Mientras asistimos con profunda
admiración a los funerales de Nelson Mandela, uno de los grandes personajes de
los últimos tiempos, unánimemente respetado ahora, que no siempre, paseándolo
durante diez días – dudo que a Mandela le encantara este eterno trasiego – por
las calles y lugares más representativos, más emblemáticos y con una carga más
simbólica de en su ajetreada y ejemplar vida pasada contemplamos a las decenas
de mandatarios políticos que asisten a la eterna ceremonia celebrada bajo la lluvia,
durante cuatro horas, cómo se deshacen en elogios y parabienes hacia ese gran
hombre que fue Mandela, que sufrió prisión durante veintisiete años, negándose al
chantaje que suponía la libertad que le propusieron en múltiples ocasiones a
cambio de su silencio, de su retiro de la labor en la que se había empeñado,
que no fue otra que la de liberar de la espantosa y ominosa esclavitud, el
Apartheid, que oprimía a los ciudadanos de raza negra, prefiriendo continuar en
la cárcel en un gesto que le honra, y al que sumará después, ya en libertad,
otras grandes y generosas decisiones como la de obviar toda venganza hacia
quienes le humillaron a él y a toda la población que no era de raza blanca, lo
cual le sitúa como uno de los más grandes personajes humanos, y como un político
hábil y generoso que la historia recordará siempre.
Resulta grotesco y de un cinismo próximo a la más
insolente hipocresía, contemplar cómo muchos de los líderes políticos
asistentes a sus funerales, en tiempos pasados le tacharon de rebelde, próximo
al terrorismo, personaje rechazable y violento, y que ahora le honran y alaban
en sus discursos que medio mundo puede ver y escuchar, cuando cualquiera que se
informe acerca del comportamiento de estos personajes con respecto a Mandela,
no ignora que intentaron evitar que llegara al poder, ayudando a sus opresores
con la venta de armas y oponiéndose al bloqueo que una gran parte del mundo
mantuvo contra el odiado Apartheid. todo ello supone una absoluta demostración
de descaro y desvergüenza hacia una persona que dedicó su vida a liberar a sus
conciudadanos que representaban una inmensa mayoría de la población de
Sudáfrica, que sufrían la opresión y las cadenas impuestas por parte de ese
mínimo sector de la misma que suponía la omnipresente y tiránica raza blanca.
En el extremo opuesto, el de
los personajes ruines, mediocres y sin escrúpulos, que jamás pasarán a la
posteridad, sino que pronto caerán en el olvido por sus manejos y fechorías
políticas, tendentes a dividir a la ciudadanía, a toda una Cataluña – no
olvidemos que más o menos, la mitad de población no es independentista – que
quedaría definitivamente fracturada en dos bloques, en dos sectores
contrapuestos e irreconciliables, se encuentra este oportunista e intrigante
personaje llamado Artur Mas, empeñado en seguir adelante después de fracasar
estrepitosamente al adelantar las elecciones, pensando que conseguiría una
mayoría absoluta que le dejaría las manos libres, cuando lo que se llevó, fue
un sonoro y espectacular fracaso, perdiendo una importante cantidad de escaños,
que le debería haber conducido a una elemental y lógica dimisión, que al no
llevarla a cabo le obligó a caer en manos de Esquerra Republicana, que ahora le
supera en expectativo de votos y que como consecuencia final, le ha llevado a
seguir una loca e incalificable deriva soberanista cuyos traumáticos efectos
son difíciles de predecir.
Nelson Mandela es un gran
hombre, un personaje que quedará en los anales de la historia. Artur Mas, un
intrigante personaje que no merece dedicarle una línea más.
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