Curioso País el nuestro, que
tiende a paralizarse en determinadas fechas, ya sea en verano con las
vacaciones estivales, a final de año con la excusa de la descafeinada y
pseudoreligiosa Navidad, que se permite incluso el lujo de hacerlo en plena
primavera, para desengrasar entre aquellos dos períodos, sacando las imágenes
religiosas a la calle y celebrando sin pudor alguno, aunque con la excusa de
una religiosidad más aparente que real, más comercial que devota, más profana
que sagradamente piadosa, pero que proporciona una semana más de vacaciones, a
sumar a los interminables puentes, fiestas nacionales, locales, provinciales y
regionales, que asolan el panorama festivo nacional.
Y así llevamos mil años,
inmutables, inasequibles al desaliento, que cambien ellos, nosotros a lo
nuestro, España es diferente, amable y sumamente respetuosa con sus
tradiciones, a las que por supuesto no renunciará jamás, así caigan chuzos de
punta, no importa que llueva o escampe, o en el peor de los casos, vayamos
camino del abismo, que es adonde parece que nos dirigimos en estos duros
momentos, aunque el oficialismo pretenda aparentar lo contrario, con unas
cifras de paro, de bajada del consumo, de recortes sociales y, sobre todo, algo
que apenas suele salir a la luz y que estremece hasta los cimientos sólo
citarlo, con una deuda que se aproxima al cien por cien del producto interior
bruto, que hay que pagar cada día y que asusta pensar que no hay manera de
obviarla, de marginarla, de no pagarla, ya que ello traería unas fatales
consecuencias para una ciudadanía harta ya de tantas desgracias.
El título que ilustra estas
líneas, es harto utilizado a la hora de expresar un devenir que se antoja, como
mínimo problemático en unos casos, esperanzador en otros, y en el resto, una
vuelta a la simple y vulgar rutina de siempre, de cada año, de la existencia
pertinaz, machacona y tozuda que nos marca unas pautas a las que no podemos
relegar ni aparcar como si de vulgares objetos inanes se trataran, ya que
marcan nuestro destino año tras año y han de afrontarse, a ser posible, con el
mejor de los ánimos, dispuestos a salir adelante pese a quien pese y a los
inconvenientes que puedan surgir en el camino, muchos de los cuales,
generalmente, ya se tienen presentes, sobre todo cuando no son sino la
continuación de una crisis que ya dura demasiados años y a la que no vemos
final por el momento.
El título de una conocida película,
asociada a una canción con el mismo nombre, me ha sugerido el texto que figura
en el encabezamiento y cuyo argumento habla de un millonario americano que
durante el mes de septiembre tiene por costumbre dirigirse a una casa que posee
en una ciudad italiana a reunirse con su amada. En esta ocasión, cambia su habitual
rutina y lo hace en el mes de julio. Para su sorpresa, se encuentra con que su
novia ha convertido la casa en un hotel, dándose todo tipo de situaciones entre
los personajes, lo que da motivo para que una comedia de enredo tenga lugar en
un escenario que se presta para ello como anillo al dedo al tiempo que la
almibarada letra de la música, repite una y otra vez el mismo estribillo:
cuando llegue septiembre, todo será maravilloso.
Sería genial que pudiéramos
aplicarnos aquí ese soniquete tan optimista, en un desconcertante País, que nadie
se explica cómo es capaz de soportar tanta desdicha, tanta fatalidad. Cuando despertemos
del sopor veraniego, se desmonten los mini contratos temporales habidos en
estas fechas y nos sometan a nuevos golpes de infortunio, regresaremos a la
realidad y septiembre, me temo, no será tan maravilloso.
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