sábado, 1 de febrero de 2014

EN VITORIA-GASTEIZ

Siempre he mantenido una especial relación con el País Vasco, en la distancia, desde que comencé a interesarme por lo que allí ocurría, hace ya mucho tiempo, cuando aún era muy joven, casi adolescente, cuando apenas comenzaba a entender lo que sucedía a mi alrededor y empecé a interesarme por las noticias que continuamente procedían de aquella hermosa región, que daban cuenta de la especial situación que allí se vivía y que con el tiempo tuvo una trágica y terrible repercusión en el resto del País, en especial aquí, en Madrid, donde los continuos atentados causaban un permanente estado de tensión y ansiedad, que mantenían en vilo a una población, que continuamente amanecía sobresaltada por un nuevo hecho violento que llenaba de temor y rabia a unos ciudadanos acostumbrados a volver la vista hacia el televisor o el aparato de radio, cada vez que se interrumpía la programación, señal casi inequívoca del anuncio de un nuevo hecho violento, que dejaba las calles de Madrid sembradas de sangre inocente.
Y ahora acabo de volver de Vitoria-Gasteiz, fundada en el siglo XII sobre la originaria aldea de Gasteiz, la capital de Euskadi, a día de hoy aún desconocida para mí, que parecía tan lejana y sin embargo tan próxima, a poco más de trescientos kilómetros, como quien dice aquí al lado, poco más allá de Burgos, apenas unos cuantos kilómetros después de pasar por el angosto y espectacular paso de Pancorbo, valle que tradicionalmente reclamaban como frontera o límite natural entre Euskadi y Castilla y León, pero que de hecho comienza bastante más adelante – hace mucho tiempo que no escucho reivindicación alguna al respecto – donde comienza la verde llanura Alavesa con una bella proliferación de viñedos que salpican los márgenes de la carretera que transcurre a través de la Rioja Alavesa, responsable de los excelentes caldos que en la hermosa ciudad de Vitoria y en el resto del País, pueden degustarse para deleite de los amantes del buen vino y de la buena mesa, de los que hacen gala, y con mucha razón, en esta zona del País, que sabe como nadie disfrutar de los placeres gastronómicos que la vida nos depara, y que no dejan pasar de largo, tal como el viajero podrá apreciar tras su visita a esta tierra.
No lo pude evitar en mis varias visitas a San Sebastián y a Bilbao, como tampoco ahora en Vitoria-Gasteiz. Experimento un sentimiento un tanto especial, que no he sentido nunca en ninguna otra región de España y creo que conozca todas, sin excepción. Es una mezcla de lánguida nostalgia, de extraña melancolía, de un cierto e inexplicable desasosiego, de una atracción incompleta, quizás el resultado de los recuerdos de aquellos años de plomo, de aquellos acontecimientos que nos quedaron grabados, que almacenamos entonces cuando éramos tan jóvenes, que incluso llegamos a confraternizar, a simpatizar peligrosamente con quienes creímos los luchadores que venían a liberarnos de los tiranos que nos tenían sometidos, atrapados en una férrea y tenaz dictadura, hasta que nos dimos cuenta y abrimos los ojos y contemplamos con horror que no era así, que su autodenominada lucha no era por nosotros, sino que siempre lo hicieron por  ellos, por la liberación de su Euskal Herría, de su territorio, de sus gentes y con unos métodos, que pronto reprobamos por bárbaros, injustos y cruelmente inhumanos.
Pero una vez en Vitoria-Gasteiz, recorriendo sus hermosos paseos, calles, callejuelas y plazas, después de entrar en contacto con sus amabilísimas gentes, siempre dispuestas a orientarte, a agradarte, a facilitarte cuanto les pidas, todos nuestros recaudos, nuestros lejanos recelos, se vienen abajo, se olvidan como por encanto. Hermosísima ciudad verde, llena de parques y jardines, con numerosas calles peatonales que facilitan la contemplación de sus limpios espacios, de sus elegantes y bellos edificios, palacios, museos, iglesias, y numerosos centros culturales, que hacen la delicia del viajero que acude allí por primera vez.
Abierto por obras es el original lema de la imprescindible, maravillosa y espectacular visita guiada a la Catedral de Santa María, la catedral vieja. Esta hermosísima catedral gótica, cuyo origen es del siglo XII, está abrazada por dentro, por fuera y en sus cimientos, por un genial entramado de andamios que han logrado salvarla del derrumbe que la amenazaba, y que desde hace casi veinte años, en un gesto que honra a quienes lo promovieron, se han empeñado en una restauración que ya fue visitada, alabada y citada en alguna de las novelas de Ken Follet – Los pilares de la Tierra, Un Mundo sin fin – al que se le ha dedicado una estatua en bronce de tamaño natural en los aledaños de esta catedral, que no es la única, ya que existe otra magnífica de estilo Neo Gótico, de comienzos de siglo XX, que es un soberbio ejemplo de este singular estilo arquitectónico, hermosamente llevado a cabo en nuestros actuales tiempos.
Pasear por las callejuelas de la Almendra – se denomina así a las numerosas calles que configuran el barrio histórico por adoptar en conjunto la forma de una almendra – es una delicia para los ojos, para el espíritu y cómo no, para el paladar. Infinidad de tabernas salpican sus callejuelas perfectamente cuidadas, donde tomar un zurito, un txiquito, un txacolí o un rioja, suponen tanto una alegría gastronómica para el viajero, como una satisfacción para las amantes de la cultura, al girar visita a sus numeras iglesias, museos y centros culturales que encontramos a nuestro paso y que abundan por doquier.
Completo con esta visita la obligada gira que tenía pendiente desde hace años con este magnífico y hermoso País Vasco. Volveré, sin duda, y de paso, recomiendo encarecidamente a cuantos no hayan tenido aún el placer de conocer Euskadi, que no se lo pierdan, que lo disfruten. Se lo recomiendo encarecidamente.

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