No nos cansamos, y ya es triste
y desesperanzador, que tantas, tan continuas y tan malas noticias, nos
sobresalten con una persistente y morbosa frecuencia, casi semanal, con unos
tintes casi siempre malévolos y en todo caso negativos, en los que se vierten
todos los peores augurios hacia esta España denostada tanto por propios como
por ajenos, por afortunados y desdichados, por izquierdas y derechas y por todo
aquel que cree sentirse capaz, en todo caso, de emitir un juicio de valor,
tenga o no motivos y razones que considera más o menos poderosas, para
criticar, debatir y poner en tela de juicio, un estado de actitudes, valores y
situaciones varias, con las que no está de acuerdo, que además le afectan más o
menos directamente, algo nada inusual en los tiempos que corren, donde el que
más o el que menos, está inmerso en una permanente crisis, que le da pleno
derecho a alzar la voz, a levantarla más bien, contra aquello y aquellos que le
han trastocado su vida a la par que su hacienda.
Una de esas últimas noticias a
las que nos vamos acostumbrando últimamente, es la de que España es el segundo
país del mundo tras Siria, en el que la percepción de la corrupción más se ha
visto incrementada, constituyendo el segundo lugar en cuanto a preocupación y
alarma experimentada por parte de la población, detrás del paro, lo cual supone
un salto cualitativo y cuantitativo de elevadas proporciones, pues son ya
muchos los años de crisis que arrastramos, y no parece verse el final del
túnel, menos aún con este tipo de situaciones que en nada ayudan y favorecen a
una relajación de la sociedad, que necesita confiar en sus gobernantes para
tratar de sacar adelante a un País enfangado, víctima de sus propios errores y
defectos que no son originarios de ahora, sino de siempre, pero acentuados en unos
tiempos perversamente complicados, donde parece resurgir y tomar forma, una
firme, literal y contundente manera de llevar a cabo aquello tan nuestro, tan
de aquí, de que a río revuelto ganancia
de pescadores.
Y lo sorprendente es que pese a
todas las alarmas, las evidencias, las quejas y reclamaciones, las múltiples y
continuas alarmas sociales, las llamadas al orden procedentes de Europa, todas
ellas orquestadas a través de los medios de comunicación, que no hallan descanso
alguno a la hora de denunciar estos hechos, a los que se suman las cada vez más
influyentes y persistentes redes sociales, todo parece seguir igual, nada
parece haber cambiando hacia mejor, ya que se siguen descubriendo nuevas
corruptelas, nuevos escándalos, nuevos despilfarros, que dejan perplejo a
cualquiera que se moleste en leer estos medios, que día tras día nos asombran
con estas noticias que cada vez les ocupan en mayor medida, hasta el extremo de
que uno abre el periódico, escucha la radio, ve la televisión o conecta con las
redes sociales, en la casi total seguridad de que habrán surgido nuevos
escándalos en las últimas horas.
El problema es ya de tal
magnitud, que avergüenza a la par que indigna, cuando contempla cómo los
procesos seguidos contra los corruptos, defraudadores y delincuentes de guante
blanco en general, se eternizan durante años, con tácticas y maniobras
dilatorias al alcance sólo de quienes tienen la capacidad económica necesaria para
instalarse en una práctica e irritante inmunidad jurídica, que desemboca en la
mayoría de las ocasiones en leves condenas, si es que las hubiere, y en
cualquiera de los casos, en la ocultación de lo robado, que por supuesto, nunca
va a devolver.
Pero con todo, para empeorar
aún más la situación, el ciudadano se lleva las manos a la cabeza, cuando se
pregunta cómo es posible, que los escándalos económicos se instalen incluso en
los puestos más altos, que lleguen hasta el partido que tiene la
responsabilidad de gobernar a sus ciudadanos y hasta ciertos sindicatos
comprometidos con la defensa de los derechos de los trabajadores.
Llegados aquí, a este grado de
depravación, sólo queda convenir que este País ha entrado en una ilegalidad que
desautoriza a una clase política envilecida y corrupta que no nos merecemos.
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