domingo, 28 de septiembre de 2014

NADA NOS IGUALA

Qué ilusos. Pretender, aunque sólo sea por instante que todos seamos iguales, como mínimo causa, no ya estupor y sorpresa, sino que mueve a la risa más estridente y desatada, siempre, claro está, que uno se encuentre en sus cabales y con un sentido común capaz de llevar a cabo un elemental raciocinio inductivo deductivo que nos permita elaborar juicios y razonamientos tales que nos habiliten para entender, asimilar e interpretar el mundo en el que vivimos.
Nada nos iguala. Ni a la hora de nacer, hay altas y bajas cunas, ni a la hora de morir, hay muertes y decesos, ni mucho menos a la hora de vivir, ya que hay quién disfruta a tope de la vida, quién apenas logra sobrevivir y quién lamenta continuamente su existencia. Y así, el que más, el que menos, pasa sus días tratando de ser y de tener un poco más. Quizás no sea éste su caso, ya que posiblemente usted no ansía ni ser ni poseer más de lo que celosamente atesora, por lo que le doy mi enhorabuena. Es usted, sin duda una persona feliz y, por supuesto afortunada, a la que envidiamos cuantos desearíamos algo más, en realidad bastante más, y esto nos convierte en seres deficitarios en cuanto al nivel de felicidad se refiere.
Qué le vamos a hacer. No somos perfectos. Yo por lo menos, ni lo intento. Lo que pretendo es llegar a conseguir la máxima felicidad a la que puede aspirar todo ser humano. Es lógico, razonable y deseable intentar conseguirlo, y sin duda, vivir mejor, en todos los sentidos, ayuda, colabora y contribuye a su consecución en la que todos estamos empeñados, aunque ni siquiera en este aspecto, es decir, en la posibilidad de intentarlo, nos iguala a todos la vida, pues desgraciadamente a muchos seres humanos, a demasiados, se les niega ese elemental derecho de intentarlo.
Ni siquiera en aspectos tan elementales, tan necesarios e irrenunciables como son los derechos sociales conquistados por los ciudadanos de las sociedades modernas, tales como la sanidad, la vivienda o la educación, entre otros, nos igualan a todos los seres vivos, ya que los enormes agravios comparativos, las numerosas afrentas y las inmensas  desigualdades habidas y por haber en estos aspectos, son de tal calibre, que ofenden a la dignidad humana y descalifican totalmente a quienes se empeñan y se obstinan en equipararnos a todos en ese derecho, mas de hecho que meramente semántico, denominado igualdad.
Contemplo en un programa de televisión, cómo una pareja se lamenta amargamente porque el marido, que tiene la hepatitis C, no puede beneficiarse de un nuevo medicamento que consigue curarla, debido a que la Seguridad Social no cubre sus gastos, ya que, dicen, el tratamiento es excesivamente caro. Pero ojo, no lo cubre en la Comunidad donde viven, que creo era Valencia, mientras que en Cataluña sí se beneficiaría de esa posibilidad, por lo que en todo caso, si quiere conseguir que le subvencionen dicho medicamento, deberían ver trastocada la vida de ambos y de toda la familia y trasladarse a vivir a Cataluña, lo cual supone una desigualdad entre regiones que repercute en este caso a nivel global sobre todos los ciudadanos que padecen esa enfermedad y que se ven discriminados por el simple hecho de pertenecer a Comunidades diferentes, en un agravio comparativo absolutamente injustificado.
Cuando la crisis llevaba un tiempo instalada en nuestro País, llegó a Madrid un importante bufete de abogados de Estados Unidos con la intención de abrir un despacho. Se les hizo entonces una pregunta clara y directa: ¿La justicia es igual para todos? Por supuesto que no respondieron. Y sabían de lo que hablaban.

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