Son una veintena de laboriosos
trabajadores, todos ellos con un alto nivel tecnológico, ingenieros y titulados
en nuevas tecnologías, formados en universidades de primer orden, que regresan
a sus casas después de una vertiginosa jornada laboral, sentados cada uno de
ellos al lado del otro, como perfectos desconocidos, enfrascados en sus
artilugios tecnológicos, últimos modelos de una frenética y voraz tecnología,
en cuyo diseño y desarrollo quizás hayan participado ellos mismos.
No se dirigen la palabra, ni se
miran, quizás tratando de evitar que les copien alguna genial idea, alguna
creación nueva, algún invento que mañana estará en las manos de algún inversor
que esté interesado en ella, que quiera llevarla a cabo, que le encumbre a la
élite de los genios tecnológicos y que le harán millonario, famoso y destacado
entre los miles de compañeros que pelean cada día por arañarle un espacio más a
esa vibrante e imparable ciencia de las nuevas tecnologías que todo lo invade
con un imparable avance que pasado mañana estará en las manos del consumidor,
ávido de todo lo nuevo, lo último, lo impensable hace apenas, no ya unos años,
sino unos simples, cercanos y próximos meses, si no días.
A tal velocidad se desarrollan
los acontecimientos, cuyo relato aproximado, más o menos novelado, tomo de un
artículo que leo acerca de un inmenso y conocido parque tecnológico de ese
Imperio, con apenas trescientos años de historia, de donde todo lo novedoso y tecnológico
procede, que todo y a todos controla con una eficiencia asombrosa, de vértigo, dejando
obsoleto cada nuevo artilugio a una velocidad que nos sobrepasa, que no nos da
ni tiempo para esa capacidad de asombro que parece hemos perdido, fascinados
por su embrujo, casi mágico, embobados y deslumbrados por unos artefactos que
nos mantienen comunicados permanentemente y que sin apenas darnos cuenta, han
tomado las riendas de nuestras vidas.
Han conseguido limitar nuestra privacidad, irrumpiendo
en nuestro personal mundo de una forma tan agresiva, tan impactante, que nos
hemos dejado deslumbrar, obnubilar y manipular de tal manera, que han roto
todas las barreras de autodefensa que pudiéramos tener, tal ha sido su
capacidad de persuasión, hasta el punto de que nos han convertido en sumisos
consumidores tecnológicos, reduciendo al mínimo el espacio y el tiempo dedicado
a nosotros mismos, a nuestra necesaria intimidad, atrapados entre sus redes,
creando hábitos, costumbres y sumisiones que nos convierten en esclavos de una
tecnología que no nos da el menor respiro para digerirla, para asimilarla, para
intentar disfrutarla de una forma lógica y razonable.
Mientras tanto, esos ingenieros
continuarán con su trepidante labor de creación continua y constante de nuevos
hallazgos, casi diarios, que nos permitirán manejar el ordenador y el
Smartphone sin tocarlo, sintonizar el televisor y los aparatos multimedia sin
pulsar botón alguno, ni siquiera con la voz, bastará con un pensamiento, una
orden mental, un deseo, que nos convertirá en sujetos digitales capaces de controlar
cuanto nos rodea, sin movernos, sin necesidad de contorsionar nuestro cuerpo,
de desplazarlo, de ejercitarlo, convertidos en auténticos robots humanos,
multitarea, multimedia, medio máquinas, medio humanos.
Son los hallazgos de una
sociedad humana desconcertante, sumida en una superproducción tecnológica que
no obstante se ve superada innumerables veces por una naturaleza que con
frecuencia y de formas diversas nos avisa con su sobrecogedor poder y que
parece querer recordarnos, quiénes somos y cuál es el lugar que nos corresponde
en un orden que deshacemos continuamente, desafiando sus reglas naturales, no
escritas, que no obstante conocemos y que nos empeñamos en desafiar.
Vamos quizás demasiado deprisa,
sin una planificación que no existe ni a medio ni a largo plazo, dejando atrás
demasiadas víctimas por un camino que no tenemos intención alguna de mejorar,
que va dejando demasiadas huellas y
rastros de dolor, miseria y abandono, que no obstante están ahí, que no
queremos ver de frente, a las que ponemos muros y vallas que nos separen de ese
tercer mundo que va quedando tanto más atrás, cuanto más adelanta el nuestro.
Demasiado rápido para al final
no llegar a ninguna parte. Esos incansables ingenieros, ansiosos por comerse el
mundo, deberían quizás descansar un momento y volver los ojos hacia ese
compañero que tiene al lado, que ignora y con el que compite cada día, para descansar
un rato y charlar con él directamente, sin intermediario digital alguno e
intentar llegar a un acuerdo amistoso y humanamente deseable. Vamos a parar, a
descansar, a tomarnos unas vacaciones que nos permitan contemplar el mundo que
nos rodea.
Mientras escribo, llega la
última noticia de la imparable tecnología: el último Smartphone, la última joya
tecnológica salida al mercado, se agotó en apenas unos minutos. Desolador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario