Nada como despertarse con la
radio, medio de comunicación por excelencia, tan próximo, tan inmediato,
acogedor, generoso, amable y agradecido como pocos, que logra retrotraernos a
nuestra infancia, cuando el aparato de radio, como se le llamaba, cubierto él
por el pañito de blanco de ganchillo primorosamente tejido por nuestras adorables
madres, llenando con sus familiares sones la cocina de la casa donde con toda
seguridad se encontraba, alojado en lugar privilegiado, probablemente en una
repisa comprada a tal fin, alejado de nuestras manos, lejos de nuestro alcance,
de los niños, deseosos de manipular el botón que milagrosamente, de una forma
mágica para nosotros, permitía que los diminutos seres que lo poblaban,
cambiasen de una manera fascinante y asombrosa, variando sus melódicas y almibaradas voces, sus melodías, sus
canciones, con sólo girar un botón, logrando con ello satisfacer una seducción
que atraía poderosamente a nuestras ingenuas, pueriles y cándidas mentes.
Mucho ha cambiado este medio
desde entonces en lo que se refiere a su programación y a sus gentes, aunque no
tanto en cuanto a su concepción como el medio de comunicación más cercano y
cálido a unos oyentes que siguen valorándolo en términos muy altos, y que ha
llegado a prestar servicios muy importantes para una sociedad que pasó por
momentos críticos de diversa índole, gracias a su capacidad de estar allí donde
se la necesita, por mor de su facilidad y adaptación a las más diversas y
contrarias circunstancias, que nunca han sido impedimento para llevar a cabo su
labor inmediata y siempre eficaz, como ha demostrado a lo largo de nuestra historia
inmediata, hasta el punto de llegar a dar nombre a la famosa noche de los
transistores, con todo un País pendiente de un acontecimiento político y social
clave en la reciente historia de España.
Aquella radio de entonces, de
hace varias décadas, cuando no existía la televisión, llenaba las casas de las
gentes con sus novelas radiadas, que eran multitudinariamente seguidas por la una
inmensidad de oyentes a los que tenía pegados a su dial cada día de la semana,
precursoras de las series televisivas que hoy abarrotan la programación de
todas las cadenas, con cientos de capítulos inacabables que mantenían en vilo a
los radioyentes, como las series radiofónicas, los programas de deportes, el
omnipresente y obligado diario hablado de las dos y media, con el que todas las
emisoras tenían que conectar, que emitía Radio Nacional de España, precedida
del himno nacional, que también cerraba la programación y con el ángelus, a las
doce del mediodía, que se escuchaba, como no podía ser de otra manera,
religiosamente.
Esa misma radio continúa
despertándome cada mañana, con otros programas, con otras gentes, que pese a
todo sigue siendo la misma, aunque con unos contenidos que nada tienen que ver
con aquellos, en unos tiempos de plomo y silencios obligados tan diferentes a
los actuales, que no obstante tienen la peculiaridad, no compartida con
aquellos, de sobresaltarnos con cierta frecuencia, como en la mañana de hoy,
cuando escucho a la inefable alcaldesa de Madrid, celebrando estrepitosamente el
hecho de que los atascos de la circulación parecen haber vuelto a las calles de
Madrid, lo cual supone, según ella, que la gente ha vuelto a salir de sus
casas, han retornado a las mismas con el maletero del coche vacío, dispuestos
para llenarlos con la compra, para volver a consumir compulsiva y alegremente,
lo cual celebra sin disimulo alguno, pese a la contaminación, al ruido y al
resto de los trastornos que ocasiona. Todo en aras de un consumismo que le
permite afirmar con rotundidad que la crisis ha finalizado.
Celebrémoslo pues con su
peculiar estilo: hagámoslo con un relaxing cup of café con leche.
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