lunes, 2 de diciembre de 2013

EL ARTE DE VIVIR

La moderna concepción del arte trasciende en gran medida su significado, que atemporal e históricamente, se concibe como toda creación del ser humano tendente a expresar una visión de la belleza capaz de emocionar y excitar los sentidos. Esta acepción ha quedado ampliada de tal forma, que actualmente las definiciones son múltiples y variadas, hasta el punto de dejar irreconocible dicho concepto, que llevado a su materialización, nos conduce a contemplar con sorpresa e incredulidad cómo se aplica el término arte a composiciones que intentan conseguir una estética inalcanzable, empleando todo tipo de materiales, de objetos y de incalificables e inclasificables estructuras, composturas y combinaciones tan diversas y extrañas como pretendidamente bellas, cuando la distancia que las separa de ese hermoso adjetivo, el arte, es tan inmensa como la que existe entre una delicada melodía, un vibrante poema, una exquisita danza, una magnífica pintura, una grácil escultura y una majestuosa catedral, con un conjunto de objetos entrelazados sin orden ni concierto que no despiertan en el observador otro sentimiento que el del pasmo, el desconcierto y la perplejidad más absoluta.
Nada más alejado de la admiración y la fascinación que se experimenta al contemplar o sentir el goce y el deleite ante una obra de arte, que la confusión y extrañeza que siente el ser humano ante estas confusas y desconcertantes muestras de una falsa concepción que lleva a considerar que todo en la naturaleza es arte, que allá donde dirijamos nuestra vista, lo encontraremos, provocando una confusión tal, que bastaría con que contemplásemos un desguace, un electrodoméstico abandonado, una vieja y desvencijada fábrica desmantelada, para pretender convertir en arte, allí donde sólo hay desorden y fealdad, aunque la mera observación de la naturaleza en estado puro y salvaje, un amanecer, una puesta de sol, un ave mecida por el viento, constituyen por sí mismos una expresión susceptible de convertirse en arte, porque poseen la estética y la sutil belleza capaces de atraer a los sentidos y de despertar la emoción de un espíritu que experimenta el deleite, el éxtasis y el placer que sólo la belleza puede deparar.
Y así, nos encontramos con un mar de concepciones del arte, algunas de ellas incluso próximas y hasta compatibles con dicho concepto, como el arte de amar, el arte de vivir y otros bastante más alejados e inasumibles, como el arte de la guerra o el arte de los toros, y otros cuya mención produce auténtico desosiego por estar inmersos en una violencia que jamás puede ser asumida como arte por un espíritu libre amante de la belleza, inherente a cualquiera de las artes clásicas conocidas desde siempre, a las que se unieron algunas otras como el cine y la fotografía, cuya aparición fue posterior a aquellas que están en la mente de todos desde el principio de los tiempos.
Es frecuente contemplar en los medios de comunicación cierta publicidad que utiliza el reclamo del arte de vivir para vender sus productos, que suelen ser siempre bienes de auténtico lujo, ya sean automóviles, casas, muebles y otros, siempre de un alto nivel, dirigidos a quienes, según los promotores anunciantes, valoran dicho arte, en este caso al alcance de las minorías que pueden permitirse semejante lujo, por lo que el arte, generalmente al alcance de cualquiera, queda en este caso a una lejana e inalcanzable distancia para el común de los seres que ansían su disfrute.
No cabe discusión alguna al respecto. Es sin duda una interpretación frívola e insustancial, a la par que ofensiva hacia tanta gente como en este mundo se encuentra sumido en la miseria. No es por otra parte nada nuevo en tiempos como estos, carentes de creatividad y sobrados de una fútil y superficial veleidad, que conduce a estas concepciones del arte, plenas de una ligereza tan trivial como carente de un contenido artístico que de ninguna manera llegan a alcanzar.

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