domingo, 15 de diciembre de 2013

EL RETORNO INFINITO

La concepción filosófica que concibe el mundo como una repetición continua de sí mismo allí dónde se extingue, para volver a iniciarse, a crearse de nuevo, fue postulada por primera vez por el estoicismo, doctrina filosófica que se debe a Zenón de Citio en el 301 a.c., y que se conoce con el nombre del Eterno Retorno, que preconiza que una vez destruido el mundo, todo se vuelve a regenerar, para que todos los acontecimientos ya vividos vuelvan a tener lugar, entrando así en una infinita y eterna espiral que lo sume en una conflagración completa, donde todo arde en fuego, condición necesaria para que después vuelva a sus orígenes.
Dos mil trescientos años después de formulada esa concepción filosófica, pese a los inmensos avances habidos a lo largo de todos este tiempo y a la sofisticada tecnología que todo lo preside, de la cual tan ufanos nos sentimos, continuamos sin conocer nuestro universo, pues apenas somos capaces de contemplar cuanto tenemos al alcance de la mano y poco más allá, donde apenas podemos visualizar la luz de algunas galaxias, y deducir por métodos indirectos su distancia y algún dato acerca de su composición,  cuando los objetos más distantes observados por estos métodos, distan de nosotros apenas una milmillonésimas de milímetro a escala cósmica, lo cual nos habla de lo infinitamente pequeños y ridículos que somos en comparación con un majestuoso y soberbio universo del que desconocemos prácticamente todo.
Ni su origen ni, su desarrollo, ni su posible final, hemos logrado despejar definitivamente, y posiblemente jamás lo logremos – quizás porque no nos demos tiempo para ello – pese a las diversas teorías imperantes desde hace tiempo, teorías que se encuentran últimamente en entredicho, incluida la del Big Bang, tan absoluta e indiscutible hasta hace muy poco y cuestionada en una actualidad que ve cómo surgen otras nuevas, parecidas, conectadas, pero que de alguna forma la modifican, hasta el punto de que ahora está casi en retroceso, cuando se afirma que el universo pudo no tener un principio como antes se afirmaba, sino que existe desde siempre, iniciándose, expandiéndose y contrayéndose, para de nuevo volver al comienzo, en una infinita serie de avances y retrocesos, que curiosamente algo tienen en común con la concepción filosófica del Eterno Retorno formulada hace dos mil trescientos años por Zenón.
Sin Universo no hay tiempo, y éste, según la Teoría de la Relatividad – no entiendo por qué se empeñan en hablar de “teoría”, cuando está hartamente comprobada como realidad científica – forma junto con el espacio una unidad denominada “espacio tiempo”, que tiene la peculiaridad de que los cuerpos que en él se hallan, tienden a deformarlo, como si de una malla metálica se tratara, donde los diferentes cuerpos celestes, bien sean estrellas, planetas o galaxias, se desplazan por dicha red, distorsionándola y obligándola a describir un movimiento circular, al que todos están sometidos, cayendo cada uno de ellos dentro de la deformación del que mayor tamaño posee, quedando atrapado por él, efecto que denominamos fuerza de gravedad, a la que ningún astro cósmico puede escapar.
El Estoicismo cifraba el alcance de la felicidad, en la medida en que el hombre es capaz de convivir armoniosamente con la naturaleza, lo que equivalía a vivir de acuerdo a la razón, dominando las pasiones que perturban la racionalidad. El único mal es el vicio, la conducta pasional desenfrenada. El único bien, la virtud, todo lo demás es indiferente. El universo y el tiempo, parecen seguir esta doctrina. El ser humano no.

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