Después de
tanto tiempo empleado en tantas promesas y solemnes afirmaciones pronunciadas
por un Gobierno aparentemente fuerte y firmemente asentado en sus convicciones,
y dirigidas a un expectante País, bastante sumido ya en problemas y escándalos
de toda índole, hemos tenido que contemplar con asombro, cómo los catalanes han
conseguido al final lo que han estado persiguiendo en este año que han empleado
en su empeño por desempolvar la urnas, aunque hayan sido de cartón, con el
objeto de votar el tan cacareado
referéndum primero, consulta después, y finalmente proceso consultivo.
Y lo han
conseguido, pese a que se le quiera quitar importancia, a que se quiera
relativizar de múltiples e inútiles formas, con unos argumentos que no ocultan,
justifican, ni evitan lo que ha sucedido, y que no podemos obviar de ninguna
manera, ya que los colegios electorales se abrieron, las urnas se colocaron y
todo el dispositivo material y humano se puso en marcha, hasta llegar a
celebrar una votación que se nos dijo por activa y por pasiva, en prosa y en
verso que no tendría lugar, y todo ello con múltiples denuncias, impugnaciones
y sus correspondientes sentencias, incluidas la del Tribunal Constitucional,
que en su conjunto se han mostrado insuficientes, gracias a la colaboración necesaria
de un Gobierno, que pese a su mayoría absoluta y a su aparente seguridad, se ha
mostrado al final débil, inseguro y hasta colaborador, cuando dos días antes
sugiere que podría tolerar la votación si la dejan en manos de la sociedad
civil, hasta el extremo de llegar a
sospechar que pueda haber habido conversaciones subterráneas de última hora, con
el objeto de no tensar más una situación, que en definitiva, el Gobierno no ha
sabido manejar.
Pretender que
esta consulta no tiene efectos jurídicos, que es una chapuza - que sin duda alguna lo ha sido – que no tiene
validez alguna, es una reflexión extremadamente simple, absurda y vacía de
contenido, porque en realidad ha tenido y tendrá durante mucho tiempo importantes
efectos políticos y de una repercusión social enorme, no solamente en nuestro
País, sino a nivel internacional, dónde sin duda percibirán, sobre todo, unos
resultados, que aunque hay que relativizarlos, ellos los verán cómo los
contempla el gobierno catalán, como un éxito, en el que el 80% de los votantes
– que apenas han llegado al 35% de participación – han votado por la
independencia.
Recordarán al
inefable Ibarretxe, cansino él, que nos tuvo casi dos años dándonos la tabarra
con la consulta Vasca, día sí día también, en una insoportable e interminable
campaña de acoso y derribo en pos también de la independencia. Pues bien, el
Congreso de los Diputados también, como a los catalanes, les dijo que no cuando
solicitó la autorización para dicha consulta. Volvió a su lugar de origen y les
dijo a los vasos: no me han dejado. Y ahí se acabó todo, lo cual visto ahora,
con la presente perspectiva, resulta increíble, pues siempre pensamos que los
vascos conseguirían mucho antes sus propósitos que los catalanes, a los que
siempre consideramos más prácticos, menos impulsivos, más por la pela es la
pela. Realmente sorprendente, cuando contemplamos el presente.
No le tiembla
la mano, ni al Gobierno, ni a los jueces, para desahuciar a una pobre familia,
pero sí permite que el gobierno catalán se gaste 10 millones de euros en una
consulta insolidaria, con la inestimable colaboración de una Generalitat
intolerante y con una desobediencia permitida, que no es sino el resultado de
una intolerable e inadmisible dejación de autoridad por parte de un pusilánime
e ineficaz Gobierno.
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