euros e incluso por menos.
Nos encontramos así, que
incluso restaurantes de cierto postín, ofrecen ya a sus clientes dicho plato
del día, incluidos sábados y festivos, por importes que se sitúan alrededor de
los doce euros, con una relación calidad precio bastante aceptable, hecho que
acabo de comprobar recientemente, en un local de la hermosa y cálida región de
La Rioja, al lado de los Monasterio de
Yuso y Suso, cargados de historia y belleza, en un precioso y luminoso valle,
donde nacieron el Castellano y el Euskera y donde la Tierra tiene nombre, olor
y color del vino que descansa en silencioso reposo en las muchas bodegas que
abundan en la Rioja.
Algo positivo puede
desprenderse, o más bien quiero ver en esta situación, y es el esfuerzo que
nunca agradeceremos lo suficiente y que
están llevando a cabo las madres, a la hora de hacer la compra y, sobre todo,
en sus cocinas, azuzando el ingenio hasta extremos inverosímiles, dejando muy
pequeño el milagro de los panes y los peces, ya que con menos de la mitad de lo
que gastaban antes, ahora comen los mismos, y sobre todo, si me apuran, mejor.
¿Cómo es esto posible? Pues muy
sencillo. Dedicando más tiempo, con ingredientes más sencillos, más sanos, más
frescos, más mediterráneos y, sobre todo y por encima de todo, con mucha, mucha
más imaginación y más aprovechamiento de una despensa más mermada, pero más
auténtica lo que está repercutiendo en una cocina más tradicional, más sana y
más apetitosa, en lugar de recurrir a productos ya elaborados, más caros y más
cocinados y precocinados y otras
zarandajas por el estilo
Acabo de leer, que en el
Congreso de los Diputados, han aprobado por unanimidad la eliminación de la
subvención al gin tonic, que les suponía a sus Señorías 3,15 euros. La noticia
es de una frivolidad y de una mezquindad tal, que causa estupor. Miles de
familias comiendo en comedores sociales, miles y miles de desahuciados, millones
de parados, recortes, ajustes y estos señores tienen subvencionados hasta sus
vicios más recónditos.
Pero esto no es todo. Resulta
que el café lo disfrutan a 80 céntimos y el plato del día a 9 euros. Pues bien,
como imagino que no nos dejarán entrar, deberíamos acudir al congreso a comer
dicho plato de lunes a viernes – los fines de semana, tan mezquinos ellos, seguro
que comen en casa con lo que se llevan del restaurante en la fiambrera - y así, formaremos ordenadas filas y rodearemos
el Congreso haciendo sonar las trompetas, hasta que, como En Jericó, derribemos
sus muros y accedamos al restaurante de sus Señorías que seguro que por ese
importe, comen opíparamente. El que avisa no es traidor.
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