jueves, 23 de mayo de 2013

EL REGRESO

Algo que desconocemos los comunes de los mortales porque no estamos en su piel ni en su posición, pero que intuimos clara y ciertamente, pues somos su objeto de deseo más preciado, sin los cuales nada son ni nada consiguen, es la capacidad de los políticos para mantenerse en el puesto, de aferrarse a él, a la poltrona que les ponemos en bandeja cuando los elegimos – no a ellos, sino a su partido – haciéndolo de tal manera que cuando son descabalgados, cuando termina su mandato, la sensación que parece dominarlos es la que debían de experimentar aquellos que en tiempos pasados caían en desgracia ante su señor, lo cual no podía suponer más que, en el mejor de los casos, la vergüenza y el oprobio del destierro y en el peor, la pérdida de la vida a manos del verdugo encargado de rebanarle el gaznate.
Afortunadamente para ellos, hemos progresado en el tiempo y ya no suben al cadalso, sino que retornan a sus hogares cabizbajos y taciturnos, sabedores de la pérdida de un privilegio que les mantenía en posiciones de honor y dignidad personal que alimentaba su autoestima, su poder y como no, su bolsillo principal y en muchos casos el secundario, preparado para recibir en cualquier momento y ocasión el sobresueldo que completase una remuneración ya de por sí generosa, pero nunca suficiente, tal como vemos día tras día en un panorama nacional repleto de casos de corruptelas que no parecen tener fin.
Digno de ver sería el poder contemplar cómo elaboran las listas, cómo las confeccionan, cómo se pelean, se enfrentan, se pisan unos a otros, educadamente, solícitamente, civilizadamente por delante y con el puñal en alto por detrás, como buenos ciudadanos de un País, dónde el hecho de entrar en política, no se identifica con el del servidor público que se debe a sus electores, entregado a su trabajo, con el fin de satisfacer las demandas de aquellos a quienes representan, sino más bien, que la política siempre se ha entendido como el chollo a conseguir a toda costa, que ha de proporcionarle satisfacciones de toda índole, comenzando, como no, por las económicas, y siempre por el afán de tener una parcelita de poder, de influencias varias y del dulce y acogedor bienestar que debe proporcionar la correspondiente poltrona.
No es directamente aplicable, aunque nos puede valer como ejemplo para la situación planteada, el caso del inefable Fernando VII, el Deseado, para unos, el Felón, para otros y un auténtico oportunista para la inmensa mayoría, que entró y salió del Trono de España en múltiples ocasiones, con idas y vueltas continuas, sometiéndose hoy a la Constitución y aboliéndola mañana, pero todo con tal de continuar en la poltrona real que ocupó y desocupó varias veces, durante un período de veinticinco años.
Rumores insistentes, afirman que el ex presidente Aznar – Ansar para su amigo Bush – podría volver a la vida política activa después de muchos años ausente – aunque nunca lo estuvo del todo – permitiéndose criticar a su partido y de paso al actual presidente y a su política, lo cual puede ser muy representativo de sus intenciones.
Cierto es que el actual presidente del gobierno adolece de encanto alguno, de la más mínima proximidad a los ciudadanos y de una falta de comunicación tal que los medios de prensa han de verle a través de una pantalla de plasma. Pero verdad es, también, que la imagen de Aznar es la de la soberbia, la antipatía y el engreimiento más acendrados. Como contrapartida, parece ser que la inefable Esperanza Aguirre – que tampoco se fue del todo – parece querer regresar. Alegre y vivaracha, pero de armas tomar, vuelve cuando la tormenta de los recortes ya ha pasado, evitando así una impopularidad que nadie desea.

