domingo, 16 de febrero de 2014

UN PAÍS ILEGAL

No nos cansamos, y ya es triste y desesperanzador, que tantas, tan continuas y tan malas noticias, nos sobresalten con una persistente y morbosa frecuencia, casi semanal, con unos tintes casi siempre malévolos y en todo caso negativos, en los que se vierten todos los peores augurios hacia esta España denostada tanto por propios como por ajenos, por afortunados y desdichados, por izquierdas y derechas y por todo aquel que cree sentirse capaz, en todo caso, de emitir un juicio de valor, tenga o no motivos y razones que considera más o menos poderosas, para criticar, debatir y poner en tela de juicio, un estado de actitudes, valores y situaciones varias, con las que no está de acuerdo, que además le afectan más o menos directamente, algo nada inusual en los tiempos que corren, donde el que más o el que menos, está inmerso en una permanente crisis, que le da pleno derecho a alzar la voz, a levantarla más bien, contra aquello y aquellos que le han trastocado su vida a la par que su hacienda.
Una de esas últimas noticias a las que nos vamos acostumbrando últimamente, es la de que España es el segundo país del mundo tras Siria, en el que la percepción de la corrupción más se ha visto incrementada, constituyendo el segundo lugar en cuanto a preocupación y alarma experimentada por parte de la población, detrás del paro, lo cual supone un salto cualitativo y cuantitativo de elevadas proporciones, pues son ya muchos los años de crisis que arrastramos, y no parece verse el final del túnel, menos aún con este tipo de situaciones que en nada ayudan y favorecen a una relajación de la sociedad, que necesita confiar en sus gobernantes para tratar de sacar adelante a un País enfangado, víctima de sus propios errores y defectos que no son originarios de ahora, sino de siempre, pero acentuados en unos tiempos perversamente complicados, donde parece resurgir y tomar forma, una firme, literal y contundente manera de llevar a cabo aquello tan nuestro, tan de aquí,  de que a río revuelto ganancia de pescadores.
Y lo sorprendente es que pese a todas las alarmas, las evidencias, las quejas y reclamaciones, las múltiples y continuas alarmas sociales, las llamadas al orden procedentes de Europa, todas ellas orquestadas a través de los medios de comunicación, que no hallan descanso alguno a la hora de denunciar estos hechos, a los que se suman las cada vez más influyentes y persistentes redes sociales, todo parece seguir igual, nada parece haber cambiando hacia mejor, ya que se siguen descubriendo nuevas corruptelas, nuevos escándalos, nuevos despilfarros, que dejan perplejo a cualquiera que se moleste en leer estos medios, que día tras día nos asombran con estas noticias que cada vez les ocupan en mayor medida, hasta el extremo de que uno abre el periódico, escucha la radio, ve la televisión o conecta con las redes sociales, en la casi total seguridad de que habrán surgido nuevos escándalos en las últimas horas.
El problema es ya de tal magnitud, que avergüenza a la par que indigna, cuando contempla cómo los procesos seguidos contra los corruptos, defraudadores y delincuentes de guante blanco en general, se eternizan durante años, con tácticas y maniobras dilatorias al alcance sólo de quienes tienen la capacidad económica necesaria para instalarse en una práctica e irritante inmunidad jurídica, que desemboca en la mayoría de las ocasiones en leves condenas, si es que las hubiere, y en cualquiera de los casos, en la ocultación de lo robado, que por supuesto, nunca va a devolver.
 Si a todo ello sumamos los casos en los que no se quiere o no se logra imputar a aquellos que están protegidos, ocultos o sacralizados de alguna manera, bien por su status social o político, bien por sus protectores tentáculos que los convierten en intocables, el panorama es aún más negro, más indignante, más desolador para quién lo contempla desde su posición de espectador sin posibilidad alguna de intervenir, a solas con su desolada desesperación, a sabiendas de que nada puede hacer pese a todas las evidencias.
Pero con todo, para empeorar aún más la situación, el ciudadano se lleva las manos a la cabeza, cuando se pregunta cómo es posible, que los escándalos económicos se instalen incluso en los puestos más altos, que lleguen hasta el partido que tiene la responsabilidad de gobernar a sus ciudadanos y hasta ciertos sindicatos comprometidos con la defensa de los derechos de los trabajadores.
Llegados aquí, a este grado de depravación, sólo queda convenir que este País ha entrado en una ilegalidad que desautoriza a una clase política envilecida y corrupta que no nos merecemos.

No hay comentarios: