jueves, 6 de febrero de 2014

LA NATURALEZA DESATADA

Impresionante la poderosa demostración de las fuerzas de la naturaleza desatada que estamos contemplado en este crudo invierno, implacables, soberbias y majestuosas, imprevisibles muchas veces, de las que ya teníamos noticias, que conocemos a la perfección, de las que teníamos constancia desde siempre, desde el principio de los tiempos, en un Planeta que continúa vivo después de casi cinco mil millones de años de existencia, que nos somete a su inexorable y severa dictadura con titánicas e impetuosas demostraciones de unas fuerzas que provienen en ocasiones del interior de sus entrañas, de un núcleo en estado de fusión, que pugna por salir al exterior, consiguiéndolo con frecuencia y provocando el desplazamiento de las placas tectónicas que originan en ocasiones terremotos y volcanes que nos azotan con fiereza y que al originarse en el fondo del mar provocan violentos tsunamis, cuyos efectos son devastadores cuando las gigantescas, imponentes e impetuosas olas se internan en el continente, causando unos brutales destrozos en vidas y bienes materiales, que nada ni nadie puede detener.
Estas sobrecogedoras demostraciones de un planeta que parece quejarse así del maltrato al que está siendo sometido desde que el hombre apareció sobre la Tierra, se están centrando este invierno en unos estremecedores e impresionantes temporales, que están azotando las costas de muchos países como el nuestro, con una impetuosidad que asombra e inquieta, con una brutal y escalofriante acción destructora que no respeta protección humana alguna, llevándose por delante cuantos muros, espigones y defensas de todo tipo encuentra a su paso, dejando boquiabiertos a cuantos de una forma temeraria se acercan a contemplar sus demoledores efectos, que asolan y devastan cuanto encuentran a su paso, incluidas vidas humanas, que el mar arrebata en un demoledor y mortal abrazo, como si reclamase para él sus víctimas como pago y despiadada contribución que la naturaleza exige, como si quisiera cobrarse así las numerosas deudas pendientes que parece reclamarnos con una frecuencia que impertérritamente mantiene.
Nada podemos contra semejante empuje, vigor y sobrecogedora energía que las fuerzas de la naturaleza poseen. Contemplamos absortos y horrorizados cómo impone su firmeza y sólida decisión de azotarnos con sus férreas garras, sin poder contrarrestar ni un ápice unas demoledoras demostraciones que parece tener programadas para llevarlas a cabo de vez en cuando, como si quisiera advertirnos, como si deseara darnos la oportunidad de rectificar y llevar a cabo los oportunos cambios en nuestro comportamiento hacia una naturaleza que nos empeñamos en devastar, destruir y denigrar, hasta extremos que nosotros mismos reconocemos, pero que no somos capaces de rectificar, en unos casos por la imparable, loca y demencial carrera tecnológica, industrial y de progreso en la que nos hallamos sumidos, y en otros casos, sencillamente porque no queremos cambiar nuestros hábitos de vida, no queremos rectificar, no deseamos dar marcha atrás, no queremos perder lo que ya hemos logrado, que seguramente nos llevará a nuestra perdición, a una posible aniquilación a la que parece estamos inexorable e irrevocablemente abocados, por una loca carrera que no consentimos en frenar y que puede conducir al final de una civilización humana que surgió sobre una hermosa, limpia y plácida naturaleza que hemos dejado irreconocible en apenas unos miles de años de existencia del hombre sobre el Planeta.
Quizás el surgimiento de la vida humana fue un error. El único que cometió la naturaleza.

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