viernes, 17 de mayo de 2013

LANGOSTA PARA TODOS

Tiempos aquellos de posguerra, cuando la gente pasaba hambre y necesidades alimenticias sin cuento, tal como nos relataban nuestros padres, con la cartilla de racionamiento en mano, el estraperlo para quien se lo podía permitir y el pedazo de pan, un trozo de tocino y a aguantar hasta mañana, que ya veremos lo que nos depara el día, si a él llegamos, si las fuerzas nos dan para tanto, si el mendrugo de pan seco y ajado lo racionamos y hasta entonces guardamos.
Pan y cebolla, le decía su esposa a Miguel Hernández, era lo único que su hijo comía, y así lo escribía el poeta en nanas de la cebolla - con sangra de cebolla se amamantaba – y así sigue alimentándose una gran parte de la humanidad, mientras en cualquier ciudad del mundo desarrollado, en supermercados, comercios de alimentación y superficies varias, enormes, inmensas, se exhiben las estanterías rebosantes de productos alimenticios, que producen vértigo, causan espanto ante la hambruna existente y originan un sentimiento de vergüenza moral a cualquiera que se digne echar un vistazo al panorama mundial.
Cantidades gigantescas de alimentos se desechan, se tiran, se destruyen, se malgastan, se desperdician, en fin, de miles de maneras diferentes, bien sea en nuestras casas, en los restaurantes, en fiestas, en los mismos almacenes y en los supermercados, donde se dejan caducar de una vergonzosa manera, cuando muchos, o bien se podrían aprovechar, o sobre todo, se podría evitar su caducidad con una estrecha vigilancia de los productos y con una mejor racionalización de las fechas en los que se supone ya no se pueden consumir.
Tremendo el panorama actual en nuestro propio País y en otros de la Europa Occidental, la más avanzada y rica, donde tantas familias necesitan acudir hoy a los comedores sociales, y donde tanta gente espera en los contenedores de basura de los restaurantes y supermercados, con el objeto de rebuscar entre los desperdicios algo que poder llevarse a la boca. Qué será entonces lo que está pasando en tantos países de África y Asia, donde la gente muere de hambre todos los días, y de cuya visión nos cuidamos para que no hiera nuestra sensibilidad demasiada delicada, demasiado acostumbrada a la ausencia de imágenes tan duras, tan crudas, tan reales.
Hay algo que debería resultarnos particular y especialmente bochornoso, y escandalosamente ignominioso, a la par que estúpidamente permisivo, y es la obsesión de tanta gente por adelgazar, por gastarse cantidades ingentes de dinero en productos para no engordar, para guardar la línea, el tipo, la silueta, logrando con ello un aspecto famélico tal, que suponen de hecho un insulto hacia las pobres gentes que no pueden llevarse un trozo de pan a la boca, y todo ello publicitado y resaltado en los medios de comunicación que airean continuamente todo tipo de productos para mantenerse escuálidamente perfecto.
Mientras todo esto sucede en este extraño e irrespetuoso mundo, la FAO, organismo internacional para la agricultura y la alimentación, anima a la población mundial a comer todo tipo de insectos, de los cuales hay alrededor de un millón de especies. Así pues, saltamontes, orugas, abejas, hormigas, langostas y así hasta el millón de variedades existentes, nos están esperando en el plato para degustarlas con fruición, como si de manjares exquisitos se trataran.
Seguro que estos consejos no son para los países desarrollados, sino que se dirigen hacia quienes llevan toda su vida consumiendo estos alimentos. No sea que se inviertan los términos y nos veamos cazando insectos.

jueves, 16 de mayo de 2013

EL DESPERTAR (Relato)

Apenas un tímido y leve rayo de luz penetraba por la ventana del dormitorio, cuando Andrés despertó en su cama, una fría y desapacible mañana de invierno. Era sábado, y no había prisa por levantarse, pero no obstante, sin saber por qué, decidió hacerlo.
Era una hora poco habitual en un día como éste de descanso, y más aún si se trataba de uno de esos días en los que se aprecia que la temperatura  ha bajado más, bastante más, hecho que se deducía al sacar los brazos fuera de las acogedoras sábanas para comprobar que la estancia se encontraba gélida, quizás más que de costumbre.
Algo indefinible parecía inquietarle particularmente en ese despertar, sin llegar a saber de qué se trataba, algo vagamente ligero e inquietante que le alarmaba y turbaba, que le rondaba en la mente de tal forma, que parecía no tener intención alguna de concretarse, como si se negase a admitir algo que prefería dejarlo olvidado en un rincón lejano del cerebro y no sacarlo a la luz para aparcarlo allí para siempre.
Prefirió no pensar. Giró su cabeza y a su lado contempló a Sole, su esposa, que dormía apacible y dulcemente. La contempló un largo rato con un gesto de honda tristeza, no sabía por qué, ignoraba el motivo, era como si desease decirle algo que preferiría evitar, que le rondaba en la cabeza y que curiosamente, aún ignoraba.
Le colocó las sábanas con un rápido y cuidadoso gesto con el fin de no hacerse notar, de no despertarla, de no molestar el plácido sueño en el que se hallaba. Con un leve movimiento de las manos, separó la ropa de la cama que le cubría, se incorporó lentamente y girándose, apoyó los pies en el suelo y se puso en pie.
Se dirigió a la silla donde habitualmente dejaba la ropa y tomando el albornoz se lo puso con premura, presa de un repentino escalofrío que le heló la sangre de tal forma que se vio obligado a presionar el pecho con ambos brazos tratando de contener los violentos espasmos que imaginaba le conducirían a una tiritera desenfrenada, que adivinaba ya y que le sumiría, en un estado tal, que necesitaría despertar a Sole, pues tal era su miedo y su ansiedad en ese momento.
No lo hizo finalmente, no podía hacerlo al verla tan dulcemente dormida, así que se dirigió por el pasillo, el salón y la cocina y los recorrió con pasos apresurados, ida y vuelta una y otra vez, hasta entrar en calor y conseguir sobreponerse
Entró en el cuarto de baño y se contempló en el espejo con suma atención. Fue entonces cuando lo entendió todo. Su mente se abrió como si de un libro que hubiera estado cerrado se tratara, y sacara a la luz los oscuros y ocultos presagios que le habían acechado en el despertar de esa fría mañana de invierno.
Su contenido, que hasta ese momento se le ocultaba, se mostró con toda su cruel dureza cuando por fin pudo recordar: era el primer día después del despido al que habían sometido a toda la plantilla de la empresa donde llevaba trabajando tantos años.
Era uno más de los cincuenta despedidos, algo a lo que su mente parecía haberse negado a admitir esa mañana y que ahora salía a la luz con toda su crudeza. La fábrica había cerrado y nadie se había salvado. Todos, incluidos los directivos estaban en la calle. Hacía tiempo que se oían rumores acerca de que la condenada crisis económica podía acabar con la actividad que allí se llevaba a cabo, que no había pedidos, que los números no cuadraban y que las pérdidas constantes acabarían en el cierre.
Se vio en la cola del paro, uno más en la interminable fila de hombres y mujeres de todas las edades, de todas las razas y nacionalidades, con caras de circunstancias, con la mirada extraviada, como si cada uno de ellos estuviera encerrado en su mundo interior haciéndose múltiples preguntas para las que, en su mayoría, no encontraban respuesta alguna.
Tenía cincuenta y tres años, con muchos aún por delante para la jubilación, que a él le correspondería a los sesenta y siete, o quién sabe, a lo mejor a los setenta, nada raro, teniendo en cuenta tal como estaba la Seguridad Social, algo que los medios de comunicación machacaban continuamente como una amenaza  y que acechaba a los trabajadores día sí y día también.
Andrés se veía incapaz de encontrar un nuevo trabajo. Con su edad, sin especialización alguna digna de considerar y con la cruel crisis económica campando por sus respetos, el raudal incesante de los despidos y la deteriorada situación social y económica por la que pasaba el País, no veía solución alguna, no encontraba un camino por dónde continuar, se encontraba en un callejón sin salida, abocado a un desempleo que le angustiaba y le llenaba de una inquietud que no podía manejar.
Nunca se había preocupado por reciclarse, por formarse, por mejorar su cualificación profesional, por tratar de mejorar sus conocimientos, por diversificarlos, algo que siempre podría repercutir positivamente en el devenir de su vida laboral.
No tenía afición alguna, salvo el fútbol, la televisión y la partida con los amigos. Sole y él iban al cine algún fin de semana, al teatro en muy contadas ocasiones y a tomar algo esporádicamente, y poco más. Los días transcurrían monótonamente, de casa al trabajo y viceversa. En vacaciones, quince días al mar, ellos solos, ya que no habían tenido hijos, siempre al mismo apartamento que alquilaban desde hace ya muchos años.
Jamás había leído un libro, ni visitado un museo, ni frecuentado una biblioteca. Al contrario que Sole, que le encantaba leer, y que dedicaba mucho tiempo a esa maravillosa afición, según le decía ella, que nunca consiguió que se animase a leer. Él prefería ver la televisión y a lo sumo, algún periódico deportivo que compraba el domingo.
Andrés, le decía Sole, lee este libro, es de Miguel Delibes, te va a encantar, habla de la caza, de la vida en los pueblos, de la gente sencilla. Pero él se negaba. Déjame Sole, me aburre, no me gusta leer, no sé qué sacas de ahí, que le encuentras a la lectura.
Y entonces le mostraba un libro muy pequeño, de muy reducidas dimensiones, de poesía, de un tal Federico García Lorca, con unos poemas pequeños, alegres, y de una gracia tan vivaz que llamaban a la sonrisa: Huye luna, luna, luna / que ya vienen los gitanos, o le hablaba de Antonio Machado: Caminante no hay camino / se hace camino al andar, o de Miguel Hernández: Andaluces de Jaén / aceituneros altivos.
Sole se esforzaba por ganarle para la lectura, pero nunca lo consiguió, recordaba ahora mirándose al espejo. Ahora que tanto tiempo tenía, que se tendría que enfrentar a todo un día completo, sin nada que hacer, sin saber cómo ocupar tanto tiempo con tan poco que hacer.
Después de más de treinta años trabajando ocho horas diarias, ahora el mundo se le echaba encima de tal forma que le abrumaba, le angustiaba y le horrorizaba al pensar que no sabría qué hacer. ¿Cómo conseguiría llenar tantas horas vacías? ¿Acabaría deprimiéndose como había oído que a tanta gente le ocurría? ¿Sería capaz de levantarse cada día sabiendo que nada tenía que hacer? Estas preguntas y otras muchas se hacía con frecuencia y para ninguna encontraba una respuesta que le tranquilizara.
Sole trabajaba también. Entre los dos, aunque no tenían un gran sueldo, vivían sin excesivas apreturas, pese a la hipoteca del piso y la letra del coche que habían renovado hacía ya bastante tiempo. Le resultaba tremendamente duro pensar que ella se levantaría cada mañana para ir a su trabajo y él se quedaría en la cama. Le costaba admitirlo, consideraba que le resultaría insoportable. Sole tendría que mantener la casa y todos los gastos. ¿Pero y si a ella también la despedían? Era para volverse loco.
Anímate Andrés, le decía Sole, no te preocupes, encontrarás algo, ya lo verás, mientras tanto con mi sueldo iremos tirando, la hipoteca no es muy alta y ya nos quedan pocas letras del coche. Ya, Sole, pero mientras tanto, que voy a hacer, además, no hay trabajo para nadie, no lo hay para los jóvenes, así que imagínate para mí con la edad que tengo.
Se veía levantándose pesadamente, sin ganas, sin deseos de comenzar un largo día que ya había comenzado para su mujer hacía varias horas. Desayunaba sin apetito, se aseaba sin ánimo alguno y salía a dar un paseo por un parque cercano, donde se sentaba en un banco después de dar vueltas y más vueltas sin dejar de pensar en su situación, a la que no veía salida alguna.
La desesperación era su inseparable compañera a todas horas, en todo momento. Ahora se daba cuenta del tiempo que había perdido despreciando las aficiones a las que había renunciado y que Sole trató de inculcarle. Además, no sabía hacer nada en la casa, ni cocinar, ni lavar la ropa, ni por supuesto plancharla. Sole le reñía con frecuencia sobre ello, pero siempre encontraba una excusa para evadirse. Ahora se consideraba un inútil y esto le martirizaba.
Si Sole llegara a tener algún problema en el trabajo, si la despidieran, si no entrara en casa ningún sueldo, qué sería de ellos. Llegaría un momento en que no podrían pagar la hipoteca. Se veía en la calle al lado de Sole, desahuciados, sin esperanza.
En esto estaba, cuando de improviso, despertó. Dio un salto en la cama y se incorporó sudoroso e inquieto. Nerviosamente miró a su lado, a la mesilla donde estaba el despertador. Eran las cuatro y media de la mañana y recordó que era jueves, que estaban en primavera y que se levantaba todos los días a las seis y media para ir a trabajar.
Volvió la cabeza hacia el otro lado y contempló largamente a Sole mirándola con una dulzura infinita. Estaba profundamente dormida. Le dio un cálido y amoroso beso en la mejilla y se ocultó entre las suaves y agradecidas sábanas. Todo había sido un sueño, un mal sueño, con un hermoso despertar.

martes, 7 de mayo de 2013

LOS DESASTRES DE LA CRISIS

Por razón de mi lugar de nacimiento, un pequeño y encantador pueblo de la provincia de Segovia, donde mis padres nos legaron una preciosa casa, muy cerca de Somosierra, situado en su falda y a su vera, vigilante y privilegiada, siempre presente y majestuosa, tengo la necesidad y el placer de viajar con frecuencia por la autopista que la cruza, por la antigua nacional uno, hoy autopista A1, que une el centro del País con Europa y que veo cómo ahora, desde que comenzó la maldita crisis, ha ido degenerando a pasos agigantados, con un firme en pésimo estado a lo largo de muchos kilómetros entre Madrid y Somosierra, que obliga al conductor a esquivar los baches y los cortes que a menudo se presentan y que nadie se molesta en reparar, pese a ser una vía muy importante de comunicación con nuestros vecinos europeos.
Imagínense la opinión que se formarán de nosotros los susodichos vecinos, cuando procedentes de Francia y otros países del entorno, contemplen la dejadez, la desidia y el abandono de una vía de comunicación vital para nosotros y para ellos, que no creo tenga parangón alguno en sus lugares de residencia, pues no me imagino una autopista alemana o francesa, pongo por ejemplo, que presente los desperfectos de ésta, que lleva así ya mucho tiempo – antes se reparaba de inmediato – y que imagino producirá una pésima impresión en los turistas y ciudadanos europeos que por ella circulen.
Pero no es la única carretera que sufre del abandono de Fomento, ya que he leído de muchas otras muy importantes que sufren del mismo mal, así como otras instalaciones sometidas a un mantenimiento continuo que ahora se les niega, ni mucho menos aún la única infraestructura sometida a los recortes presupuestarios que van a dejar a este País hecho unos zorros.
Las infraestructuras, en general, están sufriendo un peligroso abandono que repercute en un deterioro inmediato, con unas consecuencias nefastas a corto y medio plazo, que tendrán una negativa repercusión en el futuro. Hospitales, edificios públicos diversos, medios de comunicación, bibliotecas,  por citar algunos, están sufriendo unas restricciones de todo orden, que serán imposibles de atajar y remediar cuando salgamos de ésta, si es que lo logramos y que en el mejor de los casos, nos habrá hecho retroceder un decenio.
Pero los desastres de esta guerra, no sólo se manifiestan en las infraestructuras físicas, sino que tienen un cruel reflejo en una sociedad, cuyos ciudadanos han visto cómo los recortes en servicios sanitarios, educación y vivienda, las reducciones salariales y el aumento de impuestos, han conseguido que su capacidad adquisitiva retroceda a la de hace diez años -  que se lo digan si no a los funcionarios – que los pensionistas vean rebajada su calidad de vida y se aumente la edad de jubilación y que se toquen a la baja las prestaciones por dependencia.
 En cuanto al capital humano desperdiciado, con multitud de jóvenes brillantes que no tienen otro remedio que el de emigrar, es sobremanera penoso, auténticos cerebros formados aquí y que no tienen alternativa. Todo ello llevado a cabo de tal forma, que jamás se podrá recuperar lo perdido ni volver a la situación anterior, lo que constituye una flagrante y detestable manipulación de la vida de unos ciudadanos de un País, sobre los que se ha cargado todo el peso de una crisis que ellos no causaron.
A cincuenta minutos desde Madrid, por la nacional I, en la salida número cien, a unos pocos kilómetros, tienen ustedes un pequeño pueblo, que es el mío, Duruelo, a un paso de Sepúlveda, Riaza y Pedraza y las hoces del Duratón, o sea, todo un lujo, con apenas una centena de amables lugareños, una precios iglesia, un río, dos montes, dos asadores y una casa rural. Allí se habla poco o nada de la crisis, se respira aire puro y la carretera, los caminos y las sendas, están en perfecto estado. No se arrepentirán y se olvidarán de los desastres de una crisis que por allí no parece haber pasado.

viernes, 3 de mayo de 2013

LA VIGA EN EL OJO AJENO

Cuando oímos a los caudillos bolivarianos dirigirse a gritos a la masa enfervorizada, lo hacen como si se dirigieran a sí mismos, como si los ignoraran, tal es su egocentrismo y su afán de endiosamiento que los lleva a mirarse en un espejo que refleja la más burda y vulgar de las imágenes del tirano de turno, henchidos de un ego absoluto y de un patrioterismo trasnochado, que no obstante utilizan con el fin de adoctrinar, fanatizar y, sobre todo, subyugar y someter a sus fieles, que perdida su capacidad de discriminar, debatir y en definitiva, pensar, se dejan llevar por estos peligrosos individuos, capaces de llegar al poder a través de unas elecciones democráticas, como ya en tiempos remotos sucedió con algunos dictadores responsables de los más espantosos y crueles crímenes cometidos contra la humanidad, lo cual resulta no sólo sorprendente, sino que supone un hecho temerario, que debería hacernos pensar y reflexionar.
Y es que la primera impresión que nos causan, una vez superada la sorpresa y la incredulidad inicial al escuchar su vocerío vulgar, su tono desafiante y su discurso banal, cutre y barriobajero, es la de incitar a la risa ante estos personajes, auténticos bufones, histriones ridículos, actores de una farsa montada, según la cual pretenden llevar a cabo la revolución,  el cambio radical de todas las estructuras de una sociedad para conducirla al paraíso, a costa de hundir la economía nacionalizando empresas y sectores de producción que son incapaces de sacar adelante, haciéndolo de una manera cortante, burda y desafiante, acusando de paso a los países cuyas empresas expulsan, de todos los males que acucian a su País,
Populismo le llaman a esta forma de gobernar, lo cual equivale al auto ensalzamiento de estos peligrosos personajes que pueden poner en peligro las relaciones internaciones entre países e incluso llegar más allá, con sus incendiarios discursos llenos de recursos de todo tipo a los que se aferran para ganarse a la población, que llegado un momento, es  incapaz de discernir entre lo humano y lo divino, entiéndase, entre lo correcto y lo incorrecto, lo popular y lo dicharachero, entre la verdad y el engaño, al que en definitiva recurren para ganarse a los ciudadanos con el único y claro fin de conseguir el poder.
Nos resultan ridículos, absurdos, mezquinos, extravagantes, profundamente falsos y absolutamente grotescos, ante los cuales no podemos evitar una amplia sonrisa y un claro comentario de rechazo ante unos personajes que recurren tanto a Dios como al diablo, aliándose con unos y con otros para conseguir sus fines, pero que no obstante deberíamos tomar más en serio, ya que los desastres que causan, no solamente en su País, sino en aquellos que poseen relaciones comerciales con ellos, originan, como en el caso del nuestro, auténticos desastres económicos con sus alocadas políticas de nacionalización.
Deberíamos, no obstante, y salvando las claras y grandes distancias que nos separan, mirar a nuestra casa y echar un vistazo a lo que en ella tenemos, a los dirigentes elegidos para representarnos, para gobernar y para dirigir un País que se ha puesto en sus manos. Un País que se encuentra sumido en una imparable recesión galopante que le ha llevado a una cifra de ciudadanos desempleados que casi cuadruplica la de los países europeos más avanzados y ante lo cual, los gobernantes no parecen encontrar solución alguna, teniendo por única respuesta, el que cada palo aguante su vela.
Pero afortunadamente, la ministra encargado del empleo, más bien del desempleo, ha hallado una fórmula, una solución, la pócima mágica y milagrera – nunca mejor dicho en un País aconfesional -  al anunciar públicamente que va a recurrir a la Virgen del Rocío para que nos eche una mano. Y como adelanto, en un acto oficial y ante los medios de comunicación, dio las gracias a la virgen rociera porque según afirma, va a ser ella la que nos va a solucionar la papeleta del paro.
No es una caudillita, ni habla como los tiranuelos bolivarianos y compañía, pero las formas son intrínsecamente iguales, ya que el ridículo logrado es de lo más parecido y el esperpento alcanzado casi lo supera. Pero si al final sus plegarias son escuchadas, unidas a las que los estamentos oficiales llevan a cabo con frecuencia por toda la geografía patria, en ofrendas varias a vírgenes y santos, nos vemos rezando el rosario cada uno de nuestros días. Por decreto.

