Esos seres minúsculos, de
apenas unos decenas de centímetros, tan presentes en las leyendas populares,
también conocidos como gremlins, gnomos o trasgos, cuyo término procede de la
expresión del castellano antiguo, duen de casa, es decir, dueño de casa, por su
tendencia a incordiar, revolver, y llevar a cabo todo tipo de travesuras en los
hogares de tanta gente que incluso afirma haberlos visto merodeando por su
casa, escondiendo todo tipo de objetos, tirándolos por el suelo, haciendo
piruetas y por último llegando a hacerse invisibles para así poder llevar a
cabo sus juegos con más tranquilidad y regocijo para ellos y mayor alarma y
sobresalto para los habitantes de la casa, que lo relatan con tal realismo, que
sus historias de duendes, parecen tener tintes de verosimilitud.
Para quienes llevamos muchos
años relacionados con la informática, como es mi caso, en el que incluso gran
parte de mi vida laboral la he desarrollado en el terreno de la enseñanza de la
misma casi desde sus orígenes, los duendes han cobrado existencia desde
siempre, sobre todo en los principios de esta tecnología, hoy tan avanzada, y
que en aquellos principios, desde el Spectrum, el Amstrad o el Dragón, por
citar algunos ordenadores de entonces, todo se desarrollaba con una
extraordinaria lentitud, sin discos duros para cargar el sistema operativo y
almacenar los datos y los programas, estos extremadamente rudimentarios,
escasos y de lenta y desesperante ejecución, sin ratón, a base de extraños
comandos y combinaciones de teclas, todo ello con una escasa potencia, pero
eficaces ya, como los procesadores de texto y las hojas de cálculo, así como el
omnipresente Basic de entonces, que junto con el MS-DOS, constituían toda la
informática de ese momento, que pronto, con la llegada de los sistemas
operativos gráficos como Windows y después con Internet, produjo un estallido
de tal magnitud, que continúa imparable hoy, más de treinta años después.
Los famosos cuelgues del
sistema operativo de Bill Gates, la complicadísima instalación del mismo a base
de un montón de disquetes que en cualquier momento podía irse abajo por una
mala lectura de la disquetera, un defecto del diskette o un mal funcionamiento
del disco duro, la memoria, la placa, etc., constituían entonces el pan de cada
día de los que nos enfrascábamos con fervor y entusiasmo en una tarea que no
acababa ahí, ya que luego había que configurar multitud de funciones, de
controladores, de elementos diversos que no siempre funcionaban bien y que
había que repetir una y otra vez, iniciar y reiniciar todo, hasta que por fin
conseguíamos una delicada estabilidad, que no daba fin a la configuración
definitiva, ya que después había que instalar las correspondientes
aplicaciones, que afortunadamente no eran muchas.
Y a funcionar. Arrancamos y
cruzamos los dedos, y puede que arrancase, puede que se colgase, puede que nos diese un mensaje de error de
los múltiples existentes, que si la vga, que si la tarjeta de sonido, que si la
memoria ram, la memoria rom, las irq, el disco duro, el famoso pantallazo azul,
que nos obligaba a reiniciar y a tratar de localizar el problema, tarea que a
veces nos obligaba a formatear y a instalar todo de nuevo, con una infinita
paciencia, no exenta de ilusión y de un fervoroso empeño renovado. O puede que
arrancase, oh inmensa satisfacción por el laborioso trabajo bien hecho y todo
fuese como la seda, colmando todas nuestras esperanzas, y llenándonos de una
inmensa satisfacción.
Eso es lo que debió de pasar en
los ordenadores de Bárcenas, que el Partido Popular tenía custodiados según
afirman. Sin duda fueron los duendes los causantes del estropicio, borrando los
datos de los discos duros, actuando con sus afiladas uñas sobre las pistas de
los discos, entre pícaras sonrisas, mientras pensaban en los sobres que habrían
de recoger una vez terminado el trabajo, que esta vez, distracción incluida,
iba a verse generosamente recompensado.
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