La moderna concepción del arte trasciende
en gran medida su significado, que atemporal e históricamente, se concibe como
toda creación del ser humano tendente a expresar una visión de la belleza capaz
de emocionar y excitar los sentidos. Esta acepción ha quedado ampliada de tal
forma, que actualmente las definiciones son múltiples y variadas, hasta el
punto de dejar irreconocible dicho concepto, que llevado a su materialización,
nos conduce a contemplar con sorpresa e incredulidad cómo se aplica el término
arte a composiciones que intentan conseguir una estética inalcanzable,
empleando todo tipo de materiales, de objetos y de incalificables e
inclasificables estructuras, composturas y combinaciones tan diversas y
extrañas como pretendidamente bellas, cuando la distancia que las separa de ese
hermoso adjetivo, el arte, es tan inmensa como la que existe entre una delicada
melodía, un vibrante poema, una exquisita danza, una magnífica pintura, una
grácil escultura y una majestuosa catedral, con un conjunto de objetos
entrelazados sin orden ni concierto que no despiertan en el observador otro
sentimiento que el del pasmo, el desconcierto y la perplejidad más absoluta.
Nada más alejado de la
admiración y la fascinación que se experimenta al contemplar o sentir el goce y
el deleite ante una obra de arte, que la confusión y extrañeza que siente el
ser humano ante estas confusas y desconcertantes muestras de una falsa
concepción que lleva a considerar que todo en la naturaleza es arte, que allá
donde dirijamos nuestra vista, lo encontraremos, provocando una confusión tal,
que bastaría con que contemplásemos un desguace, un electrodoméstico
abandonado, una vieja y desvencijada fábrica desmantelada, para pretender
convertir en arte, allí donde sólo hay desorden y fealdad, aunque la mera
observación de la naturaleza en estado puro y salvaje, un amanecer, una puesta
de sol, un ave mecida por el viento, constituyen por sí mismos una expresión susceptible
de convertirse en arte, porque poseen la estética y la sutil belleza capaces de
atraer a los sentidos y de despertar la emoción de un espíritu que experimenta el
deleite, el éxtasis y el placer que sólo la belleza puede deparar.
Y así, nos encontramos con un
mar de concepciones del arte, algunas de ellas incluso próximas y hasta
compatibles con dicho concepto, como el arte de amar, el arte de vivir y otros
bastante más alejados e inasumibles, como el arte de la guerra o el arte de los
toros, y otros cuya mención produce auténtico desosiego por estar inmersos en
una violencia que jamás puede ser asumida como arte por un espíritu libre
amante de la belleza, inherente a cualquiera de las artes clásicas conocidas
desde siempre, a las que se unieron algunas otras como el cine y la fotografía,
cuya aparición fue posterior a aquellas que están en la mente de todos desde el
principio de los tiempos.
Es frecuente contemplar en los
medios de comunicación cierta publicidad que utiliza el reclamo del arte de
vivir para vender sus productos, que suelen ser siempre bienes de auténtico
lujo, ya sean automóviles, casas, muebles y otros, siempre de un alto nivel,
dirigidos a quienes, según los promotores anunciantes, valoran dicho arte, en
este caso al alcance de las minorías que pueden permitirse semejante lujo, por
lo que el arte, generalmente al alcance de cualquiera, queda en este caso a una
lejana e inalcanzable distancia para el común de los seres que ansían su
disfrute.
No cabe discusión alguna al
respecto. Es sin duda una interpretación frívola e insustancial, a la par que
ofensiva hacia tanta gente como en este mundo se encuentra sumido en la
miseria. No es por otra parte nada nuevo en tiempos como estos, carentes de
creatividad y sobrados de una fútil y superficial veleidad, que conduce a estas
concepciones del arte, plenas de una ligereza tan trivial como carente de un
contenido artístico que de ninguna manera llegan a alcanzar.
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