domingo, 2 de junio de 2013

MEGALOMANÍA DEL ABSURDO

Si el índice de lectura de los ciudadanos de un País, refleja fielmente el nivel cultural del mismo, y creo que efectivamente es un buen indicativo que lo así lo registra, nuestra situación en este aspecto es, como mínimo, preocupante, por no aplicar otro adjetivo más contundente, aunque no menos clarificador de unos hechos que nos conducen a las estadísticas que afirman – y cada año son más negativas – que bastante más de la mitad de la población jamás lee un libro, no que no lo coja, lo manosee o lo hojee incluso, para acabar, esos sí, en las estanterías del mueble que preside el salón, dónde servirá de objeto decorativo, haciéndole compañía a la cerámica, a los cuadros y a la vajilla, aportando un sutil toque de una falsa inquietud cultural del que sólo disfruta la madera del mueble que los cobija.
Y sin embargo, nuestra capacidad de editar libros, de producirlos a gran escala y de distribuirlos en librerías, papelerías y grandes almacenes, es enorme, hasta el punto de erigirnos en uno de los primeros países del mundo en la edición de libros, lo cual constituye un contrasentido de tales proporciones, que más que nada, lo que hace es agrandar aún más este contrasentido, esta paradoja  que se nos plantea, cuando, nadando, como literalmente estamos entre un mar de libros, somos incapaces de curiosear en ese líquido elemento tan abundante y utilizarlo para incrementar nuestros conocimientos, y por ende, nuestra cultura.
Acabo de leer un artículo de un reputado escritor español, harto conocido, afamado y respetado por todos, en el que manifiesta su desasosiego ante un País al que considera inculto, sin más, dónde apenas se lee, pese a que como ya adelantábamos, se editan ingentes cantidad de volúmenes al año, libros que una mayoría de la población no lee, sin encontrarle una justificación, que no obstante, tampoco se empeña en buscar, y que aquí podríamos analizar, pero que no es el objeto ni el interés fundamental de quien escribe estas líneas, que pretende ir por otros derroteros con el fin de llegar a otras conclusiones, tal como refleja el título de este artículo.
Hace unos días estuve en el Museo del Prado, admirable templo de la cultura donde los haya, siempre muy visitado, todos los días, a todas las horas, con una proporción de ciudadanos extranjeros, que calculo se sitúa en el cincuenta por ciento. Maravilla ver, pongo como ejemplo, a los visitantes Japoneses, siempre muy numerosos, sumamente respetuosos, extasiados y fascinados ante Las Meninas de Velázquez, Los Fusilamientos de Goya o El Descendimiento del Greco, por exponer algunos ejemplos de pintores españoles, como podríamos citar a Rubens, Tiziano, Rembrandt, Botticelli o Caravaggio, entre los artistas de otros Países presentes en este museo, uno de los mejores del mundo, que alberga miles de obras de arte en un noble edificio, que aunque ampliado recientemente, no presente unas colosales dimensiones, como las absurdas y megalómanas construcciones y ciudades de la cultura como se han llevado a cabo en este País.
La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, representa la mastodóntica construcción por excelencia de las aberrantes obras gestadas en la mente de tanto abyecto y estúpido soñador de grandes proyectos destinados a la ruina más absoluta, fruto de una gestión desastrosa, de las corruptelas y de los derroches que han conducido al País a una situación de emergencia.
Vivo en una ciudad de poco más de cien mil habitantes, cerca de Madrid. Durante años, con varias interrupciones, se construyó una casa de la cultura, un centro de arte, de proporciones ciclópeas, que proyectó un famoso arquitecto. Genial el diseño, admirable la estética, original sin duda. Pero siempre vacío, con unos costes inmensos, tanto de construcción como de mantenimiento. En su imponente y fabuloso vestíbulo cabría la antigua casa de la cultura sobre la que se edificó la actual y que siempre estaba llena con gente de toda índole, para la que siempre había alguna actividad, con su pequeño salón de actos donde se proyectaba cine para todos, independiente de su bagaje cultural y otros actos, que se llevaban a cabo en sus pequeñas y prácticas dependencias utilizadas con cierta frecuencia.
Este es el caso en que se encuentran tantos y tantos gigantescos proyectos, unos acabados y otros a medio acabar y, en general, todos mal gestados y peor gestionados. Monumentos a la estupidez humana y al afán de gloria a la que tanto aspiran estos mezquinos e ineptos megalómanos del absurdo, representantes de una cultura basada en las formas grandilocuentes para el supuesto disfrute de unos pocos, y no en los contenidos sabiamente escogidos para el goce y deleite de una mayoría de la población.

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