viernes, 6 de diciembre de 2013

ANSIAS DE COMERSE EL MUNDO

Son una veintena de laboriosos trabajadores, todos ellos con un alto nivel tecnológico, ingenieros y titulados en nuevas tecnologías, formados en universidades de primer orden, que regresan a sus casas después de una vertiginosa jornada laboral, sentados cada uno de ellos al lado del otro, como perfectos desconocidos, enfrascados en sus artilugios tecnológicos, últimos modelos de una frenética y voraz tecnología, en cuyo diseño y desarrollo quizás hayan participado ellos mismos.
No se dirigen la palabra, ni se miran, quizás tratando de evitar que les copien alguna genial idea, alguna creación nueva, algún invento que mañana estará en las manos de algún inversor que esté interesado en ella, que quiera llevarla a cabo, que le encumbre a la élite de los genios tecnológicos y que le harán millonario, famoso y destacado entre los miles de compañeros que pelean cada día por arañarle un espacio más a esa vibrante e imparable ciencia de las nuevas tecnologías que todo lo invade con un imparable avance que pasado mañana estará en las manos del consumidor, ávido de todo lo nuevo, lo último, lo impensable hace apenas, no ya unos años, sino unos simples, cercanos y próximos meses, si no días.
A tal velocidad se desarrollan los acontecimientos, cuyo relato aproximado, más o menos novelado, tomo de un artículo que leo acerca de un inmenso y conocido parque tecnológico de ese Imperio, con apenas trescientos años de historia,  de donde todo lo novedoso y tecnológico procede, que todo y a todos controla con una eficiencia asombrosa, de vértigo, dejando obsoleto cada nuevo artilugio a una velocidad que nos sobrepasa, que no nos da ni tiempo para esa capacidad de asombro que parece hemos perdido, fascinados por su embrujo, casi mágico, embobados y deslumbrados por unos artefactos que nos mantienen comunicados permanentemente y que sin apenas darnos cuenta, han tomado las riendas de nuestras vidas.
 Han conseguido limitar nuestra privacidad, irrumpiendo en nuestro personal mundo de una forma tan agresiva, tan impactante, que nos hemos dejado deslumbrar, obnubilar y manipular de tal manera, que han roto todas las barreras de autodefensa que pudiéramos tener, tal ha sido su capacidad de persuasión, hasta el punto de que nos han convertido en sumisos consumidores tecnológicos, reduciendo al mínimo el espacio y el tiempo dedicado a nosotros mismos, a nuestra necesaria intimidad, atrapados entre sus redes, creando hábitos, costumbres y sumisiones que nos convierten en esclavos de una tecnología que no nos da el menor respiro para digerirla, para asimilarla, para intentar disfrutarla de una forma lógica y razonable.
Mientras tanto, esos ingenieros continuarán con su trepidante labor de creación continua y constante de nuevos hallazgos, casi diarios, que nos permitirán manejar el ordenador y el Smartphone sin tocarlo, sintonizar el televisor y los aparatos multimedia sin pulsar botón alguno, ni siquiera con la voz, bastará con un pensamiento, una orden mental, un deseo, que nos convertirá en sujetos digitales capaces de controlar cuanto nos rodea, sin movernos, sin necesidad de contorsionar nuestro cuerpo, de desplazarlo, de ejercitarlo, convertidos en auténticos robots humanos, multitarea, multimedia, medio máquinas, medio humanos.
Son los hallazgos de una sociedad humana desconcertante, sumida en una superproducción tecnológica que no obstante se ve superada innumerables veces por una naturaleza que con frecuencia y de formas diversas nos avisa con su sobrecogedor poder y que parece querer recordarnos, quiénes somos y cuál es el lugar que nos corresponde en un orden que deshacemos continuamente, desafiando sus reglas naturales, no escritas, que no obstante conocemos y que nos empeñamos en desafiar.
Vamos quizás demasiado deprisa, sin una planificación que no existe ni a medio ni a largo plazo, dejando atrás demasiadas víctimas por un camino que no tenemos intención alguna de mejorar, que va dejando demasiadas huellas y  rastros de dolor, miseria y abandono, que no obstante están ahí, que no queremos ver de frente, a las que ponemos muros y vallas que nos separen de ese tercer mundo que va quedando tanto más atrás, cuanto más adelanta el nuestro.
Demasiado rápido para al final no llegar a ninguna parte. Esos incansables ingenieros, ansiosos por comerse el mundo, deberían quizás descansar un momento y volver los ojos hacia ese compañero que tiene al lado, que ignora y con el que compite cada día, para descansar un rato y charlar con él directamente, sin intermediario digital alguno e intentar llegar a un acuerdo amistoso y humanamente deseable. Vamos a parar, a descansar, a tomarnos unas vacaciones que nos permitan contemplar el mundo que nos rodea.
Mientras escribo, llega la última noticia de la imparable tecnología: el último Smartphone, la última joya tecnológica salida al mercado, se agotó en apenas unos minutos. Desolador.

No hay comentarios: