miércoles, 15 de enero de 2014

LA INSUFRIBLE SOLEDAD

Vivimos tiempos terribles, en medio de un creciente y angustioso desamparo que acrecienta un sentimiento de soledad e inseguridad que aqueja a una mayoría de ciudadanos que se ven inmersos en una sociedad cada vez más indefensa, injusta e insolidaria, a la par que intolerante, donde el individuo, poco a poco, y sin freno alguno, está sufriendo un proceso de reducción a la nada, en un acto continuo e imparable, a semejanza de la expansión del universo incrementando permanente e imparablemente su velocidad de fuga hacia el infinito, arrastrando con él a las galaxias, en un desenfrenado viaje que se ve más acelerado cuanto más se van alejando, en una carrera loca y majestuosamente gigantesca, donde nosotros apenas somos meros testigos y observadores, mientras aquí, un poco más abajo, en un mísero y lamentable planeta, luchamos unos contra los otros para intentar sobrevivir, sin saber si avanzamos o retrocedemos, en un intento por alcanzar un nuevo día, un próximo amanecer que nos permita avanzar hacia un destino desconocido cuyo paradero y final se nos oculta a todos y cada uno de los seres que habitamos este Planeta.
La inmensa mayoría del común de los mortales, vivimos sometidos al control y la vigilancia de quienes dicen velar por nosotros y por nuestros intereses, mientras que el resto son quienes se encargan de llevar a cabo dicho gobierno, unos pocos a los que concedemos temporalmente el poder de llevarlo a cabo, de regir la vida, los intereses y el destino de una inmensa mayoría, que debiera confiar en ellos, que tiene el derecho y el privilegio de exigir para que así se lleve a cabo, pero que demasiadas veces y cada vez con mayor frecuencia y en mayor medida, ve frustradas unas esperanzas que en ellos depositaron, lo cual se traduce en una desesperación, ira y rabia que se incrementa día a día, en un imparable proceso de descomposición que lleva a la desesperación a tanta gente, que en este País se siente sola, indefensa y abandonada por una clase política corrupta, inepta, incompetente.
Y ante tanta y tan vergonzante y miserable demostración de incapacidad, inutilidad y malicia, constatable por el ciudadano de a pie, que se ve afectado por sus decisiones sin posibilidad alguna de modificarlas, le queda apenas el recurso a un pataleo que a nada le conduce, pues nada consigue con ello, sino elevar aún más su grado de irritación que poco a poco le llevará a un estado de suma desilusión y desengaño que posiblemente desembocará en un posicionamiento activo en algunos casos, en una pasividad absoluta en otros y en el resto en una filosofía práctica y conservadora, evitando complicarse la vida ante lo que considera un muro infranqueable, ante el cual el individuo nada puede hacer, sino dejarse llevar por la corriente del río que es su propia vida, sin complicársela ni atarse a nada que le pueda hacérsela aún más dura e insoportable.
Pero somos los protagonistas de esta función, de este drama, de esta tragicomedia novelada, cuya entrega por capítulos a nadie satisface. No tenemos por lo tanto justificación alguna para llegar a un estado de resignación y desentendimiento que les hace el caldo gordo a unos políticos a los que sólo les falta que les dejemos las manos libres para que campen a sus anchas con una patente de corso que así les concederíamos y que no haría sino multiplicar por cien sus desatinos, sus desvaríos y su más completa y total desafección que nos dejaría aún más inermes antes sus fechorías.
 Cada día que pasa somos testigos de un nuevo desatino, de una nueva actitud vergonzante, de la última corruptela, a cargo de unos individuos que han hecho del mandato que les dimos, una inagotable fuente de intereses personales de los que se surten para beneficio propio y que nada aportan al bienestar de unos ciudadanos cada día más harto de ellos.
Si atendemos a las instituciones, da la impresión de que se están esforzando por irritar y tensar continuamente un ambiente social y político ya bastante enervado, con unas decisiones que originan conflictos permanentemente en una sociedad que no puede admitir cómo, por ejemplo la Justicia, se empeña en chocar directa y frontalmente con la sensibilidad de la gente, de tal forma que está consiguiendo que la alarma social se instale en la población y le recuerde cada vez con más fuerza la célebre frase del alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, pronunciada hace ya veinticinco años, y que hoy cobra plena fuerza y sentido, la cual prefiero no repetir aquí por un elemental sentido de una vergüenza ajena que me afecta sólo al recordarla, y con la que estuve y estoy plenamente de acuerdo.
La última incalificable sentencia, de las muchas habidas últimamente, la del Prestige, es una auténtica burla a la justicia, a la ética y a una sociedad que en su momento se volcó para tratar de remediar una espantosa catástrofe que según la sentencia nadie provocó. No hay culpables, no hay indemnizaciones.
Una vez más, nos sumen en la soledad y en la tristeza ante tanta injusticia y desvarío.

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