Y te ahorrarás múltiples y
engorrosos problemas, a la par que de esta forma tan sencilla y eficaz, tan
arraigada en la trayectoria sumisa a lo largo de siglos, lograrás, sin lugar a
dudas, una estable, tranquila y apacible vida, sin complicártela en absoluto,
sin sobresaltos ni sustos que consigan descomponerte de vez en cuando, que te
la harán más llevadera, más próxima en la práctica, a la tan deseada y
demasiadas veces lejana felicidad, para lo cual basta con practicar la
docilidad, la humildad y la obediencia, nada difícil de llevar a cabo si dejas
de lado todo orgullo y vanidad, toda dignidad superflua que hoy en día sobra,
no se justifica, está de más, sobre todo si tenemos en cuenta que, como dicen
ellos, de qué os quejáis, si al fin y al cabo todos vamos en el mismo barco, en
el mismo mundo, donde incluso tienen la gentileza de dejarnos llevar los remos,
reservándose para ellos, eso sí, una insignificancia, una nadería: el manejo
del timón.
Sed sumisos, todos, no
solamente ellas, las mujeres, denostadas y vilipendiadas desde el principio de
los tiempos, y detestadas por una iglesia católica que llegó a negarles el alma,
y que a través del incalificable y reprobable arzobispo de Córdoba, les
recuerda que han de mostrarse dóciles y obedientes ante el marido, sumisas en
definitiva, para no importunar ni molestar al varón, al que deben obediencia y
una dulce y mansa actitud, cercana al vasallaje y a la esclavitud
voluntariamente aceptada, que han de adoptar necesariamente para una convivencia
estable, duradera y feliz, a la que ninguna mujer jamás debería oponerse.
A san Agustín, se debe, entre
otras, la siguiente perla: “las mujeres no deberían ser iluminadas ni educadas
en forma alguna, de hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de
insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”. Esto me recuerda
aquella expresión, no excesivamente brillante, de que algo ha de tener el agua
cuando se la bendice, y viene a colación, por el hecho de que si esta frase
proviene de un Santo, se le supone, como al agua, que ha de llevar razón, lo
cual es una auténtica barbaridad, con mis disculpas hacia el agua, que,
efectivamente es una bendición para el ser humano, pero con una acepción de ese
término muy diferente del sagrado, que como siempre, ha intentado apropiarse de
cuanto merodea a su alrededor, ya sea pretendidamente divino o simplemente
humano.
La situación de emergencia
social en la que vivimos, está llevando a multitud de ciudadanos a mostrarse
serviles y sumisos en sus puestos de trabajo, si lo hubiere, hasta el punto de
que si así fuere, se considera una auténtica bendición – sin sus connotaciones
sagradas, que conste – cuando ya desde la expulsión de Adán y Eva del Paraíso,
se consideró el trabajo como una maldición, a la que quedaba condenada el ser
humano para el resto de sus días, mientras que hoy se suplica casi de rodillas,
un puesto de trabajo, así dure unos meses, para ir tirando, para sobrevivir.
Contradicciones aparte, el
hecho indudable, es que esta situación de vasallaje se está llevando a cabo con
una auténtica y completa impunidad, avalada por unas relaciones laborales
expresadas en la correspondiente ley, que ampara a las empresas a la hora de
redactar unos contratos que en muchas ocasiones representan una humillación
para el trabajador, al que generalmente no le queda otra alternativa que firmar
y callar, ya que si él no lo hace, le dirán, lo harán otros, por lo que debe
sentirse afortunado y agradecido ante semejante golpe de suerte que le ha
procurado la diosa fortuna.
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