Sometidos como estamos a un
permanente estado de recortes y a una continua y permanente merma de nuestros
derechos sociales, políticos, económicos y de bienestar en general, apenas nos
damos cuenta del avanzado estado de degradación al que llegamos cada día, cada
semana, pues no existe un período superior a éste último, sin que tengamos
noticias, siempre desagradables, de nuevos recortes y nuevas limitaciones de un
bienestar cada día más irreconocible, en una ininterrumpida sucesión de
acontecimientos negativos, que despiertan apenas ya una leve reseña en los
medios de comunicación, una imperceptible protesta en los corrillos que se
forman en el trabajo – si es que lo hubiere – en el pasillo de la comunidad de
vecinos, en el ámbito familiar o en la reunión de amigos, que apenas tocan ya
estos temas, no porque no les afecten, ni por sabidos, sino por un cansancio,
sumisión o acatamiento, que resulta en extremo harto preocupante, dado el cariz
que están tomando los acontecimientos que nos afectan tan directamente, y ante
los cuales da la impresión de que ya no queda sino la resignación y el
acatamiento.
Aquella expresión tan malvada
de una falsedad repetida mil veces, acaba convirtiéndose en una reconocible
verdad, viene a cuento en este caso, en el que unas medidas restrictivas que
llevamos soportando años, sufriéndolas y denostándolas con una tozuda y desesperada
constancia, terminan por agotar a una sociedad harta por tanto sufrimiento, por
tantas y tan pérfidas agresiones, ante las cuales se encuentra y se siente
inerme e indefensa, que llega a convencerse de que las cosas están ahí, están
así, están como están, porque así quizás, vaya usted a saber, debe ser, porque
es posible que antes todo estuviera mal, y esto, lo que ahora tenemos, entra
dentro de los límites de lo normal, de lo correcto, llegando incluso a la
conclusión de que a lo peor, estábamos equivocados, con lo cual se consigue que
se dé la vuelta a la situación emocional del asunto que nos ocupa y se
tergiversen los términos hasta el extremo de dar por bueno, lo que en realidad
es una maldad incontrovertible.
Cansancio es la palabra que
mejor resume quizás esta diabólica situación que mantiene a un País en un
continuo estado de postración, siempre a la espera de que algo mejore, mientras
que la respuesta obtenida nada tiene que ver con una esperanza que se diluye
cada día que pasa sin que pueda albergar al menos una duda razonable en cuanto
a un incierto futuro que se presenta para una ingente cantidad de una población
que carece de trabajo, de esperanza y de una ilusión necesaria para justificar
cada uno de sus días, en una espera frustrante y perversa, que destroza a las
personas, las deprime profundamente y las reprime en una constante acción de
agresividad social, ante la cual, los poderes encargados de ejercerla, se
muestran insensibles ante tanto sufrimiento y tanta desesperación como crean
con sus soberanos y soberbios dictados, ante los cuales se sienten legitimados,
precisamente por el poder que les otorgamos en las urnas, y que no les dan la
patente de corso, sino una autorización para que nos escuchen y obren a nuestro
dictado.
Y una vez recogido el voto y
cerradas las urnas, si te he visto no me acuerdo. Aquí se acabó la democracia
participativa y de representación y comienza la democracia restrictiva y de
exclusión, donde rige el despotismo ilustrado – más bien nepotismo interesado –
donde ellos se lo guisan y se lo comen, sin contar con nadie, tomando
decisiones al margen de los ciudadanos y de sus intereses, a los que no dan
respiro con continuos sobresaltos que alteran su vida, su paz y su hacienda.
Y la última ya está aquí, no ha
habido que esperar mucho. Han decretado la interrupción de las ayudas a las
becas Erasmus en pleno curso, con lo que dejarían en la estacada a miles de
estudiantes repartidos por toda Europa, entre los que han sembrado el desconcierto
y la desesperación. La reacción ha sido de tal calibre, tal ha sido la protesta
por doquier, que a su pesar, han tenido que rectificar.
Hace apenas unos días, se
pavoneaban los medios de comunicación afines a la derecha, afirmando sin rubor
alguno que la derecha ostentaba la supremacía moral por encima de la izquierda,
a la que siempre, y con razón, se le ha otorgado. Con este ejemplo, uno más y
con los recortes a las bibliotecas, museos, formación en general y tantos
otros, dejan bien claro que la cultura no va con ellos. Sus intereses son mucho
más elevados, mucho más prácticos, económicos, crematísticos y pecuniarios.
Con ellos, la cultura siempre
estará bajo sospecha.
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