miércoles, 1 de mayo de 2013

LA INCÓGNITA POR DESPEJAR

Tradicionalmente han sido las matemáticas la asignatura perversa que tantos sufrimientos ha deparado a los estudiantes, que veían en ella al monstruo vil y desafiante, capaz de proporcionarles duros y continuos dolores de cabeza a lo largo de la etapa escolar, desde las tablas de multiplicar cantadas a coro – excelente y eficaz método para aprenderlas – por aquellos tiernos infantes que fuimos en tiempos ya muy remotos, en aquellas escuelas unitarias repletas de niños bajo la batuta del venerable maestro, y la de niñas regentada por la respetable maestra, que había en cada pueblo, pueblito y aldea por pequeña que fuera y  por remota y alejada que estuviera, hasta las repelentes ecuaciones que permanentemente se interponían en nuestro camino, diversificándose y ramificándose, pérfidas ellas, en ecuaciones de primer grado con una incógnita, con dos incógnitas, de segundo grado, bicuadradas, con una solución unas, con dos otras y hasta con cuatro, las más malvadas, lo cual exasperaba al indefenso escolar, sólo ante el peligro que representaban las equis, las íes, las zetas y finalmente, todas ellas elevadas al cuadrado.
De esta manera, si teníamos problemas con la inalcanzable aritmética, el enfrentamiento con la física, para la cual aquella era básica e imprescindible, resultaba tarea imposible, ya que las matemáticas se hacían necesarias a cada paso que se daba en esta nueva disciplina, que nos obligaba a utilizar las ecuaciones que con tanto esfuerzo habíamos logrado superar, tratando de encontrar el oculto resultado de esas incógnitas que ocultaban tenazmente su valor y que con tanto trabajo finalmente hallábamos, con las que pensábamos que ya jamás nos volveríamos a encontrar en nuestro duro camino de bachilleres en ciernes.
Incógnitas que después de tanto tiempo pasado seguimos hallando en nuestro camino, que necesariamente no pertenecen al terreno de las matemáticas, que no exigen un método concreto para resolverlas y que se plantean, no a través del clásico problema en el que nos dan unos datos para con ellos descubrir otros, sino que se nos presentan de improviso, sin adelantarnos dato alguno, apareciendo cuando menos lo piensas, en diferentes lugares y situaciones, pero manteniendo en común con aquellas su capacidad para permanecer ocultas hasta el momento de descifrar su contenido.
Nosotros mismos, los seres vivos, somos una incógnita, un valor desconocido por hallar, por encontrar, por descifrar y llenar de valor y contenido a las eternas preguntas que nos den las oportunas respuestas con el objeto de saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, incógnitas para las cuales no tenemos solución alguna, apenas suposiciones, apenas tímidos acercamientos y conjeturas, pero sin posibilidad alguna de encontrar un resultado exacto como obtenemos con los planteamientos matemáticos, donde a cada incógnita le corresponde una o varias soluciones rigurosas e inapelables, obtenidas mediante la utilización de unos métodos determinados y concretos, que en nada se asemejan a la contingencia humana, que nos hace aparecer en el Cosmos como seres no necesarios, aunque posiblemente muy numerosos, circunstancia que no obstante, no estamos en condiciones de afirmar con rotundidad, dado lo inmensamente insignificantes que somos ante un grandioso y majestuoso Universo de proporciones tan descomunales y gigantescas que nuestras mínimas capacidades no pueden ni sospechar.
Somos una incógnita cuyo valor quizás jamás llegaremos a despejar. Somos hijos de las Estrellas, integrantes de un grandioso, infinito y hermoso Universo, que apenas llegamos a observar en un grado infinitesimal, que nunca llegaremos a comprender y que sólo nuestra limitada imaginación puede soñar.