Si hay un medio de comunicación
que permite al ciudadano alzar su voz con el fin de hacerse oír a través de esa
invisible ventana de las ondas, ese medio es sin lugar a dudas la radio. Presente
desde hace más de un siglo, ha prestado grandes servicios a la sociedad,
gracias a su magnífica versatilidad, tanto en cuando a su sorprendente
movilidad se refiere, como a su capacidad para adaptarse a cualquier
circunstancia, hasta el punto de haber supuesto en nuestro País, entre otros, un
auténtico hito informativo y de servicio a la comunidad, cuando la legalidad
institucional estuvo en peligro debido al intento de golpe de estado que tuvo
en vilo a todo el País, en la denominada noche de los transistores, que nos
tuvo informados permanentemente acerca de la situación de total incertidumbre
que se vivieron en aquellos tensos y difíciles momentos, al que contribuyó
también en gran medida la televisión, con aquella famosa cámara que,
afortunadamente quedó olvidada por parte de los asaltantes al Congreso,
mientras sigilosamente grababa cuanto sucedía en el hemiciclo, con aquellas
ignominiosas imágenes que jamás olvidaremos, y que dieron cumplida prueba de
cuanto allí sucedió.
Todos los días escucho la
radio, bastante más que la televisión, que en general ha sufrido una degeneración
tan banal, tan superficial y cutre, que me siento incapaz de permanecer más de
media hora delante del televisor, salvo honradas excepciones, que a mi juicio,
merecen mi atención, mientras que la radio mantiene un nivel general de
programación y de profesionales a su servicio, que me resultan absolutamente
loables y dignos de toda consideración, a la par que consigue acercarme de
nuevo recuerdos de la infancia, cuando en la cocina de cada casa, y en un lugar
preferente, se hallaba el aparato de radio, cubierto con su pañito de
ganchillo, que primorosamente tejió la madre con sus delicadas y diestras manos
y que ayudaba a pasar los duros días de invierno, con la familia en torno a la
lumbre baja, a la cocina económica o al agradecido brasero ubicado bajo las
faldas de la mesa.
Afortunadamente y cada vez con
más frecuencia la voz de los ciudadanos se deja oír a través de la radio, en
uno de cuyos espacios escucho a una señora mayor, que vive sola, con una
pensión miserable, que relata cómo debida a la penuria económica, ha de
cobijarse en el baño con un radiador, para así poder calentarse, porque no
puede permitirse el lujo de caldear toda la casa.
A renglón seguido, escucho cómo
hemos reflotado la banca, hundida por sus gestores, desfalcos y corrupciones
varias, dedicando los miles de millones que acabaremos pagando todos y obtenidos
a bajo interés, y cómo dicha banca los invierte en deuda pública a un alto
rédito, en lugar de conceder los créditos que tantas familias, pequeñas y
medianas empresas necesitan, consiguiendo así unos ingentes beneficios, que
sólo a ellos y a sus accionistas alcanzan.
Después hablan del paro, de la corrupción,
de los recortes en sanidad, educación y cultura entre otros sectores, de la
congelación de salarios, de la ridícula subida de las pensiones, de la
denigración de las infraestructuras – es inadmisible cómo están degenerando
carreteras y autopistas, pongo por ejemplo - y por último de la última encuesta
de intención de voto: El PP supera en un 9% al PSOE. Descorazonador, absurdo, y
sobre todo, absolutamente incomprensible.
Pero eso es lo que hay, al
menos a día de hoy, en el que se espera la Ley de Seguridad Ciudadana, digna
sucesora de aquella Ley de Orden Público, aquella en plena dictadura y ésta en
Democracia, con recortes, en este caso de las libertades ciudadanas, a la que
seguirá la nueva Ley del Aborto, que convertirá casi en potenciales
delincuentes a las mujeres que decidan abortar en determinados supuestos y que
ha sido criticada incluso por destacados dirigentes del partido en el gobierno,
por el resto de los partidos e incluso desde el exterior, por considerar que su
nueva redacción supone una involución en los derechos adquiridos en un País de
la moderna Europa, y sobre todo, ha sido y será denostada por la inmensa
mayoría de las mujeres que ven en esta ley una ofensa hacia ellas, hacia su
dignidad y hacia su libre e irrenunciable derecho a decidir sobre su cuerpo, en
un acto de responsabilidad que sólo a ellas, como madres, debe corresponder.
Pese a todas estas
circunstancias, a todo este arsenal de medidas que nos devuelven a decenios
atrás, a un retroceso en tantos sectores vitales para el País, del cual tardará
muchos años en recuperarse, pese a la crispación general que experimenta la
ciudadanía, harta de tanto recorte, de tanta privación de derechos y libertades
y de una galopante corrupción, ahí están las estadísticas que dan como ganador
al partido en el gobierno, autor de este lamentable y descorazonador
descontento, mientras en la oposición, el Partido Socialista se ve incapaz de
sacar rédito a esta situación, enredado como está en sus propias miserias,
también inserto en corruptelas varias y sin un líder claro y decisivamente
dispuesto a constituirse como una seria y esperada alternativa a la situación
actual.
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