martes, 7 de enero de 2014

SIN RASTRO DE ARREPENTIMIENTO

Consternación, dolor y rabia contenida, a la par que un sentimiento de una profunda tristeza, es lo que ha conseguido inspirarme la foto que ha presidido la portada de la mayoría de los medios de comunicación, en la que posan los excarcelados de ETA, con los rostros fríos e impávidos, entre ellos el autor de la muerte de Yoyes, delante de su hijo de corta edad, cuando intentó abandonar la violencia. Se muestran tensos, casi desafiantes, sin expresar en su acostumbrado, fundamentalista y delirante discurso el menor rastro de arrepentimiento, sin la menor intención de pedir el necesario perdón a los familiares de sus víctimas, a las que me uno en su pena y en su inmenso dolor, que estas demostraciones consiguen exacerbar en extremo, al contemplar las caras de los causante de la desaparición de sus seres queridos a manos de unos fanáticos que sembraron el horror y la muerte durante casi cincuenta años, por lograr unos objetivos que no han conseguido, utilizando para ello una violencia despiadada y cruel.
Cuanto odio, desprecio y rencor puede albergar el ser humano para mostrarse así, ante un País que asolaron con un despiadado terrorismo, con la injustificable excusa de la consecución de unos objetivos políticos que no han logrado y que dejó novecientos muertes en su brutal camino, con miles de familiares teniendo que soportar la helada y dura mirada de los culpables de su tragedia, sin mostrar el menor arrepentimiento, sin una frase de disculpa, sin acercarse lo más mínimo a un gesto que pueda interpretarse como un intento de pedir perdón, como un reconocimiento culpable del mal causado que pudiera suavizar en parte el dolor de las víctimas que siguen preguntándose el por qué de tamaña tragedia.
Indiscriminados y brutales atentados, acabaron con la vida de todo tipo de ciudadanos inocentes, incluyendo niños, que como el resto, eran simples objetivos militares, medios para conseguir sus fines, según sus comunicados, en los que responsabilizaban al Estado de dichas ejecuciones, según el argot utilizado por quienes sembraron un terror, que ahora ya no consideran necesario, pues según afirman, prefieren continuar la lucha por otros métodos que sin recurrir a una violencia que por razones obvias, ya no les resulta rentable, en un alarde de falsa hipocresía que les incapacita totalmente como autores de un esperado y sincero perdón, que da la impresión de que jamás cabrá esperar que salga de ellos.
Y sin embargo, se hace absolutamente necesario. Sin él las heridas difícilmente cerrarán y será difícil dar por terminado uno de los más negros y terribles capítulos de la historia reciente de este País. Ese perdón supondría un cierto alivio para los familiares, que verían en ese gesto, un signo de culpabilidad y arrepentimiento que lograría suavizar el sentimiento de odio y rencor a la par que sosegar en parte el sufrimiento, a sabiendas que los autores del mismo abominan y abjuran del mal causado.
Apenas han reconocido el mal causado – multilateral, afirman en su declaración - de una manera fría y calculada, sin llegar ni un ápice más allá, sin reconocer su culpa y el tremendo dolor ocasionado. ¿Tan difícil para ellos es reconocer su culpa sin ambigüedad alguna? ¿Tan duro para ellos que causaron los trágicos hechos es pedir perdón? ¿Por qué en lugar de exhibirse como lo han hecho en una pública foto, sin mostrar arrepentimiento alguno, no han decidido privatizar dicho acto para no ahondar más en la herida? ¿Cómo pueden mostrase así, desafiantes, ante las familias agraviadas y afligidas por una pena insoportable?
Las familias merecen y necesitan ese gesto de arrepentimiento. La sociedad en general, también.

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